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La Internacional del ritmo duro

Un documental del grupo lisboeta Buraka Som Sistema retrata la creatividad electrónica en África La película subraya la internacionalización de ritmos como el kuduro

Diego A. Manrique
Kalaf, con gafas, en uno de los fotogramas del documental. Abajo, la banda Buraka Som Sistema.
Kalaf, con gafas, en uno de los fotogramas del documental. Abajo, la banda Buraka Som Sistema.

El desastre ocurrió hace menos de un año. Las oficinas lisboetas de Enchufada, la discográfica matriz de Buraka Som Sistema, ardieron. Todavía no saben si el incendio obedecía al deseo de borrar las huellas de un robo (desaparecieron varios ordenadores) o sí se trataba de una operación de castigo de alguien que no tolera el insólito éxito global de un proyecto portugués integrado por músicos blancos y africanos y que estos días presenta el documental Off the beaten track, proyecto de búsqueda de creadores de ritmos con planteamientos similares a los suyos a lo largo de cuatro continentes.

Con el fuego, de golpe, se borró la historia del grupo. La música y los documentos estaban resguardados en backups, pero se evaporaron siete años de memorabilia. En ese momento, gente menos bragada podría haber optado por buscar dinero fácil y capitular ante el mainstream: hacer música más accesible, aceptar ponerse al servicio de superestrellas.

Aunque se han negado a entrar en el circo de la música comercial, ya han visto como se las gastan allí: “Shakira quería trabajar con nosotros pero todo era muy impersonal. Nos negamos pero dio lo mismo, sus productores nos robaron ideas. ¿Demandar? No tenemos tantos recursos y supondría ir contra su discográfica, Sony, que también ha distribuido un disco nuestro”. No es cuestión de purismo, explican: “Estamos abiertos a trabajar con gente de otros campos pero, humanamente, deben estar en nuestra onda. Tenemos pendiente un tema con La Mala, por ejemplo”.

Les horroriza recordar que, en 2010, la estrella del reguetón Don Omar triunfó con una pieza titulada Danza kuduro. Los miembros de Buraka, tipos afables y templados, no pueden evitar alzar la voz cuando recuerdan el vídeo de Don Omar: yates, mansiones, coches deportivos, impávidas modelos semidesnudas. Mayor mixtificación, imposible.

El kuduro brotó en los musseques, las paupérrimas barriadas de Luanda, capital de Angola, a principios de los noventa. Combinación de modismos internacionales de la dance music con ritmos africanos y caribeños, inspira a extraordinarios bailarines que reciclan movimientos de las artes marciales. Es música agresiva y rápida, que late a 140 b.p.m. Como indica el nombre (“culo duro”), también refleja la hegemonía de las nalgas como objeto del deseo y elemento expresivo del público femenino.

Los miembros de Buraka llevan dos años ocupados con una aventura singular: un documental, financiado por la Red Bull Music Academy, que recoge sus viajes por cuatro continentes. Off the beaten track, que presentaron en Londres el pasado jueves, es la crónica de una búsqueda fuera de los caminos trillados, como dice el título. Cuando el calendario de las giras lo permite, paran y conectan con creadores de beats: “no queríamos ni una autobiografía ni un egotrip”.

Resulta reveladora la yuxtaposición de declaraciones de famosos admiradores del kuduro como Diplo, Santigold o M.I.A. con la realidad del Tercer Mundo: estudios en lugares improvisados (“es la casa de mi abuela”, explica un productor africano), formidables danzarines que paran la circulación en calles polvorientas, el locutor de radio lusófono que les denomina Buraka Sound System (como si el inglés legitimara su éxito).

También se desintegran mitos sobre la fraternidad panafricana. A punto de viajar desde la India a Mozambique, con transbordo en Sudáfrica, uno de los integrantes —Kalaf, angoleño— es rechazado: carece del visado necesario, aunque no salga del aeropuerto de Johannesburgo. Al final, debe volar a través de Etiopía (vean un mapa y entenderán el disparate).

Off the beaten track apenas habla sobre el caldero creativo que es hoy Lisboa, receptora de la inmigración africana y puerto de entrada para la música brasileña. “Eso ya está implícito en nuestro nombre”, explican. “Buraca es un barrio de Amadora, ciudad satélite de Lisboa. Hay zonas con mala fama, por las drogas y las pandillas, pero abunda la imaginación. En todo: si quieres ver los peinados más increíbles, en Amadora veras arquitectura viviente sobre las cabezas de muchas mujeres”.

El documental, que estará próximamente disponible en su página web (www.buraka.tv) en versión reducida, se cierra con una discusión en un pub londinense sobre qué dirección debe tomar su próximo álbum. En persona, también lamentan ser unos desconocidos en España, a pesar de que uno de sus temas, Kalemba, resultó todo un éxito viral bajo el título de Wegue wegue o similares. Es el sino de los artistas portugueses, que trabajan para el mercado internacional e ignoran España, con raras excepciones (algunas fadistas, el grupo The Gift).

Aunque las discusiones sobre fronteras les suenan prehistóricas. Para Joâo Barbosa, aparente cabecilla de Buraka, que vivió un año en Madrid, “hoy, el único pasaporte válido parece ser el dinero”. Y cuenta historias irreproducibles sobre Isabel dos Santos, hija del presidente de Angola desde 1979. La riqueza generada por el petróleo ha permitido a Isabel controlar porciones significativas de los medios, la energía, las telecomunicaciones, la banca y otros sectores clave de Portugal. “Si no fuera el fruto de la cleptocracia, diría que hay justicia poética en que las colonias estén comprando la metrópoli”.

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