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SILLÓN DE OREJAS

Cine, pedagogía y espagueti

El cine, permeabilizado por toda la historia del siglo XX y del XXI, también sirve para la pedagogía Avalancha de libros en torno a la gastronomía, la dietética y las artes culinarias

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.

La relación entre cine y novela ha sido siempre simbiótica. Desde sus mismos orígenes el séptimo arte recurrió a la novela para contar en imágenes historias inmortales. Y esas imágenes en movimiento —primero silentes y sincopadas— inflamaron desde el principio la imaginación de los novelistas. Existía, sin embargo, una pequeña diferencia: a principios del siglo XX, mientras el cine todavía estaba efectuando el viaje desde la barraca de feria a la industria del entretenimiento, los novelistas ya dominaban la técnica de contar historias con palabras. El cine aprendería pronto a hacer lo mismo con el lenguaje que le es propio, pero en esos primeros años predominaba el balbuceo. Las novelas también lo reflejaron, claro. Recuerdo aquella escena de La Montaña Mágica (publicada en 1924, pero iniciada en 1912) en que Hans Castorp y su primo Joachim llevan a la tuberculosa Karen Karstedt a ver una película (silente) al cine de Davos Platz, cuya atmósfera viciada, tan distinta al aire puro de las alturas, encuentran, sin embargo, vibrante de vitalidad: “cientos de imágenes, de fugacísimos momentos, centelleaban, se sucedían, permanecían trémulos en el aire y se apresuraban a desaparecer sobre la pantalla” (traducción de Isabel García Adánez). La magia del cine descrita por el novelista Thomas Mann: comunión de imágenes y receptores, de no-vidas luminosas (las de la pantalla), convertidas repentinamente en vidas, y de vidas (las de los espectadores) que permanecían temporalmente en suspenso, fascinadas por aquellas otras que parecían más reales. Pero el cine —permeabilizado por toda la historia del siglo XX y de lo que va del XXI— también sirve para la pedagogía. Ahí tienen, por ejemplo, Cuando las películas votan (Catarata), un interesante reader coordinado por Pablo Iglesias Turrión en el que dieciocho especialistas en ciencias sociales utilizan otras tantas películas para ilustrar o comentar importantes cuestiones de sociología o ciencia política. Así, por ejemplo, Espartaco (Kubrick) sirve para analizar la revolución; Lawrence de Arabia (Lean), el liderazgo; Mad Men, la serie de Matthew Weiner, el feminismo; Blade Runner (Scott), la alienación; y La estrategia del caracol (Cabrera), la acción colectiva. Un libro para estudiantes y profesores a partir de las historias que cuentan las películas. Con bibliografía y filmografía adicionales para los que deseen profundizar.

Espagueti

Avalancha de libros en torno a la gastronomía, la dietética y las artes culinarias. No es de extrañar: entre los más vendidos de no-ficción figuran, por ejemplo, La enzima prodigiosa (Aguilar), de Hiromi Shinya, y dos libros “mediáticos”: Masterchef, las mejores recetas (Espasa) y Pesadilla en la cocina, de Alberto Chicote (Temas de Hoy), productos secundarios de sendos programas de televisión de gran audiencia. La tele lleva mucho tiempo funcionando como “editor” indirecto de obras de tema culinario: ahí tienen, por ejemplo, el sostenido éxito de la saga de libros de Sergio Fernández y Mariló Montero, que están funcionando como auténticas gallinas de los huevos de oro para dos editoriales de Planeta (Temas de Hoy y Espasa): y tienen para rato (y para más libros de recetas), si tenemos en cuenta que su programa matinal en la primera cadena sigue siendo uno de los más vistos por la audiencia, que saliva a esas horas tardías de la mañana con los platillos que preparan en directo. A juzgar por el boom gastronómico televisivo y libresco, se diría que nos ha entrado una auténtica fiebre por “comer bien”, algo que en la mayoría de las casas se venía haciendo de toda la vida. En todo caso, para la rentrée se anuncian muchos más, entre los que selecciono Cocina conmigo (Grijalbo), del también mediático chef escocés Gordon Ramsay, La cocina del bienestar: nutrigenómica (Crítica), de José María Ordovás, y El arte de la cocina francesa (Mondadori), de Julia Child, la célebre chef estadounidense que trabajó durante años en el parisino Le cordon bleu y, de regreso a EE UU, hizo un programa de televisión en el que enseñó a sus compatriotas que había vida más allá de la comida rápida; Meryl Streep interpretó su personaje en la película de Nora Ephron Julie y Julia (2009). Por lo demás, el libro en torno a las cosas de la cocina que más me ha interesado últimamente es La importancia del tenedor (Turner), de Bee Wilson, una entretenidísima historia de los utensilios y artilugios que usamos para preparar la comida y llevárnosla a la boca. Claro que hay quien desafía todas las normas: compruébenlo en YouTube con el hilarante fragmento (Spaghetti) en que Roscoe “Fatty” Arbuckle y Buster Keaton la emprenden con sendos platos de fideos italianos. La escena pertenece a la película The Cook (1917) y, créanme, son dos minutos y cuarenta y cinco segundos de memorable humor silente.

Revolución

Los de abajo, la primera gran novela de la Revolución mexicana, obra del villista Mariano Azuela, se publicó por entregas en 1915, cuando el incendio político y social que acabó con el Porfiriato estaba todavía lejos de extinguirse. En un momento dado de la narración, uno de sus personajes pronuncia una frase que expresa la fascinación que aquella revolución ejerció en buena parte de quienes la vivieron: “Amo la Revolución aun en su misma barbarie”. En la Royal Academy londinense, que hace diez años programó la estupenda exposición Aztecs, puede verse hasta el 26 de septiembre la muestra Mexico, A Revolution in Art, 1910-1940, que se centra en el renacimiento artístico experimentado por el arte mexicano, así como en la atracción que el proceso y las fases de la revolución ejercieron sobre muchos intelectuales y artistas extranjeros, como André Breton, Josef Albers, Edward Burra y otros. Turner ha publicado México, la revolución del arte, 1910-1940, que es la versión castellana del libro que acompaña a la muestra y que recoge los textos de su comisario, Adrian Locke, y un conjunto de magníficas ilustraciones que proporcionan una singular panorámica de la evolución del arte mexicano durante ese periodo crucial que en el terreno artístico coincide con la eclosión del modernismo. Desde los grandes muralistas —Rivera, Orozco, Siqueiros— a pintores inclasificables como Frida Kahlo o Francisco Goitia, los grandes artistas del momento ilustraron e interpretaron aquella revolución, alentados a menudo por los programas estatales para difundir los ideales del nuevo régimen. Una revolución que, además, tiene el mérito de ser la primera en haber sido totalmente documentada por la fotografía: desde las espeluznantes imágenes de ejecuciones callejeras de Walter Horne a los retratos de gentes anónimas de Paul Strand, el libro y la muestra ofrecen una excelente selección de las placas de Tina Modotti y de su compañero Edward Weston, de Cartier Bresson, Robert Capa o el joven fotógrafo y coleccionista Manuel Álvarez Bravo. Turner también ha publicado recientemente, en coedición con el Colegio de México, la Nueva historia mínima de México, sin duda la mejor introducción al pasado de ese país inagotable.

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