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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin patria

Herencia del western, el protagonista siempre termina solo y caminando hacia el crepúsculo

David Trueba
'Homeland'.
'Homeland'.

En el primer capítulo de la nueva temporada de Homeland pudimos apreciar que para avanzar en las tramas adictivas de ambigüedad calculada habrá ración de alta política. En su ficción, los norteamericanos permiten al Gobierno asesinar y organizar ejecuciones sumarias con una mezcla de crítica moral y admiración por el contundente proceder. Desembocan en rituales como la escenificación de la caza y muerte de Bin Laden, donde la ficción labra el camino para que la realidad suene más aceptable, por amoral que sea. La serie arranca con la heroína, maravillosamente interpretada por Claire Danes, sentada ante un riguroso tribunal político que la hace llorar al tiempo que obliga a sus jefes de la CIA a sacrificarla ante el ojo público para salvar a la cuestionada agencia.

La captura de Al Libi en Trípoli nos coloca en ese mismo escenario de ficción, pero abriendo las páginas de internacional de la prensa. Obama parece haber sido capaz de esquivar por el momento la intervención en Siria, que habría servido para igualar su gestión con la de su lamentable predecesor. Con la Administración secuestrada en la batalla política con el ala más intransigente del partido en la oposición, nada mejor que esos golpes utilitaristas de los servicios secretos. Así, la serie insiste en ese fundamento de la ficción norteamericana, de reflejo individualista, en el que el esforzado y patriota héroe será abandonado a su suerte por un sistema que lo amortiza con enorme facilidad. Herencia del western, el protagonista siempre termina solo y caminando hacia el crepúsculo.

Pero esas actuaciones nada discretas sobre Estados fallidos las presenciamos en los países fronterizos de Europa, estos días con trágica capital en Lampedusa, de una manera distinta. Porque lo que nos regalan es un éxodo masivo y continuado de quienes no encuentran un mínimo armazón de Estado en su propia casa, ninguna perspectiva de progreso ni interés por lograr la estabilidad que permita un pellizco de mejora en los derechos humanos. Son un campo de tiro, un área de intercambio de golpes entre espionaje y terrorismo, donde las víctimas perpetuas son quienes no tienen otra opción que lanzarse al mar. Entre héroes y villanos, el resto son náufragos, material de desecho y anónimos sin serial.

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