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'IN MEMORIAM'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Xavier Triadó, historiador

Murió inesperadamente a los 35 años de un doble ataque al corazón

Xavier Vidal-Folch

Xavier Triadó i Subirana era un joven que prometía mucho, y prometía bien. Murió inesperadamente el 13 de agosto. Un doble ataque al corazón acabó con su vida en la idílica isla filipina de Borocay, adonde había acudido de vacaciones con su chica, Mireia. Tenía solo 35 años, pero los había aprovechado muchísimo, sobre todo como historiador del Arte.

En realidad ejercía el oficio desde la cuna, en su calidad de hijo de Joan Ramon y de Rosa Maria, ambos expertos en la materia y profesores universitarios. Sus focos de interés eran universales. Dedicó sendas monografías a Toulouse-Lautrec, a Kandinsky y a Chillida, así como decenas de artículos a otros autores y tendencias. Deja inédito en la editorial Vicens Vives un prometedor libro sobre el artista mallorquín Miquel Barceló. También gustaba de profundizar en el paisajismo, y escribió con Joan Ramon una obra apasionada sobre la especialidad, De Giotto a Antonio López. Xavier Triadó escribía muy bien, claro, preciso, profundo. Huía del metalenguaje propio de cierta crítica, escorado hacia las metáforas confusas. Siempre quiso entender a fondo las cosas antes de narrarlas, para explicarlas mejor. Algo que debería ser obvio, pero resulta bastante infrecuente.

Basta el recuerdo de esos rasgos para calibrar la elegancia del investigador y divulgador, que para ambas cosas servía, y no podía desenroscar la una de la otra. Seguramente por eso un día se entusiasmó -sin alharacas, la cabeza fría, analítica- con el proyecto de rehabilitar la figura del más elegante de los pintores de nuestro Barbizon, la Escuela de Olot: Enric Galwey, el gran pintor de La Garriga, fallecido en 1931. Buscó y rebuscó en archivos y museos, escuchó y sedujo a descendientes y expertos, trazó hipótesis y descubrió evoluciones y rupturas: sabía entender el arte, su pasión, sobre trodo como una manifestación de la aventura humana. En todo ello desplegó un cuidadoso toque de arqueólogo o de gemólogo, amante de sus proyectos, que desarmaba a los interlocutores más dispares y más distantes, inermes ante su delicada ironía. Así trazamos la gran ilusión de una colección Galwey en el pueblo de este artista. Con el mismo deje irónico, pero abruptamente roto, Rosa Subirana comentó a un amigo: "Galwey se ha quedado huérfano". Los verdaderos huérfanos de hijo, de amigo, de cómplice, de profe en el máster que ella dirige, le celebramos ayer, en el aula magna de la facultad de Geogfrafía e Historia de la Universidad de Barcelona. Se hizo querer.

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