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Ballet y danza moderna en Brasil

El ballet se introduce en Brasil como hecho ilustrado de la corte portuguesa en los tiempos de las guerras napoleónicas

Madrid -
La bailarina brasileña Marcia Haydée en una reciente producción del Ballet de Stuttgart (2012).
La bailarina brasileña Marcia Haydée en una reciente producción del Ballet de Stuttgart (2012).

En los libros de Antonio José Faro (un referente de prestigio que se ocupa lo mismo de Carmen Miranda que del Original Ballets Russe) se encuentra una verdad: Brasil no es solo un país y sí muchas culturas amalgamadas. Esto pasa también en la danza y el ballet, como también es verdad que aún toda esa voluminosa historia no está escrita con rigor enciclopédico, recogida en una fuente única, que, como la tierra donde florece, sería inmensa.

Se da por hecho que el ballet se introduce en Brasil como hecho ilustrado de la corte portuguesa en los tiempos de las guerras napoleónicas, cuando algunas ramas de las casas de Orleáns y Braganza atraviesan el Atlántico para instalarse en Río de Janeiro, principalmente. No fue la declaración de independencia de Brasil en 1822 un corte en este fluir de compañías y artistas europeos, sino al contrario. Piénsese que Don Pedro I era un balletómano confeso, y que es España quien aporta el primer gran maestro al Brasil: Louis Lacombe (1786-1833), al que no se debe confundir con el compositor francés del mismo nombre, y que llega a Río en 1811 y se queda una década junto a otro coreógrafo y bailarín August Toissant, que a su vez fue el mentor de la primera ballerina brasileña: Estela Sezefreda (1810-1874); esta bailarina notable también por su actividad política, estuvo en prisión en 1825 acusada de conspiración anarquista: le tiró limones al carruaje del emperador en los carnavales.

Por el Teatro Lírico de Río pasaron los Ballets Russes de Serguei de Diaghilev en 1913 y 1917. Anna Pavlova estuvo en 1918 y en 1928 y el Original Ballet Russe, que fue quien más huellas y elementos humanos dejó, estuvo en 1942, 1944 y 1946. Algunas bailarinas desgajadas del conjunto por la guerra, cambiaron el tutú de cisne por una piña y unas bananas en la cabeza en los populosos cabarets de entonces, y así sobrevivieron a aquellas catástrofes; una de ellas escribió en sus memorias: “en Río o aprendías a mover las caderas y los hombros o te morías de hambre”.

Poco a poco, algunos de los rusos que pasaban se quedaban, como Maria Oleneva (1896-1965), que había llegado con Pavlova y luego fue solista con Massine en Buenos Aires (como ya estudió a fondo Vicente García Márquez); ella fundó en 1937 el Ballet Municipal de Río de Janeiro que aun existe hoy. En 1939 el checo Vaslav Veltchek (1896-1947), como otros judíos, llega y se queda, pero después se mudó a Sao Paulo, donde se casó con la bailarina carioca Marília Franco, fundando el Ballet de la Ciudad. Le siguió la polaca Halina Biernacka en 1941 (que, como apuntan Katia Canton y Marília de Andrade, había trabajado con Bronislava Nijinska en la Ópera de Varsovia en 1933) y monta en Sao Paulo producciones de “Lago de los cisnes”, “Las sílfides” y “Giselle”.

Otra de las rusas del Original Ballet Russe que se quedó en Brasil a partir de 1939 fue Tatiana Leskova, que dirigió el Municipal de Río y fue la maestra fundamental de Marcia Haydée, con lo que ya estamos en nuestra época.

Si los rusos fueron la principal influencia (sobre todo con Eugenia Fedorova y el método Vaganova desde 1954) a la vez se instalaba la influencia británica con Dalal Aschar (amigo personal de Margot Fonteyn) y surgía el interés de un arte nacional, con intereses plásticos en la propia idiosincrasia, como “Maracatu Dances” (de Olevneva y Veltchek) que ya en los años treinta estilizaba el folclore en lenguaje académico de puntas, como también en “La floresta amazónica” de Achar (1975) con música de Heitor Villa-Lobos.

Hubo otras compañías temporales de envergadura, como el Ballet del Cuarto Centenario (1954), para celebrar los 400 años de Río de Janeiro, y Aurelio Millos vino desde Italia invitado como director del evento.

Grandes bailarinas de ballet de nuestra época han sido, además de Haydée en Stuttgart, Laura Proença (estrella en el Ballet del Siglo XX de Maurice Béjart).Beatriz Consuelo, Ana Botafogo, Nora Esteves y la aún en activo Cecilia Keerche, un prodigio de técnica y belleza que hemos visto en España.

La danza moderna llegó a Brasil temprano y ya en 1910 había danzarinas sueltas dando recitales. En 1916 Isadora Duncan estuvo en Sao Paulo y en Río de Janeiro, generando una verdadera revolución intelectual entre pintores y escritores. Después unas alumnas de Mary Wigman se instalaron en Sao Paulo. Nina Verchinina en su escuela de Río introdujo también a maestros del expresionismo y se interesó por los compositores brasileños y los temas locales. El polaco Yanka Rudzka abrió su escuela en 1950 en Sao Paulo y luego se trasladó a Bahía, donde siguió enseñando, siendo el pionero de la introducción de la danza en la universidad en Brasil en 1957 con los cursos de la Universidad Federal de Bahía, profundizando en la danza moderna y las investigaciones del movimiento brasileño. El francés Renée Gumiel (un discípulo de Kurt Jooss), es clave en esta didáctica interdisciplinar con el teatro y las artes visuales y se instala en Sao Paulo desde fines de los años cincuenta. Regresó a Brasil entonces Lourdes Bastos (se formó junto a José Limón en Nueva York) y también Helenita Sa Erp dio cursos fundacionales en la Universidad de Río, todo un germen de influencias junto a las de Martha Graham y Laban para que surgieran compañías como Stagium (1971, creada por Marika Gidali y Decio Otero), Cisne Negro de Sao Paulo (1977, fundada por Hulda Bittencourt) o CORPO de Belo Horizonte (1975). Todo ese movimiento mixto, pujante y sincrético, sigue creciendo y está en auge.

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