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La noche de los cien músicos

Jorge Pardo presentó su disco ‘Huellas‘ en el festival Etnosur en un concierto único Le acompaña una banda de cornetas, una agrupación local y una ‘big band’.

Concierto de Jorge Pardo en el Festival Etnosur 2013. Alcalá la Real, Jaén.
Concierto de Jorge Pardo en el Festival Etnosur 2013. Alcalá la Real, Jaén.Cristobal Manuel

Jorge Pardo reparte besos y abrazos al bajar del escenario. No ha tenido tiempo ni de soltar el saxo y la flauta travesera, pero está exultante después de las dos horas de concierto y en el backstage hay mucha gente a quien abrazar: los componentes de su band; los 16 de la Original Jazz Orquestra; la big band del Taller de Músics, venida desde Barcelona; y los músicos del pueblo donde ha actuado, Alcalá la Real, Jaén, que son unos 80 si sumamos a los más de 20 de la agrupación de cornetas y tambores de Semana Santa que han bautizado como la Corneta Ensamble, los 60 de la banda de música de la Asociación Pep Ventura. Y además, personajes como el yogui de Mojácar, que les acompaña en sus bolos por Andalucía y ejerce a ratos de profesor de yoga, a ratos de conductor de furgoneta, y que se ha puesto a meditar en pleno concierto en mitad del escenario.

 Han sido más de 100 los músicos que han tocado en algún momento de esta noche. Aunque nadie, ni siquiera Jorge Pardo, sabe exactamente cuántos. “Calculamos que son 107, dos arriba, dos abajo. La banda es semiprofesional y a los ensayos cada vez venía un número distinto. Me encanta porque para ellos la música no es un oficio, es una pasión”, decía recién duchado, en la terraza de su hotel, el único de esta localidad de 20.000 habitantes, a la que se llega desde Jaén atravesando 80 kilómetros en los que los olivos cubren todo lo que abraza la vista.

Faltaban apenas tres horas para el espectáculo y solo pensaba en cenar “un filete enorme” antes de ir al recinto del festival Etnosur. La organización del certamen calcula que había unas 12.000 personas, usando el matemático método del ojo de buen cubero. “Aunque uno está bregado en mil historias, impresiona el tamaño de lo que hay sobre el escenario y debajo. No es lo habitual. Yo soy más bien tranquilo... bueno, no, soy nervioso, pero también perro viejo y la cosa ahora es disfrutar. Es una noche única. A mí me gustan las formaciones pequeñas. Cuartetos, como mucho quintetos. Es tan fácil ponerse de acuerdo: la hora de quedar, tomar una cañita, parar cinco minutos… Aquí hay que preverlo todo… Pero escoges al equipo adecuado y ellos lo hacen todo. Yo me he limitado a poner mi chispa para que prenda el fuego”.

Las cornetas de Semana Santa, seas creyente o no, erizan los pelos”

Horas después, a las tres de la mañana, cuando el proyecto en el que se ha invertido un año ha terminado, ese equipo se puede relajar por fin. Aficionados y profesionales se mezclan y se hacen fotos juntos. Especialmente felices parecen los miembros del grupo de Jorge Pardo, instrumentistas curtidos en mil batallas como el guitarrista Josemi Carmona, que saluda a cada uno de los músicos con los que se cruza; los mellis de Huelva, gemelos que ejercen de palmeros (“esos ya daban palmas dentro de su madre”, bromea Pardo). También andan por ahí el contrabajista Pablo Báez; Bandolero, el batería; el percusionista Marc Miralta, que esta noche tocaba la marimba, y el otro guitarrista, Diego Guerrero, con su llamativa americana de lentejuelas.

 Todavía queda desmontar el escenario y guardar el equipo, pero lo principal es alegrarse de que todo haya funcionado a pesar de que ha sido “un quilombo importante”, en palabras del técnico que ha controlado el sonido. Aparenta estar tranquilo, pero visto lo que le cuesta liar un cigarrillo, la procesión va por dentro. “Había tantas cosas que manejar que cuando creías que todo estaba bajo control te dabas cuenta de que algo no funcionaba. Nada importante, afortunadamente, dicen que ha sonado bien. Me alegro, porque ahí arriba no ves más que los fallos”.

De la banda me encanta que para ellos la música no es oficio, es pasión”

Ha sonado bien, cierto. Por momentos, especialmente en la irrupción de las cornetas y tambores, espectacular. Durante el tema, con aire a marcha de moros y cristianos, Pardo y sus músicos se miraban cómplices y sonrientes. Esa era la parte que más ilusionaba al madrileño, que, a pesar de ser el gran protagonista de la noche —todo gira alrededor de su último disco, el doble CD Huellas—, se ha mantenido en una esquina, sin pisar el centro del escenario, sin reclamar más protagonismo que el estrictamente necesario. “Tenemos asociado el sonido de las cornetas a la tradición religiosa y eso puede producir cierto rechazo, pero el sonido es eso, sonido, y este en concreto es espectacular. Si eres español lo tienes metido dentro, aunque no seas creyente. Yo nunca he sido devoto, ni mi familia. Pero tú escuchas eso en las calles cerradas en Semana Santa y, creas o no, se te erizan los pelos. Y yo pensé que tenía que aportar algo al respecto, mezclarme con esa gente”, decía el reciente ganador del premio a mejor artista europeo de jazz del año que en enero concedió la Académie du Jazz de France, la más antigua y prestigiosa del viejo continente.

