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MINIATURAS NEGRAS / 3

El señor Aberdeen

Llama su exmujer. Dos o tres palabras y le corta. Ya se lo dijo: muerto me vas a sacar un billete

Eduardo Estrada

Podía haber sido una mañana como cualquier otra para el señor Aberdeen. Pero Gladys, su mucama desde hace doce años, se quedó dormida y no lo despertó a las seis y cincuenta como todos los días hábiles. Ella recién entra a su habitación a las ocho de la mañana, pide disculpas, enciende las luces, corre las cortinas, se mete en el baño y gira las canillas: la fría una vuelta, la caliente tres, como le enseñó el Sr. Aberdeen ni bien empezó a trabajar en la casa. Apenas Gladys sale, él se mete en la ducha con evidente malhumor. Cuando ya está enjabonado, se corta el agua. Pide a gritos agua mineral para sacarse los restos de jabón. Se viste con la ropa que Gladys dejó sobre la cama y sale. En el palier, ella lo espera con su taza de café, un vaso de agua y la medicación que toma cada mañana por sus antecedentes cardíacos. Apura dos pastillas con un trago de agua y sube al ascensor con la taza de café que le deja al encargado del edificio en la planta baja. No hace falta que le diga que luego Gladys pasará a buscarla, es la rutina. Sube a la camioneta y llama a Lucía, su asistente. No lo atiende. Insiste pero esta vez sale el contestador: “Llámeme urgente”. Habla a la oficina, la recepcionista le informa que Lucía está enferma y hoy no vendrá a trabajar. Shit,dice el señor Aberdeen, su punteada favorita. Pero no le extraña, Lucía suele enfermarse cada vez que él la levanta en peso por algo. Y no se acuerda por qué pero sí que anoche terminaron discutiendo a gritos; él gritaba, ella lo escuchaba en silencio. Un mail que redactó mal, o un informe que no tipeó a tiempo, no se acuerda.

Frente al portón del garaje de la empresa aprieta el botón del control remoto pero la puerta no se abre. Vuelve a intentar y nada. Shit. Deja el auto en la calle, le tira las llaves al hombre de seguridad para que se lo acomode, y sube a la sala donde lo esperan para una reunión. Malena Pozzi, jefa de comercio exterior y amante ocasional de Aberdeen, lo mira y con cara demudada le informa que a pesar de los esfuerzos no llegarán a tiempo con la exportación a China. “¡Cómo que no llegamos a tiempo!”, le grita Aberdeen delante de cuatro empleados más. “Es que con la reducción de personal del último mes...”. Aberdeen no la deja terminar: “Si no llegan, habrá más reducción”. Luego monologa por quince minutos, establece las responsabilidades de cada uno y concluye: “Así que muevan el culo que quiero buenas noticias para esta tarde”.

Ya en su oficina revisa los papeles para la firma que le dejaron sobre el escritorio. Faltan dos cheques que debían salir sí o sí antes del mediodía. Llama a gritos a Lucía, pero ante la falta de respuesta recuerda que no fue a trabajar. Baja él mismo a buscar los cheques a tesorería. De camino suena el teléfono, es Clara, su exmujer, para reclamarle una vez más que firme el acuerdo de divorcio. Dos o tres palabras y le corta, si esa mujer se quiere quedar con algo de lo suyo, tendrá que matarlo. Ya se lo dijo varias veces: muerto me vas a sacar un billete. Pega tres gritos en tesorería y aparecen los cheques. Cuando vuelve a su oficina lo está esperando Malena Pozzi. “¿Solucionaste eso?”, dice él. “En eso estoy”, contesta ella y con actitud seductora le acerca una taza de café. Él agarra la taza. Se miran a los ojos. Ella: “Tomalo, te va a hacer bien”. Él bebe: “¿Cuánta azúcar le pusiste?”. Ella: “Tres cucharadas”. “Todavía no sabés que yo tomo con dos”, dice él y en lugar de enojarse la besa. Por la ventana llega el sonido de un golpe seco y luego vidrios rotos. El señor Aberdeen se asoma por la ventana, su exmujer acaba de hundirle el baúl del auto. Se agarra la cabeza: “Hija de puta, no lo puedo creer”. Aberdeen se dispone a salir de la oficina, Malena intenta detenerlo. Él se violenta, quiere deshacerse de ella pero casi al mismo tiempo se agarra el pecho y se dobla por la cintura. Malena lo mira. “Llamá a un médico”, pide él. Ella no se mueve, él se deja caer sobre una silla. Quiere gritar pero no puede. “Llamá a un médico, ¡shit!”, dice con un hilo de voz. Ella sigue quieta. Él convulsiona, cae de la silla, la mira desde el piso con el poco aliento que le queda. Ella da un suspiro profundo y luego manda un mensaje con su teléfono. Clara entra a la oficina, mira a Malena : “¿Llamamos a la ambulancia?”. “No todavía. Démosle unos minutos más”. Aberdeen hace los últimos estertores y luego su cuerpo queda inmóvil, para siempre. Malena marca un número en su teléfono: “Hola, Lucía, listo mandá la ambulancia”. Clara llama a la casa de Aberdeen: “Ya está, Gladys, se terminó todo, tranquila, no llores”. Corta y mira a Malena: “Un corazón débil como el suyo no iba a soportar tantos inconvenientes en un solo día”. Malena mete la mano en su bolsillo y le devuelve la caja donde todavía quedan algunas pastillas de Viagra: “Le puse solo tres al café, me pareció suficiente”. “Parece que lo fue”, contesta Clara.

Llama su exmujer. Dos o tres palabras y le corta. Ya se lo dijo: muerto me vas a sacar un billete.

El sonido de la sirena de la ambulancia se empieza a oír a lo lejos.

Claudia Piñeiro es escritora argentina, su última obra es Un comunista en calzoncillos.

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