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Peatónito contra el chófer diabólico

Un licenciado vestido de superhéroe defiende del tráfico a los viandantes El héroe anónimo estudió Ciencias Políticas y le gustan Russell y Chomsky

Pablo de Llano Neira
Peatónito para el tráfico en un cruce de calles en México DF.
Peatónito para el tráfico en un cruce de calles en México DF.rodolfo valtierra (EL PAÍS)

El justiciero enmascarado que defiende de los coches a los peatones de México DF también tiene un punto débil. Superman no soportaba la criptonita, y a Batman a veces le daban bajones. Peatónito es alérgico al gluten. En la cocina de su apartamento tiene dos cartones de cereales libres de esta proteína: Panda Puffs y Cocoa Pebbles.

Su nombre de combate tiene dos acepciones según se le ponga tilde o no: Peatónito, dice, tiene la fuerza fonética del superhéroe, y Peatonito tiene ese diminutivo entrañable que usan los mexicanos para quitarle un tantito de hierro a lo dura que es la vida. Dos o tres veces a la semana, este joven se pone en su casa una máscara de luchador de lucha libre, se coloca una capa negra y sale a la calle a enfrentarse a su enemigo: el tráfico de la capital de México. Hablamos de más de seis millones de vehículos. Hablamos de un país en el que la carretera mata a 24.000 personas al año, más del doble que todos los carteles del narcotráfico con sus rifles kalashnikov.

Creó su personaje hace un año para llevar a la práctica su carrera académica

Peatónito, como se llama él oficialmente, tiene 26 años. Es un chico de clase media, hijo de una madre filóloga y de un padre arquitecto. Ellos saben que su niño es un superhéroe. Lo descubrieron en una entrevista en un periódico. Iba enmascarado, pero lo identificaron por las manos. Los padres también tienen poderes extraordinarios.

Él creó su personaje hace un año para llevar a la práctica su carrera académica. Es licenciado en Ciencias Políticas y está terminando su tesis, Política y movilidad urbana en el DF. Trabaja en una ONG que se dedica a estos asuntos y en otra cosa que impacta al escucharla: “También soy mecatrónico”. ¿Perdón? “Es ingeniería de hardware para robots”. Ah, bueno. El justiciero de la movilidad tiene un taller con un socio en el que fabrican pequeños drones de uso civil. Son como los aviones no tripulados de Obama, pero no para bombardear talibanes, o en su defecto civiles inocentes, sino para sacar fotos aéreas y cosas así. Él le está dando vueltas a la idea de usarlos para vigilar intersecciones inseguras y para pintar los pasos de cebra que están borrados. Superman volaba. Batman tenía un batmóvil estupendo. Con un ejército de drones en sus manos, Peatónito se pondría a la altura de Bruce Wayne y de Clark Kent.

Su nombre ya ha aparecido en un periódico, pero él prefiere que quede en el anonimato. “Un superhéroe no revela su identidad porque quiere hacer justicia por su propia cuenta, y eso te puede traer problemas con la autoridad, que es la única que puede hacer justicia. La otra razón es que todos somos este personaje. Hasta el que va en un Ferrari, en un carrazo, tiene que bajarse en algún momento a caminar al menos una cuadra, y también está expuesto a la inseguridad vial”. Peatónito mide 1,83 y pesa 85 kilos. No fuma. No toma drogas. Casi no bebe. La última vez que se puso beodo fue en las Navidades pasadas. Es un universitario de ideas progresistas. En los estantes que tiene de librería en el salón de su casa hay libros de Bertrand Russell y de Noam Chomsky. También hay un muñeco de un guerrillero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. En este momento aún no se ha puesto sus ropas de acción. Viste una playera blanca, unos jeans y unas zapatillas de andar en monopatín. Sobre una mesilla tiene la partitura de la canción Spanish bombs, del grupo británico The Clash. El joven que está detrás del superhéroe sostenible toca el bajo eléctrico en una banda de “punk y surf”. Durante unos segundos coge una guitarra y se pone a cantar: “Spanish songs in Andalucía…”. Luego se va a su habitación a cambiarse. Regresa Peatónito. Lleva la máscara del luchador que más le gustaba de pequeño, Black Shadow. Sus colores son blanco y negro, como los de los pasos de cebra, el principal campo de batalla de este politólogo fortachón.

Su careta, blanca y negra, homenajea

Peatónito sale de su apartamento y saluda a un niño en el ascensor. Abajo se despide del portero, un señor mayor que apoya su causa. Lo primero que hace en la calle es pedirle a un coche que se pare ante un paso de cebra. Los métodos de combate de Peatónito son pacíficos. Se planta en el paso de cebra y le hace señales a los conductores para que no se muevan mientras cruza la gente. Cuando un vehículo frena encima del paso de cebra, Peatónito ejecuta una performance urbana. Hace como que lo empuja de vuelta. Por lo general, los conductores, al ver que un loco encapuchado esta intentando desplazar su automóvil, dan un poco marcha atrás.

El luchador sigue su camino y se encuentra un sumidero tapado solo con unas planchas de madera. Le hace un círculo alrededor con un spray amarillo que lleva para estos casos. También tiene uno blanco para pintar pasos de cebra desvaídos o inexistentes. Sobre la marcha, habla de los autores que más le gustaban cuando estudiaba ciencias políticas, le gustaban Kant y John Rawls. Mientras avanza al atardecer por las calles del moderno centro de México DF, el hombre enmascarado se pone a disertar sobre el Leviatán, el animal marino de fantasía con el que Thomas Hobbes simbolizó en el siglo XVII el monopolio estatal de la violencia. “En esta ciudad se mueren una o dos personas al día por accidentes de tráfico”, dice. “El Gobierno no está cumpliendo su trabajo de Gran Leviatán, y si no cumple, tenemos que llamarle la atención”.

El justiciero pide a un conductor que su coche no pise un paso de cebra.
El justiciero pide a un conductor que su coche no pise un paso de cebra.rodolfo valtierra

Calle Papaloapan. Peatónito acaba de encontrarse una furgoneta roja aparcada sobre una acera. El Pequeño Leviatán mexicano se quita las zapatillas, se sube al vehículo y en un conciliador acto de resistencia simbólica camina sobre el techo de la furgoneta sin rayarla ni abollarla. A unos metros hay dos policías cuidando la entrada de un edificio corporativo. Los agentes no intervienen, pero le dan un aviso al justiciero enmascarado. El dueño de la furgoneta es el vendedor ambulante de dulces que está en la esquina.

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