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DON LUIS, EL FANTASMA DE GÉNOVA / 27

“No me acuerdo de nada”, decía Arenas

Tentado estuve de actuar, acercarme a su oído y con mi voz de Luis Bárcenas Gutiérrez, decirle algo así como “A mí no me la das, Javierito"

José María Izquierdo
Fernando Vicente

No sé quién soy, repetía Javier Arenas en su despacho.

—Pero hombre, Javier, cómo no vas a saber quién eres, campeón, le decía Pons con una sonrisa…

—No lo sé, no, es que no me acuerdo absolutamente de nada. Tengo amnesia. Mucha. Una amnesia tremenda. ¿Y usted quién es, estimada señorita?

—No me vaciles, Javier, que soy la secretaria general, y la declaración ante el juez ya ha pasado. Ahora ya te puedes acordar de lo que quieras, que estás entre amigos y compañeros…

—No sé quién soy, insistía Arenas. Es un ataque de amnesia.

—Bueno, sí, es verdad, que tampoco hay que exagerar, más o menos amigos…

—De nada. No me acuerdo de nada.

Y de ahí no salía.

—Y cuando me acuerdo de algo, poco, muy poco, no me consta.

Lo intentaron de todas las maneras, pero el ex secretario general se mantenía firme.

—Fijaos ustedes vosotros si tengo amnesia, que no me acuerdo absolutamente de nada de cualquier cosa que tenga que ver, por muy remotamente que sea, con un señor que se llama Luis Bárcenas Gutiérrez. Vamos, es que ni me acuerdo de su nombre. Es más, es que tampoco me acuerdo de cómo se llama Álvaro Lapuerta y tampoco me consta que fuera el tesorero del partido… Incluso no sé ni siquiera de qué partido me estáis hablando.

—… Javier, chico, terciaba Esperanza Aguirre, de algo tendrás que acordarte…

Y es que Esperanza siempre ha tenido mucha mano para esto de la amnesia, que nunca se acuerda, por ejemplo, de que el PP de Madrid, el que ella preside cuando le deja libre su estresante trabajo de cazadora de talentos, es el que más cargos del PP tiene implicados en la red Gürtel, que ganas me dieron de decírselo a la cara.

—Y este despacho tan bonito, ¿de quién es este despacho tan bonito?, seguía diciendo Arenas con cara de haberse fumado varios porros.

Tentado estuve de actuar, y para que se fuera despejando, acercarme a su oído y con mi voz natural de Luis Bárcenas Gutiérrez, decirle algo así como “A mí no me la das, Javierito, que lo mismo cuento en alto algunas cositas y tienes que recuperar la memoria…”. Decidí no intervenir, a ver en qué acababa la representación, que preferí tomar nota de todo para luego contárselo al corpóreo, que debía estar bueno…

Pero como uno es débil, al final no pude contenerme y le metí un viaje donde más le duele:

—Ahí vienen Chaves y Griñán, que si te quieres presentar otra vez a las elecciones andaluzas… Le dije para sus adentros, que esto de que no se enteren los demás de lo que hablas con uno de ellos es una gozada…

Las convulsiones y la cara de terror, los ojos de un lado a otro esperando la aparición de alguno de ellos acabó con la paciencia de Cospedal, que cuando se pone es muy ejecutiva para sus cosas.

—Todos quietos, que voy a llamar al presidente.

Se oía jadear a Mariano al otro lado de la línea.

—Chica, es que no me dejáis ni hacer deporte, que ando aquí de senderismo por las galicias profundas, en el fin del mundo, tú, a ver si no me ve nadie, que no están las cosas para exhibirse. Ya habrás visto las fotos, qué porte deportivo… Por cierto, que tú y yo tenemos que hablar de lo de Ruz…

—Sí, bueno, pero es que ahora estoy muy preocupada porque Arenas tiene un grave ataque de amnesia…

—¡Menos mal que hay alguien sensato en esa casa, y declara que no se acuerda de nada! Como debe ser, Dolores, como debe ser. De nada, no hay que acordarse de nada… Y si te aprietan, pues ya sabes: no me consta. Y a tirar. A ver, ponme con Javier…

—¿Qué pasa, campeón? Tú no fallas nunca, sí señor, así me gusta, ni palabra del contrato aquel que le hicimos a quien tú sabes, aquella reunión, bien, bien… Porque ya has visto a Dolores…

—No me acuerdo de nada. ¿Quién eres?

—Venga Javier, que soy Mariano…

—¿Mariano? ¿Quizá Mariano Fortuny, o acaso Mariano Benlliure, o incluso Mariano José de Larra…? A lo mejor es Luis Mariano, sí, eso, qué bonita tonadilla aquella de “Con el amor no se juega, ¡ay, canastos! que es peor, porque el amor, cuando llega, es, ¡canastos!, lo mejor”.

—Javier, no me tomes el pelo, que estás hablando conmigo, y aún sigo siendo el jefe, a ver si me vas a obligar…

(Mano para tapar el auricular)

—Calla, calla, Mariano, que esto me está saliendo bordado…

(Mientras, en un arriscado peñasco de las brumosas tierras norteñas, Francisco Álvarez-Cascos discute con un paisanín: Ya le he dicho que no me acuerdo de nada y yo a usted no le conozco. Pero hombre, don Francisco, si soy el que le pone los salmones… Nada, nada, no me acuerdo de nada. Y lo del salmón no me consta. Y ahora, déjeme tranquilo, que estoy leyendo un discurso muy bueno de un ilustre gijonés: “Los asturianos sabemos que a la caída de la tarde las nieblas y las nubes surgirán de las entrañas de la tierra o desde la invasión de la mar. Hay quien dice que entre la densa niebla cabalgan las brujas”. Eso, brujas entre las nieblas de Génova, añadía Cascos para sí. Y eso que no me acuerdo de nada, remachaba).

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