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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El caminante

Mariano Rajoy, se ha pasado el verano caminando. Cada comparecencia durante el mes de agosto ha consistido en verle andar por las veredas gallegas

David Trueba

Dicen los que saben que caminar es el mejor antidepresivo que hay en el mercado. Caminar espanta las sombras, porque contiene la dosis necesaria de movimiento y reflexión. Es un ejercicio, pero el funcionamiento de la inteligencia no es anulado por la exigencia física. Sea como sea, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se ha pasado el verano caminando. Cada comparecencia durante el mes de agosto ha consistido en verle andar por las veredas gallegas. A veces en compañía discreta, en otras ocasiones en grupo popular. Conocíamos los posados de Ana Obregón en la playa, los posados del Playboy sobre la alfombra de tigre en salones de grandes ventanales y hasta los posados de Kate Moss en la raya que separa la intimidad del goce colectivo, pero este nuevo posado andariego ha resultado otro éxito incontestable de su departamento de prensa.

No se trataba del camino de Santiago, pese a la cercanía, sino del camino de Mariano. Al caminar, el presidente parecía querer dejar atrás Madrid, Correa, Bárcenas, Aznar, Esperanza, la cadena humana de Cataluña, Gibraltar y la prima de riesgo. Así andando, andando, hemos logrado llegar hasta las elecciones alemanas, punto de inflexión de la demencia económica que destroza Europa. Parapetado por dentro y por fuera el Congreso, estamos convocados a una caminata. De llegar al mar, comprobaremos que Rajoy es capaz de andar por encima de las aguas. Al fin y al cabo, ya ha demostrado que camina por encima del fuego, de los cristales, de las cenizas y hasta del chapapote.

En Alemania, antiguamente, los novios antes de casarse recorrían a pie el camino que separaba su aldea de nacimiento de la de su esposa. Era una forma romántica de representar la entrega. El andar de Rajoy tiene algo de compulsivo. Rajoy ha hecho kilómetros mentales durante agosto, bajo los compases de una tocata y fuga. Vestido de joven excursionista encargado de transportar la sandía, como patentó Manuel Vicent, los españoles desde las playas, ríos, montañas y oficinas medio vacías, han visto a Rajoy andar y andar y no parar. Es lo único que han visto de él. Y resultaba chocante. Un presidente que no deja de caminar, mientras el país está parado.

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