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La ruina convertida en arte

Pintores, fotógrafos y grafiteros usan como galería el barrio lisboeta de la Morería

Antonio Jiménez Barca
Imágenes de cantantes de fado y de conciertos, realizadas por la fotógrafa Camilla Watson, en el barrio de la Morería, en Lisboa.
Imágenes de cantantes de fado y de conciertos, realizadas por la fotógrafa Camilla Watson, en el barrio de la Morería, en Lisboa. FRANCISCO SECO

En el barrio de la Morería, al pie de la plaza de Martín Moniz, el pintor y antropólogo Lorenzo Bordonaro ha adornado algunas de las calles con composiciones artísticas a base de llaves y cerraduras provenientes de un cercano taller de llaves y cerrojos abandonado hace más de veinte años. Es una suerte de arqueología cotidiana (aunque peligrosa: el lugar tiene el techo hundido y amenaza con venirse abajo en cualquier momento). Bornonaro ha rescatado también platos, cucharas, viejas fotografías y botellas de cristal de la fábrica que milagrosamente han escapado al vertedero del tiempo y con ellas consigue, con la delicadeza de un miniaturista, rehabilitar muros enteros de este barrio degradado.

Una decena de trenes de cercanías Lisboa-Cascais lucen pinturas

Es uno de los muchos ejemplos de una modalidad artística típicamente lisboeta: la del arte en la calle, fuera de los museos, que va en busca del público en vez de esperar a que este acuda a su encuentro en una sala. Hay artistas multifacéticos como Bordonaro, pero también fotógrafos, pintores o grafiteros que acuden a Lisboa o que eligen Lisboa como lienzo, como sala de exposición. Hace unos meses, la revista británica TNT.magazine eligió Lisboa como la tercera ciudad del mundo, después de Nueva York y Londres, para degustar el denominado street art. En el caso de Bornonaro, el Ayuntamiento —que tiene buena parte de responsabilidad de esta marea de arte callejero— colabora. La institución, propietaria del edificio arruinado del taller, no sólo aporta fondos (en unos tiempos de crisis en los que casi no hay dinero para nada) sino que dio el permiso necesario para que el artista, obsesionado con la memoria inmediata de los barrios, se pusiera manos a la obra. Además de llaves, utiliza también platos de peltre, fotos viejas, cucharas y vasos: “Los encontré en las taquillas abandonadas de los obreros: es inquietante saber que eran objetos cotidianos de uso diario. ¿Quién los utilizaba? ¿Cuándo?”, se pregunta.

El grafitero Jaime, junto a los muros del hospital Julio de Matos.
El grafitero Jaime, junto a los muros del hospital Julio de Matos.FRANCISCO SECO

No lejos de A fábrica da chaves, en pleno corazón de la Morería, se encuentra el taller de la fotógrafa británica Camilla Watson. Enamorada de Lisboa, hace unos años se fijó en un paredón viejo y en una anciana del barrio que se apoyaba en él para descansar mientras iba camino de la panadería. Y las fotografió. “Eran parecidas, las dos, la pared vieja y la anciana, las dos provenientes del mismo lugar, las dos compartiendo algo”, explica. Ese día arrancó una serie que ha cambiado la fisonomía de la zona. Porque Watson no sólo ha fotografiado a los habitantes más viejos del barrio frente a su casa o su comercio o caminando por su calle de toda la vida, sino que ha colocado (con permiso del omnipresente Ayuntamiento), estas fotografías en las mismas calles que ha fotografiado, impresas en la pared. El resultado es conmovedor, un tributo artístico a un barrio único a través de sus habitantes. Watson no se ha quedado ahí: hace unos días inauguró otra exposición callejera: retratos de fadistas famosos, relacionados con el barrio de la Morería, cuna del fado.

Vagones de tren con obras del artista Vhils.
Vagones de tren con obras del artista Vhils.FRANCISCO SECO

Esta especie de frenesí lisboeta por llenarlo todo de piezas artísticas no se detiene en la Morería. Desde mayo, una decena de trenes de cercanías Lisboa-Cascais lucen pinturas. El director artístico Sandro Resende recibió en marzo la llamada de un representante de los ferrocarriles portugueses que le pedía ayuda para montar una exposición. “Y yo les dije que el mejor espacio para eso eran, claro, los trenes”, dice Resende, que es una suerte de intermediario entre los artistas, el promotor y los patrocinadores. Él lo organizó todo: “Costó 50.000 euros, pero lo pagaron las empresas patrocinadoras, los ferrocarriles portugueses no pusieron ni un duro, bastante tienen ya con los recortes. A estas empresas les dejé una esquina visible para que colocaran su logo sin que influyera en la obra del artista”. Ttapando las ventanas (que no la luz) de uno de estos trenes, el viajero se encuentra con los rostros estampados del conocido artista Alexandre Farto Vhils, famoso en Lisboa por sus impresionantes pinturas en muros y en fachadas aprovechando las grietas y las roturas en las paredes. Algunos de los dibujos ferroviarios de Farto han sido medio arrancados por los viajeros. Resende no se molesta mucho: “Esto es arte en la calle. Nosotros imponemos la obra al público, pero también corremos un riesgo”.

El artista portugués Tinta Crua trabaja en una obra en unos muros exteriores del hospital Julio de Matos en Lisboa.
El artista portugués Tinta Crua trabaja en una obra en unos muros exteriores del hospital Julio de Matos en Lisboa.F. SECO

Paralelamente, el dinámico departamento de Património Cultural del Ayuntamiento de Lisboa busca emplazamientos óptimos para que los artistas callejeros los llenen de pinturas. De ahí que haya edificios enteros, fachadas, paredes y aceras que, de una manera legal, se encuentren decoradas con creaciones de los más famosos grafiteros del mundo, convocados por las autoridades de Lisboa. Ahora trabajan en el muro de más de dos kilómetros que bordea el Centro Hospitalar Psiquiátrico de Lisboa, con temas en azul añil sobre el tema “el rostro”. Han participado más de 30 artistas y el resultado es, simplemente, espectacular: pinturas sucediéndose, como en un enorme cómic de color azul, a lo largo de la carretera. Ya hay guías que incluyen la trasera de este hospital como uno de los puntos imprescindibles del arte callejero de Lisboa.

Hay algo más. Algo que trata de explicar el director de este departamento, Jorge Ramos de Carvalho, cuando define la capital portuguesa como una ciudad abierta y creativa, llena, además, de mil rincones abandonados o semiabandonados con vocación irresistible de lienzo. De hecho, el Gobierno prepara una ley para prohibir y multar el grafiti salvaje, dada su floración intempestiva en la ciudad. Mientras, hasta los contenedores de vidrio se llenan de colores: otra iniciativa municipal en la que no sólo participan artistas consagrados, sino la gente común, los vecinos de una misma manzana, cualquiera, en fin, con un proyecto interesante visado por el Ayuntamiento. Por eso, si le gustan los museos al sol, los que no cierran nunca, en los que no hay que pagar entrada, venga a Lisboa a toparse con el arte en la calle: desde los rostros inquietantes e inmensos de Alexandre Farto que parecían dormir en las fachadas decrépitas a llaves que ya no abren nada en los muros o contenedores de botellas disfrazados de Chewaka.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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