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La música brasileña desde dentro

El que fuera guitarrista y compositor de Los Hermanos, traza su personal recorrido por la música brasileña, desde su infancia en Jacarepaguá a la actualidad

Río de Janeiro -

Soy brasileño de Jacarepaguá, Rio de Janeiro. Mi infancia la he vivido al sonido del samba carioca que sonaba en las radios, en los bares y en las casas de los vecinos. Desde muy chico, incluso antes de coger la guitarra, a los 12, ya estaba, aunque sin saberlo, aprendiendo las melodías y los ritmos de mi ciudad a través de los sambistas que resonaban por todos los aires. En estos años 80 en Jacarepaguá los reyes de la ciudad eran todos de música doliente, que ablanda el cuerpo como el sol del suburbio. Zeca Pagodinho, Arlindo Cruz, Agepê, Jovelina Pérola Negra, Almir Guineto, Sombrinha, Beth Carvalho, Ivone Lara, Alcione, João Nogueira. Eran sus canciones las que se cantaban en las radios, en las calles, en los bares y en los colegios. El calor era como si hubiera un sol para cada uno y el mejor escenario era la piscina, el asado y la mesa de hierro del bar. La música, las personas, el sol eran una única cosa.

En paralelo a la descubierta de mi propia musicalidad, aun antes de los 12 años, mi lado rebelde y joven me empujaba hacia un mundo desconocido, a aquello que más desentonaba del paisaje húmedo y sofocante de este lugar que hoy tiene un peso mítico en mi memoria. Por gusto a la diferencia, pasé a acompañar el rock americano en sus nombres de más proyección. Estamos en ese entonces en el fin de los años 80 y puedo decir que era un orgulloso coleccionador de discos de hard rock del ya desgastado escenario americano de la época. No podría haber elegido un estilo en mayor desacuerdo del paisaje en que vivía.

Conduje mi retirada de Jacarepaguá rumbo al centro urbano a los 15 años cargando la pasión por el rock aprendido en los discos americanos y en las mixagenes y masterizaciones de Los Angeles, en el sonido estridente de las guitarras eléctricas y en la fuerza de una llevada de batería asertiva. Pero dentro de mí, en la propia manera de caminar, en las elecciones más íntimas, la samba preparaba su casa. Es curioso que quien me haya llevado para allá (la samba) otra vez haya sido una banda de rock que se llamaba en un español brasileño Acabou la Tequila y que de una manera muy particular usaba referencias de sambas clásicos en medio a llevadas de rock y ska comunes en el underground carioca a mediados de los 90. Acabou la Tequila era un grupo atípico de nuestra escena. Mientras casi todos los grupos eran simplificaciones caricatas de sus intenciones, o Acabou la tequila era una mezcla heterogénea de la diferencia de sus integrantes. En uno de sus conciertos tocaron dos canciones tradicionales del folclore brasileño, pero con el abordaje del rock, distante de la soleada Jacarepaguá, en un agujero oscuro en la pared de la Lapa, en el centro de Rio. Fue un shock y para mí y tal vez haya surtido más efecto a mí do que a las otras 50 personas que estaban allí.

Aquella epifanía transformó mi vida. Salí de allí decidido a crear mi propio grupo en aquellos términos. Un grupo que se centraría en ese encuentro improbable entre dos mundos aparentemente inconciliables. Mi intención no era apenas borrar las fronteras estéticas entre los dos estilos, pero principalmente mezclar las intenciones por detrás de cada uno de ellos. La asertividad afirmativa del rock, la dolencia seductora y compasiva de la samba. La visión era maravillosa. Menos de dos meses después, monté un grupo llamado Los Hermanos, en homenaje a Acabou la Tequila, que por su vez homenajeara a Mano Negra, y estuvimos juntos por diez años juntos, lanzando cinco discos y ayudando a cambiar la historia de la música brasileña, según dicen algunos.

En 2007 interrumpimos nuestro encuentro y empecé a pensar en qué hacer. En medio a eso descubrí un disco de música brasileña interpretado por una artista hasta entonces desconocida por mí, Guiomar Novaes. Guiomar era brasileña y su piano era de una expresión que me causó lo espanto que se tiene al estar delante a una divinidad. Su toque la diferencia de cualquier otro intérprete y es de una luminosidad e ingeniosidad que hasta aquí mientras escribo estas líneas llega hasta mí en forma de escalofrío. Dicen algunos que Guiomar es la más grande pianista que ya ha vivido. Entre hombres y mujeres. No sé lo que ellos saben, pero para mí su toque no deja dudas. ¿Cómo puede que ella haya pasado en blanco en mi vida hasta los 30 años? Por eso no sé al cierto que otras sorpresas el canto de Brasil puede me traer, pero siento que ter la vida conducida por la música de aquí es como firmar un pacto con la suerte buena.

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