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La tortura supera a la ficción

La comedia de acción ‘Dolor y dinero’, estrenada ayer, se basa en una historia real con poca gracia, la del secuestro del contable Marc Schiller

Gregorio Belinchón
Un fotograma de 'Dolor y dinero'.
Un fotograma de 'Dolor y dinero'. Jaimie Trueblood

El 15 de noviembre de 1994 Marc Schiller, contable y dueño de un deli, fue secuestrado en Miami. Durante cuatro semanas sus captores le torturaron día y noche. Le quemaron los brazos, le racionaron la comida y la bebida, le dieron constantes palizas, le mantuvieron encadenado y con los ojos vendados con cinta adhesiva: el pegamento casi provocó que perdiera la vista. El cuero cabelludo se le quedó hecho una bola, perdió 22 kilos. Le amenazaron con violar a su esposa y atar a sus dos hijos a su lado. El objetivo era que firmara varios documentos en los que cedía las propiedades de su casa y del negocio del restaurante y que le diera acceso a sus cuentas bancarias. Acabó firmando. La banda decidió matarle y para ello le emborracharon –Schiller es abstemio- y le metieron en su coche para que pareciera un accidente. Por si acaso, le prendieron fuego. Schiller, abrasado, pudo salir del vehículo a rastras, por lo que los secuestradores, que él calcula fueron siete, le atropellaron con una furgoneta varias veces antes de huir del lugar del crimen. Pero Marc Schiller logró sobrevivir.

Y de todo lo anterior, Hollywood ha hecho una comedia.

Michael Bay, el director de Transformers y Armageddon, leyó hace años un reportaje del periodista Pete Collins en Miami New Times, donde contaba este secuestro y los asesinatos de Frank Giga, un empresario que había logrado su fortuna con líneas calientes de teléfonos eróticos, y su novia, cometidos por una banda cuyos cabecillas eran culturistas que se reunían en un gimnasio, Sun Gym. Los criminales –no muy inteligentes, como cuentan todos los que les rodearon, incluido Schiller- fueron detenidos, juzgados y dos de ellos condenados a muerte. A Bay la historia le llamó la atención y ha estado durante años intentando rodar una película, Dolor y dinero, que llegó ayer a los cines españoles y que comienza con el famoso letrero: “Basado en hechos reales”. “Pero es que no es así”, se lamenta por teléfono Schiller, que actualmente vive en Boca Ratón (Florida). Durante su promoción estadounidense el trío protagonista de la historia –Mark Wahlberg (que da vida al líder de la banda, Daniel Lugo), Dwayne Johnson y Anthony Mackie- advertían que era una “versión propia” de lo ocurrido. Bay y sus guionistas se volcaron en el lado cómico, que procedía de los artículos de Collins. “De ahí sacamos el tono. Demuestra un gran dominio en la combinación de cómico y macabro. De hecho, es un gran manipulador”, contaban los guionistas en el estreno en su país. Schiller es más radical: “Collins es un borracho. En realidad la historia la empezó a escribir el detective Ed DuBois [en la película lo encarna Ed Harris], el único que me creyó, pero el caso estaba en mitad del juicio y él se lo pasó a Collins”.

En este retoque de la historia, Bay ha inventado varios personajes –el de Johnson es la fusión de varios criminales-; cambiado nombres y personalidades -el de Mackie, un apocado, es completamente opuesto al real; el de Wahlberg “era en realidad un tipo malo y un narcisista, para nada encantador, y se creía el regalo de Dios en la Tierra”, según el secuestrado- y, ahí le duele a Schiller, convertido este hombre de negocios en un chulo arrogante odiado por todo el que se lo cruza. En un momento dado, Wahlberg dice de este tipo soberbio, cliente suyo en el gimnasio en el que da clases, que parece estar pidiendo a gritos una paliza. Y los espectadores casi se suman al coro. Truco cinematográfico para que al público no se le indigesten las torturas.

Marc Schiller.
Marc Schiller.

“Yo era un padre de familia. Nunca he ido a un gimnasio ni era un tipo que buscaba chicas o que fardara de dinero. Mi vida se cruzó con la de Lugo porque él era amigo de uno de mis empleados, que también acabó participando en el secuestro. Durante mi confinamiento reconocí a Lugo por su voz, y ese fue mi error”. Schiller, nacido en Buenos Aires (Argentina), un tipo que encaja perfectamente en la expresión “hecho a sí mismo”, ha escrito un estremecedor libro –también titulado Dolor y dinero, existe traducción al castellano- en el que cuenta lo ocurrido. “Sí, eran unos inútiles, no había más que darse cuenta cuando me interrogaban, y unos chapuceros, pero destrozaron mi vida”. Tras su liberación casi nadie creyó la historia de Schiller. Su misma esposa dudó. “Era de carácter débil. Se casó conmigo cuando yo trabajaba en Colombia y Estados Unidos le daba miedo. Durante el secuestro me obligaron a punta de pistola a hacer varias llamadas para cubrir las apariencias de mi ausencia, y en una de ellas le pedí que se fuera a su país con los niños, mientras yo acababa de cerrar los negocios. Fue incapaz de percatarse de la situación”.

Su hermana sí le creyó, le sacó del hospital de Miami donde se recuperaba –al tiempo, Lugo y los suyos se plantaron allí para matarle- y lo trasladó a Nueva York. Allí los médicos sí comprendieron que sus heridas y su estado físico no encajaban con un accidente de coche. Pero por miedo –“Yo solo conocía a uno de los siete. ¿Y si me cruzaba con los otros por la calle en Miami?- Schiller tardó en ir a la policía. Estos tampoco le creyeron y solo la investigación del detective Ed DuBois, contratado por Schiller, cambió su parecer. ¿Cómo nadie hizo nada por él? “Los empleados del restaurante eran unos inútiles. Del resto, no sé. A mi hermana, que era la que tenía empuje, le detectaron un cáncer de mama el mismo día en que me secuestraron”. ¿Y los amigos? “Ahora no tengo amigos: en la vida uno nace solo y muere solo”. En cambio, Schiller se define como muy espiritual: “Eso me dio fuerza para sobrevivir durante el secuestro, y yo me encontraba en paz cuando me intentaron asesinar”.

Tras el juicio, Schiller siguió con su vida. Hasta que un día un cliente le dijo que iban a rodar cerca una película sobre su caso. “Nunca me preguntaron, nadie ha contactado conmigo, ni siquiera el actor que me encarna [Tony Shalhoub]… ¡y han filmado a solo 45 minutos de mi casa!”. En los créditos finales del filme se asegura que no usaron el nombre de Schiller para el personaje “para proteger al testigo”. “¡Es ridículo! ¡Pero si he escrito dos libros sobre eso! ¡Si entras en Google y encuentras todos los datos! Me imagino que lo han hecho por una cuestión de dinero”. Ya ha visto Dolor y dinero: “Es como una burla. Me he convertido en el malo. Supongo que así es el cine, ¿no?”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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