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La buena vida de Robert Crumb

El mítico dibujante de cómics visita Bilbao para recibir el premio La Risa La Risa en el festival de literatura y humor

Diego A. Manrique
Robert Crumb y su esposa, ayer en Bilbao.
Robert Crumb y su esposa, ayer en Bilbao.David Herranz

El negocio del cómic es extraño, reflexiona Robert Crumb (Filadelfia, 1943). Profesional desde los años sesenta, logró su mayor éxito en 2009 con Génesis.“Es mi trabajo menos creativo. Sencillamente, puse imágenes al inicio del Antiguo Testamento. Ha vendido diez veces más que cualquiera de mis tomos anteriores”. Fue una labor monumental pero instructiva. “Me divierte que leyes pensadas para un pueblo de pastores, rodeado de enemigos, todavía rijan a buena parte de la humanidad. En realidad, no tiene gracia”. Crumb ha viajado a España para recibir el Premio BBK La Risa de Bilbao, otorgado por el festival Ja! de literatura y humor. “Agradezco el entrar en una lista de escritores. Para mí, lo esencial es el relato. He mejorado técnicamente aunque lo que me motiva es narrar”.

Asiente Santiago Segura, que participa en la entrevista; unas horas después, conversará en público con el homenajeado. La charla deriva hacia Hollywood, planeta que Crumb detesta. Sintió repugnancia al acudir a la entrega de los Oscar por encargo de la revista Première. “No exageré en mis dibujos, los asistentes me parecían… reptiles”. Entiende que el negocio del cine requiere perseverancia. “Tuve mala suerte con mi Fritz El Gato pero admiro a tipos que dominan ese juego. Spielberg, por ejemplo: me impresionó su película sobre Abraham Lincoln. Es la obra de un hombre maduro, que sabe que la vida está llena de compromisos. Como el propio Lincoln”.

También recomienda Blue Jasmine, la nueva película de Woody Allen. Sin embargo, chez Crumb, en cuanto a consumo audiovisual, tiende a ver las primeras películas habladas. “Y los dibujos animados de Betty Boop, ¡qué imaginación, qué inventiva! En películas con actores me encanta encontrarme con músicos actuando, la típica escena del club nocturno o el vagabundo que se pone a cantar”.

Crumb es miembro destacado de la secta de buscadores de discos de 78 r.p.m. ¿Qué encuentra en esos sonidos lejanos? “Una expresión auténtica. Un tiempo en el que todos cantaban o tocaban algún instrumento. Tras la radio y el juke-box, la música está en retroceso, lo que se graba es más artificial”. El de las pizarras es un mundo inacabable, explica. “En Francia, descubrí el bal musette. Me topé con miles de postales de grupos con acordeón. La minoría cosmopolita adoraba el hot jazz pero el resto de la población siguió bailando valses, polcas, mazurcas y demás”.

Habrán comprendido que Crumb prefiere tratar asuntos generales. Así que hay que agarrar al toro por los cuernos y preguntar si cree que la vida ha sido buena con él. “Desde luego. Tengo largas relaciones con pequeñas editoriales en diferentes países; pagan poco aunque son fiables. Y me han permitido cumplir mis humildes deseos. Tengo una buena colección de discos. Toco en directo de vez en cuando. Amo a mi esposa. Disfruto del sexo. Tengo dos nietos. Me reconocen con premios como el de hoy. No, no volveré a Estados Unidos. Estoy bien de salud pero un hombre mayor cada vez necesita más cuidados. Y Obama nunca llegará a implantar la sanidad universal”.

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