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70ª MOSTRA DE VENECIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ettore Scola mezcla documental y ‘biopic’ para homenajear a Fellini

Para los enamorados de Fellini, la película será un regalo El argelino Merzak Allouache narra con talento en ‘Las terrazas’

Carlos Boyero
Ettore Scola posa en la alfombra roja de la Mostra, antes de presentar 'Che stranno chiamarsi Federico'.
Ettore Scola posa en la alfombra roja de la Mostra, antes de presentar 'Che stranno chiamarsi Federico'.Pascal le segretain (GETTY)

En medio de la convulsión y la sangre que salpica a casi todos los países de África del Norte, no escuchamos noticias sombrías de Argelia, que parece estar incontaminada de violencia. Pero la película argelina Las terrazas, dirigida por Merzak Allouache, nos cuenta que subterráneamente también allí las cosas están ardiendo.

Ambientada en un barrio al lado del mar en la ciudad de Argel narra varias historias paralelas que suceden en las terrazas de sus casas. Todas ellas son inquietantes o sórdidas. En esas terrazas están torturando hasta la muerte a un hombre, a un anciano enloquecido que recita obsesivamente sus recuerdos de la revolución en la que Argelia consiguió la independencia, la familia le tiene encadenado en una caseta de perro, un especulador pretende expulsar a una familia de marginados que sobreviven desde hace años en una de esas terrazas, un marido se ensaña a golpes con su esposa ante la indiferencia de los hombres que observan ese castigo y que dan por supuesto que siempre hay razones para maltratar a las mujeres, gente joven se reúne allí en la noche para escuchar las soflamas fundamentalistas de un clérigo que les convoca a la yihad mientras que se trapichea con droga para financiar la guerra santa. El director logra hacer veraz ese panorama trágico, el costumbrismo está utilizado con garra y con cierto talento. Es una de las películas más aceptables que ha ofrecido la sección oficial, aclarando que hay poco para elegir.

En las últimas películas del director francés Philippe Garrel, protagonizadas inevitablemente por su hijo Louis Garrel, actor que me resulta siempre indigesto, se repite la historia de una ruptura sentimental, en la que se larga la mujer y el abandonado se suicida. Creo recordar que en una utilizaba la sobredosis para despedirse de este mundo y en otra empotraba su coche contra un árbol. En La jalousie, una pareja existencialista que se está jurando amor eterno todo el día aunque ambos se engañan o intenten engañarse buscando sexo con otras personas se rompe bruscamente por decisión de la mujer y él se pega un tiro. Se supone que el suicidio de alguien que estás observando en la oscuridad debe de removerte, causarte pena o terror, dejarte tocado. En mi caso, en el momento del disparo busco aceleradamente la puerta de salida con el ansiado cigarro en la boca. Pero las luces de la sala no se encienden. Resulta que el suicidio ha sido fallido, que no se ha muerto, que no ha finalizado en tragedia. Otra vez a sentarme para ver cómo acaba la historia. Que la presunta intensidad dramática y la devastadora complejidad de las relaciones amorosas que intenta retratar esta película solo me produzca el efecto de salir corriendo de la sala para fumar revela que ese caos sentimental y esos personajes atormentados, tal como me lo ha descrito el director, solo me provocan indiferencia o fastidio, algo que me ocurre casi siempre en el cine de este hipersensible creador que está ancestralmente torturado por el fracaso del amor.

En una Mostra que ha dedicado múltiple atención a los documentales sobre personajes gloriosos o siniestros, pero siempre trascendentes (Lance Armstrong, Lech Walesa, Donald Rumsfeld) no podía faltar el homenaje a algún legendario personaje italiano. El elegido es Federico Fellini, un artista que tuvo reconocimiento universal, autor de un mundo reconocible, pintoresco, lírico e intransferible.

Esa evocación la hace el director Ettore Scola, que fue su íntimo amigo y también colaboraron juntos en la hagiográfica y muy sentida Che strano chiamarsi Federico. Scola combina el biopic, sus recuerdos personales y documentos reales para describir a Fellini desde que llega a Roma a los 19 años para trabajar como ilustrador gráfico hasta su muerte. Es una reconstrucción guiada por la admiración hacia el artista y la amistad con el ser humano. Scola mezcla armoniosamente el testimonio de alguien que conoció muy de cerca a Federico Fellini con el impacto poético y estético que supuso su cine. A mí no me embelesa incondicionalmente esa obra, aunque me guste mucho Los inútiles, Roma y Amarcord, pero he pasado un rato agradable viendo este laudatorio retrato. Imagino que para los que están enamorados del cine de Fellini, este documental será un regalo impagable.

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