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DON LUIS, EL FANTASMA DE GÉNOVA / 9

Gran tipo, Luis Candelas

Una persecución, esto es lo que es, una persecución. Total, por unos milloncillos de nada…

José María Izquierdo
fernando vicente

Enseguida me di cuenta de que el corpóreo estaba de un humor de perros.

—Hay que empezar a moverse, Luis.

—Ya lo sé, Luis, ya.

—No, ya lo sé, no, Luis, que estás de fantasma para algo. Que en cuanto me descuido, te me despistas. Claro, como el que está en la trena soy yo…

—No, Luis, es que aún estoy aprendiendo a despacharme como fantasma…

—Pues a ver si aceleras, Luis…

—Si ya acelero, Luis, pero es que esto es muy difícil, que fíjate que aún ando intentando quitarme el abrigo…

—Déjate de abrigos, Luis, y a lo tuyo…

—Oye, Luis, no me chilles…

—Te chillo porque me da la gana, Luis, que un recluso es un recluso…

Le decía la verdad, que esto de ser incorpóreo y tratar de mover cosas corpóreas tiene lo suyo. Por no hablar de aparecerse, que intentaba concentrarme mucho en el dedo corazón de la mano derecha a ver qué pasaba, y nada. Por repasar la peineta, que me quedaba muy lucida. Incorpóreo. También el dedo. Y es que estas cosas llevan años, para dar el pego, y siglos para dominar las suertes.

Pero es verdad que nuestro asunto ya había llegado demasiado lejos, y teníamos que movernos con rapidez. Por un lado, tenía que empezar a meter miedo a los jefazos de Génova, con la Cospe en lugar destacado. ¿Les he dicho ya que es una bruja, una arpía, una bellaca? Pues eso, que pronto se va a enterar de lo que vale un peine. Además, el corpóreo pensaba que ya era hora de echar mano de los papeles, pero es verdad que yo no estaba en condiciones de ir por ahí, y el resto de tesoreros, que tanto habíamos hecho el uno por el otro, todos para uno, uno para todos, también estaban muy vigilados. Una persecución, esto es lo que es, una persecución. Total, por unos milloncillos de nada…

—Pero hombre, Luis, aunque sea irte hasta ese banco…

—Luis, ni pasar la puerta…

Así que me encerré en el despacho de Mariano, que estaba vacío, y empecé a practicar. Miraba fijamente el último Marca y el último As de la mesa a ver si se movían un poco, que yo intentaba incluso empujarlos con el pie, como haciéndome el distraído, pero nada. Tal que si estuvieran pegados con Superglú.

—Te dije que ni se te ocurriera entrar en este despacho.

Reconocí la voz de Leandro. No, no, le dije, si solo estaba probando…

—Te vas a probar donde tu hnckkbcbcjhjmcnmnc…

… Que no sabía yo que había nobles que hablaran tan mal. Me fui, claro. Pensé que a lo mejor en el mío…

—¡¡¡Esa partida de 300.000 euros la encuentro yo por la gloria de mi madre!!!

Mi sucesora estaba ya destrozada, los ojos fuera de las órbitas, el pelo desgreñado como Puyol en una final de Copa, se había comido el bolígrafo y ahora había empezado con las uñas. Ya iba por la primera falange.

—¡¡¡Todos a repasar!!! A ver, el folio 2.357…

Me dio mucha risa. Pensé pasarle un papel diciéndole que el truco estaba en el folio 5.618. Es mentira, claro, que está en el 12. Un par de años, calculaba yo para que encontraran la cosa… Tampoco allí había buen ambiente, todos a los gritos, así que me puse a buscar un hueco.

—Te veo un poco pasmao, Barcenitas…

Era el fantasma de Luis Candelas. Por corporativismo, me dijo. Me arrastró a una sala del primer piso, donde está el PP de Madrid. “Es la querencia”. Estaba airoso Candelas, moreno, bien parecido, dientes blancos, patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo, bien afeitado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar.

—Que el chache era también un dandi, figura, que no solo los Bárcenas lucís tipito y hechuras…

Se brindó a enseñarme, que entre colegas, volvió a decirme, hay que echarse una mano, que primero flojeas y cuesta un potosí cualquier cosa que emprendas, pero “aluego va de buten”.

—Es que yo era de Lavapiés, sabes, chato…

Me presentó a unos colegas que le acompañaban.

—Aquí, Paco El Sastre, ese es Pablo Luengo, El Mañas, y detrás los hermanos Antonio y Ramón Cusó. Gente de fiar, Luisito, gente de fiar.

Así serían, pero tenían una pinta de patibularios que daban miedo…

—Tú al loro, que aquí estamos para desasnarte. A ver, Paco, ensilla al caballero, que nos observe con cuidado, que me ha gustado cantidubi que todos nos llamemos Luis, que incluso yo me hice llamar Luis Álvarez de Cobos cuando presumía de indiano rico en mi vida de buen súbdito de su graciosa majestad…

Y empezó a darme las primeras lecciones, que si tal y que si cual, que primero hay que concentrarse, luego tener decisión y primero echar la mano a los objetos menos pesados, que es de mucho efecto lo que quitar y poner hojas de los escritorios.

—Que nadie te guipa si tienes pupila, ¿sus dais cuenta?

Un palmo. Moví un folio un palmo.

—¿Lo ves? ¿Te caminas, prenda?

Llamé al corpóreo.

—Antes de nada, te mando recuerdos de Luis Candelas…

—Qué casualidad, oye, que yo me he encontrado aquí con Díaz Ferrán. Saluda a Gerardo, Luis…

—Te llamo para decirte que muy pronto estaré en condiciones de poner en marcha el plan. Aguanta, Luis, como si estuvieras en el Aneto…

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