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DON LUIS, EL FANTASMA DE GÉNOVA / 6

¡Correa, qué gran amigo! O no

No sé qué tiene la gente contra Francisco Correa. Será envidia, digo yo. Porque es un emprendedor de verdad

José María Izquierdo
fernando vicente

No sé qué tiene la gente contra Francisco Correa, que al final tuve que reconocer que éramos amigos. Será envidia, digo yo. Porque es un emprendedor de verdad. Vamos, como yo mismo, que de humilde contable he llegado a las más altas cotas de evasor de capitales. Y todo a golpe de trabajo, de dedicación, de quemarme las pestañas… Porque a ver si se creen ustedes que no es trabajo rellenar cientos, que digo cientos, miles de sobres, con billetitos pequeños, que encima los tíos no querían de 500. Hombre, Luis, es que voy a parecer El Bigotes… Ah, El Bigotes: otro emprendedor. Un tipo simpático, ven pacá, tío, sabes ese de un español, un francés y un alemán, una copa por aquí y un reloj de 2.000 euros por aquel otro, amiguito del alma. Que ya hay que ser emprendedor para decir eso de te quiero un huevo a Francisco Camps.

Pues Correa ya les digo, es —o no, que en Génova ya nos ha contagiado Mariano y todos hablamos así— un tío fetén, muy bueno en lo suyo. Lo que no pienso decirles es que era lo suyo, que esto no es el confesionario ni ustedes son el juez Ruz. Ya se harán cargo. Era como hay que ser, echao p’alante, que a los pijos del partido no les gustaba nada porque se las tenía tiesas con los señoritingos. No divaguemos: Paco era un chulo piscinas. Y como los machos alfa se reconocen por la mirada y los golpes en el pecho, enseguida conectamos. Que el mundo es de los valientes. Digo valientes porque mola, pero es algo más que valientes, la verdad, que si una ayudita, o dos ayuditas, ahora lo tuyo, y luego lo mío…

Mientras, yo me iba haciendo con los mandos en Génova. Algún día, me dije desde la acera de enfrente, mirando las decenas de ventanas, todo esto será tuyo, Luis. Ahora he cambiado el tiempo verbal: algún día todo esto fue tuyo, Luis. Pero a mediados de los noventa Paco funcionaba como un tiro. La Moncloa fue suya cuando Aznar llegó a la Presidencia, venga a facturar —o por lo menos organizar, que lo del cobro ya era otra cosa— viajes oficiales y privados de sus inquilinos. A la par, yo me hacía el amo en el partido, el gerente imprescindible, que si unas cuentas especiales, que si unos sobrecitos todavía más especiales, una modesta compensación por lo que habéis trabajado en esta campaña, hijos míos, échalo a la buchaca que el mes próximo lo mismo te cae otro.

Jauja, aquello era Jauja y el mundo me sonreía. Fue, además, mi mejor época de escalador que me ventilé varias montañas en aquellos tiempos para pasmo de propios y extraños, que ya lo dice César Pérez de Tudela, ese gran hombre: “Para mí Bárcenas es un alpinista impecable en su actividad a quien tengo en inmejorable estima y a quien deseo que cuando terminen estos juicios alguien organice una ‘rehabilitación de su honor’, una institución muy justa existente en el viejo derecho romano”. Eso, invoquemos el derecho romano, porque lo que es el otro…

Estaba en que daba gusto verme con mi uniforme de escalador alto standing, que hasta para subir a los riscos hay que ir como un caballero. Distinguido y elegante. Que si una chaqueta, unos pantalones y unos guantes Haglöfs, un arnés Arc’teryx B360a, unas botas Olympus Mons Evo, además de un rollo de cuerda de ocho metros y 8,9 milímetros de grosor de Edelrid Swift, más unos mosquetones y un piolet Petzl. Y no quiero pasarme contándoles las gafas y el gorro, todo de marca. Notaba yo que hasta las águilas me miraban con cara de envidia, que luego les traía yo unas fotos del lugar a los dos Pacos, Correa y Cascos, que se les hacía la boca agua. Porque tengo que vicepresidir, decía uno, y yo organizar los saraos, decía el otro, que si no ibas tú a ver qué escaladas…

Y así siguió la cosa, de vicio, hasta que llegó la boda de Alejandro Agag con Anita Aznar en el monasterio de El Escorial, mil invitados, los Reyes, Berlusconi, Blair y Durão Barroso… un lujo solo para los elegidos. Aquel 5 de septiembre de 2002 fue el momento clave, porque Paco, un lince, había logrado hacerse amigo, pero amigo, amigo, del flamante yerno de Aznar, Agag el desenvuelto. Tan amigo, que pagó, como saben, algunas cositas de la boda que le costaron unos cuantos miles de euros. Nada, una fruslería, poca cosa a cambio de tomar un whisky, como los amos del cotarro, con quienes mandaban en el partido. Y en el país, para qué negarlo. ¡Qué sensación de plenitud aquellos momentos de compadreo con los jefes de la tribu! Que si presidente por allá, hola Paco, qué tal Alejandro, gusto de verte, Luis. Pero sobre todo, a muchos les quedó claro quiénes eran los que cortaban el bacalao. Así que a partir de entonces, y bendecidos por el ser supremo, si alguien quería algo, ya sabía dónde acudir: Paco… y yo mismo. Para los recados, El Bigotes. Porque soy un tipo de acero, que la cosa es como para echarse a llorar, que fíjense cómo estamos algunos 11 años después: Berlusconi, Paco, un servidor… los mejores.

Por cierto que sigo sin poder quitarme el abrigo, que me pone de los nervios, porque como todo es inmaterial, no encuentro la manga…

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