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Ataúlfo Argenta, el director de orquesta español que destruyó fronteras

Una exposición en Santander celebra el centenario del nacimiento del músico

Argenta, con la bailarina británica Margot Fonteyn, en una de las imágenes de la muestra.
Argenta, con la bailarina británica Margot Fonteyn, en una de las imágenes de la muestra.

Mayo de 1950. Ataúlfo Argenta (1913-1958), el joven director de la Orquesta Nacional de España, se pone delante del público parisino en el Teatro de los Campos Elíseos en el primer concierto de la agrupación en esta ciudad. La apoteosis es suprema. Los músicos, desmadejados por el esfuerzo, no saben cómo reaccionar. El público no deja que la orquesta termine las últimas notas de La Revoltosa, que Argenta ofrece como propina tras muchos aplausos de insistencia, y después se ordena en largas colas, a la espera de los autógrafos. Al día siguiente, un cartel anuncia que ya no quedan entradas.

Este es solo un ejemplo de la pasión y admiración que despertó Argenta a lo largo y ancho de Europa; el cántabro se convirtió en un fenómeno de masas, a las que abrió su arte. Fue el primer director de orquesta español global, el que se atrevió con repertorios variados en la cerrada España de la Posguerra y quiso relacionarse con el público con naturalidad y lo sedujo, quien conquistó los escenarios alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, y despertó las alabanzas unánimes de figuras de primera fila como Wilhem Furtwängler, Sergiu Celibidache, Herbert von Karajan o Claudio Arrau. Lo hizo desde su planta impecable de galán que evocaba a los artistas de Hollywood y desde una energía y afán de superación que marcaron leyenda. Y con rigor. Ayer se inauguró en la plaza Porticada de Santander la exposición Argenta. Una batuta centenaria, que se podrá ver hasta el 1 de septiembre. Comisariada por el periodista Jesús Ruiz Mantilla, y organizada por Acción Cultural Española (AC/E), celebra el centenario del nacimiento del maestro. La inauguración coincidió con el inicio de la 62 edición del Festival Internacional de Santander, al que Argenta dio un enorme impulso: llegó a contratar personalmente a los artistas que mostraban recelo ante la situación política de la España franquista o desconfianza de que no se les pagara. La memoria del director se recupera además porque el Pleno del Ayuntamiento santanderino ha aprobado el cambio del nombre de la calle del General Mola por la de Ataúlfo Argenta. “Ya era hora”, apostilló el alcalde Íñigo de la Serna.

Con las generaciones más jóvenes en mente, la exposición se organiza en doce paneles. En estos se muestran desde las imágenes más íntimas y familiares de Argenta, en las que se le ve en su tierra natal a la que siempre estuvo muy unido, y sus otras aficiones: la pesca, la danza –fue gran amigo de la bailarina Margot Fonteyn-, la fotografía… hasta sus actuaciones en los escenarios internacionales, con sus manos y gestos llenos de expresividad. Las secciones Preludio, Su gente, Popular, Universal, Carisma, Hacia el mito van narrando su historia, junto a los grandes músicos de la época.

Un crítico del diario Le Figaro definió a Argenta como el hombre “más franco, generoso y encantador en una profesión en que esas virtudes escasean”. Pero no lo tuvo fácil hasta alcanzar la gloria y, aún así, el destino le deparó una muerte temprana debido a una intoxicación a la edad de 44 años, cuando, según su hijo Fernando, estaba a punto de aceptar el contrato mejor pagado del momento y marcharse a Estados Unidos. Dejaba tras de sí una biografía llena de datos abrumadores: la dirección en 10 años de 40 orquestas fuera de España, 720 conciertos y un repertorio en el que había manejado alrededor de 600 obras.

Argenta nació en 1913 en Castro Urdiales (Cantabria). Era el hijo de un jefe de estación que tocaba el piano y que supo ver en su vástago desde muy pronto la promesa de una carrera musical brillante. A los 12 años, dio su primer concierto público. Toda la familia se trasladó a Madrid para que tuviera la oportunidad de desarrollarse en el Conservatorio de la capital y allí, en la Masa Coral, conoció a los 15 años a Juana Pallarés, con la que se casó y tuvo cinco hijos.

En la Guerra Civil vivió uno de los momentos más delicados de su vida: fue acusado por los franquistas de espionaje y enviado a la cárcel de Segovia. A punto estuvo de ser fusilado, pero se aclaró una falsedad. Llegó la Posguerra, un páramo para las posibilidades del artista, que se fue abriendo paso tocando primero en revistas y después finalmente música clásica. Las cosas parecían ponerse poco a poco a su favor. Sin embargo, cuando estaba en el intermedio del concierto de piano que daba en Oviedo con la Filarmónica, se enteró de la muerte de su segundo hijo recién nacido. Siguió con la interpretación con los ojos empañados y fue una noche de éxito a la que siguieron muchas otras.

Gracias al pianista Winfried Wolf, logró una beca en Postdam y Kassel con 27 años. Su maestro Carl Schuricht lo convenció para que se dedicara a la dirección. A su regreso a España, creó la Orquesta de Cámara de Madrid y daba dos conciertos a la semana en Radio Nacional. Promovió también el género lírico español con grabaciones discográficas de las principales zarzuelas. En 1949 se convirtió en el titular de la Orquesta Nacional de España y ese mismo año, por su historia de amor con la Suisse Romande, remató su conquista de los escenarios europeos.

Ecléctico, carismático, de memoria monumental y autoridad… Argenta no siempre recibió cariño sin embargo. Tuvo que pedir disculpas por unas declaraciones en las que se refería al aislamiento de España que provocaron una campaña en su contra. Su salud se deterioró en los últimos años por el fragor de su actividad. Estaba llamado a suceder en el trono, junto a Karajan, Leonard Bernstein o Celibidache, a los reyes Furtwängler y Arturo Toscanini.

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