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Brasil: una potencia cultural en marcha
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La eterna oscilación del cine brasileño

Un repaso a lo mejor de la filmografía brasileña realizado por uno de sus grandes cineastas, el director de 'Estación central de Brasil'

Fotograma de 'Estación Central de Brasil'
Fotograma de 'Estación Central de Brasil'

El cineasta Carlos Diegues suele decir que Brasil tuvo una intuición precoz para las imágenes en movimiento. Apenas dos años después de que los hermanos Lumière hubieran creado el cinematógrafo, los primeros cineastas brasileños empezaron a experimentar con la nueva tecnología. La más antigua secuencia filmada en el país remite a la fecha de 1897. Realizada por los hermanos Segreto, en ella aparece retratada la entrada de la Bahía de Rio de Janeiro.

En 1909, Brasil produjo sorprendentes 70 películas –entre documentales, cortos y largometrajes-. Buena parte de estas películas intentaba registrar una geografía física y humana hasta entonces desconocida. Jorge Luis Borges decía que lo que le interesaba en la literatura era “dar nombre a lo que todavía no había sido nombrado”. Fue lo que esos primeros cineastas brasileños hicieron.

En 1914, con la I Guerra Mundial, cesa el suministro de negativos a Brasil. Ese ciclo inicial de nuestra cinematografía es bruscamente interrumpido. Cuatro años después, cuando los negativos son nuevamente ofrecidos, el mercado de distribución y exhibición ya estaba controlado por compañías norteamericanas. Es el fin de un primer momento de intensa creatividad, y el inicio de los ciclos regionales de cinema en Brasil.

Esta oscilación nunca más dejó de existir. A los ciclos regionales, se siguieron malogrados intentos de formación de un cine industrial. Con los estudios de Cinedia y Atlantida surge en los años 40 el ciclo de las chanchadas, comedias que intentaban parodiar y deconstruir las películas estadounidenses. En São Paulo, el estudio Vera Cruz buscó mimetizar en los años 50 experiencias industriales europeas y norteamericanas.

Fue necesario esperar el inicio de los años 60 para que la cinematografía brasileña pudiera reflejar plenamente un país en rápida transformación. El Cinema Novo, creado por Nelson Pereira dos Santos y Glauber Rocha, Leon Hirszman, Carlos Diegues, Arnaldo Jabor, Joaquim Pedro de Andrade y Luiz Sergio Person, entre otros, instaura la piedra fundamental del cine moderno brasileño.

Ellos no estaban solos. El Cinema Novo formaba parte de un intento de repensar Brasil a partir de todos los campos culturales. El inicio de los años 60 marca el advenimiento de una nueva arquitectura (Niemeyer y Lúcio Costa), una nueva poesía (Drummond, Cabral y Bandeira), una nueva literatura (Guimarães Rosa) y una nueva música (la Bossa Nova de Antonio Carlos Jobim, João Gilberto y Vinicius de Moraes).

 El deseo de todas esas vertientes confluía en la búsqueda por un reflejo brasileño, una identidad libre y autónoma, independiente del centro. Ese movimiento fue brutalmente interrumpido por el golpe militar de 1964, que silenció la producción artística brasileña en su mejor momento.

Fueron 25 años de régimen dictatorial. Durante ese periodo funesto, algunas películas importantes consiguieron burlar la censura. Financiada por la televisión estatal alemana en 1976, Iracema de Jorge Bodanzky y Orlando Senna mezcla documental y ficción para registrar las heridas abiertas por la ocupación de la Amazonía. En 1981, Hector Babenco realiza Pixote, una de las películas más extraordinarias de nuestra cinematografía.

En 1989, en el instante en que el país pensaba haber redescubierto el camino de la democracia, la cultura brasileña sufre un nuevo trauma con el caos económico y social deflagrado por el gobierno de Fernando Collor. De las 5.000 salas de cine que existían en Brasil, sólo seguirían abiertas apenas 700 cuatro años después de su elección como presidente. Fueron tiempos de silencio para el cinema brasileño, que dejó virtualmente de existir entre 1989 y 1994.

Con la caída de Collor y la creación de nuevos modelos de financiamiento, la producción independiente renace. Las películas de esa cosecha son alimentadas por una misión común: el deseo urgente de repensar la identidad de un país traumatizado por 25 años de gobierno militar. Ese ciclo que se inicia en 1994 revela una generación de cineastas talentosos como Karim Aïnouz, Fernando Meirelles, Beto Brant, Carla Camuratti, Esmir Filho, Sérgio Machado, Laís Bodanzky, Paulo Caldas y Lírio Ferreira, entre otros.

El ciclo que quedó conocido como “Cinema de la Retomada”, preocupado en responder a las cuestiones centrales de identidad (quiénes somos, de dónde venimos, a dónde queremos ir) duraría de 1995 a 2003. Empieza a sufrir, a partir de allí, el impacto de la entrada de la televisión en el cine, consecuencia de una estrategia de recuperación de mercado.

A partir de ese momento, el cinema autoral brasileño empieza a vivir dificultades crecientes. Aunque el número de salas en el país haya aumentado de 700 para 2.515, esos nuevos cines están ubicados principalmente en centros comerciales, afectando un tipo de programación que había sido generosa con películas independientes hasta ese momento. A pesar de ese clima adverso, Tropa de élite, primera película de ficción José Padilha, alcanza un amplio público en Brasil y gana el Festival de Berlín en 2008.

En los últimos años, la presencia de películas brasileñas de ficción en festivales se volvió más escasa. Pero en 2012, surge una obra maestra que puede dar un nuevo rumbo para la cinematografía brasileña: O som ao redorprimera película del excrítico de cine Kleber Mendonça Filho, la mejor película brasileña de los últimos 10 años y, también, el reflejo más agudo de nuestra presente realidad.

Otros indicativos interesantes: el número de jóvenes realizadores y de primeras películas sigue siendo importante. Las nuevas reglas establecidas por Ancine, la agencia estatal que rige el cinema en el país, obligan por primera vez a los canales de televisión por cable a invertir en la producción independiente en Brasil.

A diferencia del cine de ficción, el cine documental brasileño vive un momento de intensa creatividad. Más libre gracias a los presupuestos reducidos, nuestros documentales han logrado ofrecer un reflejo de un país complejo en rápida transformación. Maestros como Eduardo Coutinho y Nelson Pereira dos Santos siguen filmando con constancia. Jóvenes realizadores como Eryk Rocha o Flavia Castro se dan a conocer con películas que repercutieron en Brasil y fuera de nuestras fronteras.

Películas como O Som ao redor y la fertilidad de los documentales confirman que existe un público ávido en Brasil por un cine visto como instrumento de comprensión del mundo, capaz de hacer indagaciones sobre nuestra realidad. Las condiciones para un nuevo ciclo existen –o, por lo menos, es lo que nos atrevemos a esperar.

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