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Menos dinero, la misma ambición

El certamen cinematográfico más importante de España tiene una problemática misión: mantener la calidad en medio de las crecientes estrecheces económicas

Industria y programación. José Luis Rebordinos, director del festival de cine de San Sebastián, repite estos dos conceptos como un constante martilleo en un yunque: son según él la tabla de salvación de un certamen que vive siempre pendiente de sus dineros, y cuya 61ª edición arranca hoy. Rebordinos ha cambiado el cóctel Alexander de otros años por un té verde, pero su fuerza y pasión sigue intacta… a pesar de contar con 250.000 euros menos de presupuesto que en la pasada edición (de 7,5 millones ha descendido a 7,25 millones).

El director ha bajado de peso, y no solo porque se haya cuidado más, sino por el estrés provocado por el hecho de que este año los patrocinios se han cerrado mucho más tarde. Los últimos 300.000 euros, que en un presupuesto de este tamaño pueden cambiar completamente el devenir del certamen, se han conseguido en los últimos tres meses. Pero, al parecer, no todo es dinero: “El festival siempre ha estado un poco en los huesos. Todo descuento se nota. Pero la base sólida que hará que nos mantengamos no será el glamour sino una programación prestigiosa y el impacto industrial, que es un tema que me obsesiona”, explica.

El máximo responsable del festival usa dos términos aparentemente contradictorios, “modestia y ambición”, para hablar de esa pata industrial, que este año vive un aumento de un 10% de acreditados (1.100) y organiza por segunda edición el Foro de Coproducción España-Latinoamerica, con el que aspira a ser el más importante del mundo latinoamericano. Hace unos días, Alberto Barbera, director artístico del festival de Venecia, aseguró: “El futuro del cine no está en China, sino en América Latina, una parte del mundo en el que están ocurriendo muchas cosas”. Rebordinos va más allá: “Es el cine con más creatividad del mundo, con el de los países del Este”.

Así que San Sebastián se quiere convertir en el puerto de entrada europeo de esas cinematografías del cono sur. En esta 61ª edición habrá una treintena de estrenos latinoamericanos, incluida la primera proyección española de la película de animación Futbolín, del director argentino Juan José Campanella, que abrirá esta noche el certamen.

Ya no hay dinero para fiestas, y la gente de la industria, que antes iba de festival en festival, hoy solo se mueve cuando de verdad tiene que trabajar. De ahí el anzuelo donostiarra que suponen estos foros de producción y el programa Cine en Construcción, que ha acabado alimentando —y a Rebordinos le enorgullece— certámenes más grandes como Cannes o Berlín. El ejemplo más claro se vivirá en esta edición. La película chilena Gloria, que ganó el año pasado Cine en Construcción, llega de nuevo a la ciudad en la sección Perlas, tras su exitoso paso por Berlín, donde la actriz, Paulina García, obtuvo el premio a la mejor interpretación femenina.

“Nosotros somos el más pequeño de los grandes. Y cada festival tiene que saber cuál es su hueco. Yo no compito con ellos o con Toronto. No nos podemos empeñar en tener solo estrenos mundiales, sino en atender el cine independiente y europeo. Es muy fácil tener una première absoluta, ¿pero tiene eso interés? Prefiero tener el estreno europeo de grandes películas. Es nuestra baza. Aun así, tenemos 47 premières mundiales”.

Aunque no sea la presencia de estrellas la seña de diferenciación, ayer entre las sábanas del lujoso hotel María Cristina ya dormían Annete Bening, Michelle Yeoh, Juan José Campanella, Oliver Stone, Hirokazu Kore-eda, David Byrne, Todd Haynes y la chilena Paulina García. “En cultura, la segunda gran bandera del País Vasco es el festival, después del Guggenheim. Aunque hay reconocer que son los cocineros —y para mí la gastronomía es cultura— el estandarte más conocido internacionalmente”. Arzak, Akelarre, Zuberoa, Berasategi, Mugaritz, Rekondo... son cartas muy poderosas que los responsables del certamen utilizan como reclamo para las estrellas.

Pero son señuelos que cada vez luchan más en solitario. Eso lo sabe perfectamente el alcalde de la ciudad, Juan Karlos Izagirre (Bildu). Aunque ni Chillida-Leku ni el museo Balenciaga estén en San Sebastián y no dependen de la municipalidad, sus ausencias duelen y mucho al turismo. “Esto es un país pequeño, con todo cerca. Cada vez que se pierde una oferta cultural, aunque no esté en Donostia, nos da pena. Y entonces el festival se convierte en el gran faro de la ciudad”, reconoce. Una ciudad que tiene el museo de San Telmo sin un futuro claro y otro gran centro, como Tabacalera, cerrado por obras. “Estará abierto en 2015. Aunque no forme parte de la Capital Cultural Europea de 2016, será nuestro gran proyecto. Entendemos que la cultura, para nosotros, es algo más que el consumo, es creación. Nos gusta hablar de fábricas de creación y Tabacalera ahí será fundamental. La capitalidad cultural no nos supone problemas, sino oportunidades”.

Ante este panorama, en el que el festival de cine donostiarra se va quedando solo, su timonel, José Luis Rebordinos, tiene otra visión: “Yo no lo vivo así. Hay una responsabilidad, pero no la siento como un peso. En cualquier caso, la cultura siempre es política, pero no se debe mezclar con el partidismo”.

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