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DON LUIS, EL FANTASMA DE GÉNOVA / 23

Es que me da vergüenza, decía el presidente

Algunas gentes desde posiciones que no quiero calificar están diciendo cosas que tampoco quiero calificar

José María Izquierdo
FERNANDO VICENTE

Unos golpes en la puerta sacaron a Cospedal de sus cavilaciones.

—¡Que llega el presidente y quiere que los reúnas a todos!

Se dio el gustazo de llamarlos de uno en uno.

—Javier, ¡sube a la sala de reuniones! ¡Ahora mismo!

—Carlos, ¡sube…!

Llevaba el presidente varios días dándonos la matraca con que no quería ir al Congreso. Que al final fue, se tragó el sapo y salió como pudo de aquella comparecencia, que si fin de la cita, que si fue un error —de años y años, añado yo— y esas cosas, aunque de contar lo que había pasado estas décadas con los maletines y la financiación del partido, por ejemplo, no dijo ni pío, pero es lo que tiene la mayoría absoluta, que es como si te viniera Dios a ver. Tú sales, dices lo que te da la gana, los tuyos se rompen las manos a aplaudirte y los otros se cabrean. Doble recompensa.

Así que aquella mañana el presidente venía a explicar si iba a comparecer. O no.

—Compañeros y amigos. Estamos atravesando unos momentos duros, una etapa difícil en el transcurrir de nuestro gran partido.

Silencio.

—Y son momentos duros porque estamos atravesando una etapa complicada en el transcurrir de nuestro partido.

Silencio.

—Y esa etapa difícil se debe a que atravesamos unos momentos difíciles…

Algo debió ver el presidente en la cara de sus colaboradores.

—… Por la acción, como sabéis, de algunas gentes que desde posiciones que no quiero calificar están diciendo cosas que tampoco quiero calificar.

Silencio.

—Y por esa razón, debemos admitirlo, nuestro gran partido atraviesa en estos momentos una etapa delicada.

Esperanza, que ese día no había ido a cazar talentos porque tenía un horario flexible, fue la primera en hablar.

—O sea, Mariano, que no vas a ir al Congreso…

—Bien. Me alegro que me interrumpas, como siempre, Esperanza, porque quiero que todos entendáis mi honda preocupación por esa actitud de determinadas personas que no quiero calificar que están diciendo cosas que tampoco quiero calificar.

—¿Y? —preguntaron todos, que aunque conocían bien al presidente, bueno estaba lo bueno.

—¿No está claro? ¿De verdad queréis que os lo explique mejor? ¿Es que no entendéis nada? Vamos, que ni atado, que yo no voy al Congreso ni a rastras, que a mí no me veis el pelo en aquel estrado, porque no quiero ir, que me da vergüenza, que me voy a poner nervioso y se me va a notar… que no voy, ea, que no voy…

—Claro, campeón, si no quieres ir, nosotros... —empezó a decir Arenas, que como era el más veterano, y el más pelota, para qué ocultarlo, siempre hablaba el primero, pero enseguida se cortó porque el presidente había empezado a sollozar…

—… Ya me diréis con qué cara salgo yo… snif… que como J. M. se ha quitado de en medio, a ver cómo explico yo lo de los sobresueldos… snif… y por qué nombré al innombrable, que estuvo veinte años hablando de las cuentas con todos nosotros… snif… recibiendo a miles de tíos con maletines llenos de pasta… snif…

Nadie decía nada, que el espectáculo era tremendo y hasta a mí estaba a punto de impresionarme…

—… Que vosotros no tenéis que salir a dar la cara… snif… que hay que decir que no sabíamos cómo vivía el tío… snif… y que tampoco sabíamos nada de lo del Yakovlev… snif… y de lo de los viajes… snif… y lo de…

—Pero, presidente —intervino Cospedal, por aquello de ser la secretaria general…

—Que no voy, ya está, que no voy… snif… que ahora nos metemos en la calor… snif… agitamos Gibraltar… snif… y ya en septiembre se les olvida a todos lo de ese tío… snif… que tendrán que buscar trabajo, dinero para comer… snif… y sacar de entre las piedras la pasta para que los niños vayan al colegio…

Me interrumpió el corpóreo, que tenía el don de la oportunidad.

—Luisito, chico, a ver si puedes hacer llegar a Rosalía, a ver cómo te apañas, que a mí me espían las conversaciones, que se traiga unos cuantos sobres marrones…

—Espera que te cuento, Luis —que cuando cogía carrerilla no había quién le callara….

—… Es que he establecido aquí en el trompo…

—¿El trompo?

—La trena, el maco, el trullo, que hay que explicártelo todo, Luisito, que he montado, te decía, un sistema de sobresueldos, para evitarnos los manguis, tú sabes, que esto crece no veas, que también se han sumado unos rusos que hay por aquí… oye, gente seria… Pero es que yo sin sobres marrones es como si me faltara algo…

—Escucha, Luis, escucha. Ahora mismo les está diciendo Rajoy a todos que le cuesta horrores comparecer en el Congreso…

—¿Con que esas tenemos? Se va a enterar. A la siguiente fase, Luisito. Me voy a preparar más carpetas, y tú ya sabes lo que tienes que hacer…

En ese momento vi que acababa Rajoy…

—Así que no iré al Congreso.

Silencio.

—Bueno, o sí.

Ya saben que fue. A nada. Pero fue. Y eso que había llegado Arriola y le había dado fuerzas con profundos consejos…

—No te preocupes, presidente, que siempre que llueve, escampa, y en tiempos de tribulación no hacer mudanzas…

—Cuánto sabes, Pedro, cuánto sabes… Y sobre todo, ¡qué bien me conoces, rapaz…!

Me preparé para la siguiente fase del plan. ¡El mundo es de los valientes!, me animé yo solo…

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