Es el primer español que lo consigue: “No me ha proporcionado más dinero, ni más actuaciones, pero sí más reconocimiento. No en los medios especializados, donde ya estaba presente, sino en los generalistas. De repente se encuentran con la noticia. ‘Coño, a mí me importa el jazz un carajo, pero es español, es de los míos’. Como la selección española de fútbol. Para los que ya me conocían es una alegría, la confirmación de eso de ‘¡Lo sabía! ¡Sabía que este tío era bueno!”.

Es ganador del premio a mejor artista europeo de jazz del año que en enero concedió la Académie du Jazz de France, la más antigua y prestigiosa del viejo continente.

Pero aunque adquiriera su actual estatus gracias al patrioterismo deportivo aplicado al jazz, Jorge Pardo lleva desarrollando una carrera excepcional desde hace nada menos que 40 años. Un 70% flautista y un 30% saxofonista, -en su propio cálculo-, entró en el conservatorio de Madrid a los 14. En los setenta fue miembro de Dolores, ese colectivo con el que Pedro Ruy Blas renovó el jazz español. En 1979 participó en la grabación del más mítico álbum de flamenco del último medio siglo: La leyenda del tiempo de Camarón, al que todavía considera su músico favorito de todas las épocas y todos los estilos. A principios de los ochenta se integró en el Paco de Lucía Sextet, con el que grabó varios álbumes. El fallecido Mario Pacheco le enroló en la escudería del nuevo flamenco heterodoxo que se agrupó en su discográfica, Nuevos Medios, donde grabó nueve discos entre 1987 y 2001.

Ha girado y colaborado con músicos de todo tipo: de Lou Bennett y Chick Corea a Albert Pla y Mecano (suyo es el solo de saxo que suena en la famosísima Cruz de navajas). Hace muchos años que se mueve con soltura entre el jazz, lo latino y lo flamenco, porque, asegura, “de lo que se trata es de impregnarse en los sonidos con paciencia y tenacidad, no quedarse en lo superficial”. Dice que hace tiempo derribó los tabiques cerebrales y que la música le entra por los poros. Toda la música.

El premio no me ha proporcionado más actuaciones, pero sí más reconocimiento en medios generalistas. De repente se encuentran con la noticia. ‘Coño, a mí me importa el jazz un carajo, pero es español, es de los míos’.

Por eso se ha embarcado en esta producción que nació hace un año en la casa de Mojácar de Ángel Vicente, que se define como “gestor” del proyecto. Una persona con un entusiasmo contagioso: “Jorge tiene más bandas, tríos, cuartetos que llevan otras oficinas. Yo coordino Huellas. No te das cuenta de lo grande que es hasta que bajas al comedor, ves que está lleno y te das cuenta de que todos son tu grupo”.

El proyecto original, Huellas XL, “solo” incumbe al sexteto de Jorge Pardo y la Big Band del Taller de Músics. Así se presentan hoy en Barcelona, dentro de la programación del Grec, y el jueves en el Festival de Jazz de San Sebastián. las dos únicas citas hasta el momento, aunque no descartan más fechas en septiembre.

Lo de Alcalá la Real va un paso más allá, por eso se bautizó como Huellas XXL. Ha costado 32.000 euros al festival Etnosur, que se lleva celebrando 17 años en el municipio y cuenta con un presupuesto de 180.000 euros aportado por el Ayuntamiento. “Cada edición tenemos una producción propia. Para convencer a Jorge tardamos un minuto, quizá minuto y medio”, dice Pedro Melguizo, director del certamen. “Jorge ya había estado antes. Esa es la única condición que ponemos. Es que esto es muy difícil de explicar a alguien que no haya estado”.

Es cierto. Es una convocatoria peculiar que durante un fin de semana de julio ocupa el pueblo. Insisten en que no es un festival de música, sino un festival con música. Hay circo, cine y charlas. Un zoco y tatuajes de henna. Aulas de poesía y grafitis. Solo tres o cuatro grupos al día, en un recinto al aire libre. Por la tarde, pequeñas bandas de mestizaje tocan en el paseo de Los Álamos, en pleno centro. No hay escenarios. Acaba una de ska y empieza una batucada, que da paso a una de swing. Muchas litronas y cigarrillos liados. Pies descalzos, rastas... Todo parece espontaneo, tiene algo de fiesta playera y el público es muy joven, entre 15 y 25 años. “Hay de todo. Ya ves que cuando empiezan los conciertos como el de Jorge baja el pueblo en masa. Treintañeros y abuelos. El festival ha cambiado muy poco. Es muy parecido al primero. Nunca hemos tenido cabezas de cartel, no hacemos publicidad, nos vale con el boca oreja. Ha crecido solo, manteniendo su alma. Lo único por lo que apostamos es por la calidad, como esto”, dice mirando al escenario, donde Jorge Pardo está a punto de salir. “No me digas que no es para estar orgulloso”.

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