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Tentaciones
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“El rap es una basura”

Eric Burdon, ex cantante de The Animals en los sesenta y apasionado devoto del blues, toca mañana en Las Palmas

David Marcial Pérez

A Eric Burdon no le gusta el rap. “Mira, los grandes músicos negros decían ‘si no tiene swing, no merece la pena’. Y si hay algo que no tiene el hip hop es swing. Es agresivo, violento. El rap es una basura, eso es lo que es”, sentencia con voz cavernosa desde el otro lado de la línea telefónica. A sus 72 años, Burdon ejerce con gusto de airado guardián de las esencias. Y es que salvo algún fugaz coqueteo con la psicodelia y el funk, el que fuera cantante de The Animals, una de las bandas británicas de los sesenta más descaradamente imbuidas por el rythm & blues afroamericano, apenas se ha movido de esa casilla. Sus decenas de discos y colaboraciones hasta la fecha son un idilio cuasi religioso entre el rock y blues, esa música negra hecha para superar la pena.

Pasó por España en primavera presentado su último disco, con el que vuelve hoy al Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria. “The Animals fuimos de los primeros grupos blancos en tocar en el Apollo de Harlem. Hace poco volví por allí y me han invitado de nuevo, así que tocaré con mi actual banda casi 50 años después”. Eran los tiempos del desembarco al otro lado del Atlántico de la primera flota inglesa con flequillo, The Rolling Stones, The Kinks, The Beatles. Aquellos chicos blancos asaltaron las listas de éxitos norteamericanas copiando a artistas como Muddy Waters o Howlin’ Wolf, despreciados hasta entonces en su país de origen. “Sin embargo, yo nunca me sentí rechazado por ningún viejo bluesman. Eso sí, tuve problemas con gente del negocio, incluidos críticos y periodistas”, recuerda.

Burdon no regresó de la Invasión Británica. Se quedó a vivir en la frenética California del cambio de década. Allí se hizo amigo de Jimmy Hendrix, Janis Joplin y la generación de las flores. Escribió canciones contra la guerra de Vietnam, tocó en el Festival de Monterrey del 67 y deseó hasta el infinito durante aquel verano del amor. “En esa época yo guiaba mi vida según el don´t look back de la canción de Dylan. El futuro era lo más importante y no había que mirar atrás. Pero, sabes, no puedes cambiar el futuro. Lo que sí puedes cambiar es el pasado. Por eso me he propuesto reescribir la historia que yo viví y del modo en que yo la viví, que es muy diferente a como la lees por ahí”.

En sus libros, y ya va por el tercero, cuenta cosas como cuando en 2004 le tuvieron que ingresar en un hospital de Atenas por agotamiento casi al final de una gira. “Ahora llevo una vida muy buena. Me he mudado a una zona más cerca de la costa después de vivir muchos años en el desierto. Con la crisis cerraron la mayoría de los restaurantes buenos que tenía cerca de casa”. El artista británico lleva en la carretera desde enero. Está presentando Til’ your river runs dry, un disco de sosegado y reflexivo blues repleto de alegorías y aforismos propios del género.

Aunque dice que ha bajado las revoluciones, la noche anterior a esta entrevista Burdon no había pegado ojo. “Trato de no admitirlo, pero me pasa durante las giras. Lo que me pone nervioso son cosas como pensar en que no voy levantarme lo suficientemente pronto como para coger el avión”, cuenta. Lo que sí parece tener resuelto es que no participará en la resurrección de The Animals planeada este año por su 50 aniversario. “No tengo relación en absoluto con mis ex compañeros. Ellos se han encargado de que así sea. Nunca me llamaron ni hicieron ningún intento de hablar conmigo hasta que quisieron hacer una gira. Me he cansado del nombre de The Animals, porque ya no puede significar para mí lo mismo que hace años”.

Su viaje a las profundidades de la música negra le llevó a toparse en un bar de Los Angeles con una de esas bandas con mucha gente y muchos instrumentos. Un coctel infeccioso de soul, jazz, funk y pop de principios de los setenta, con un aroma parecido a lo que estaba cocinando George Clinton con sus Funkadelic en la misma época. En plena guerra de Vietnam, Burdon decidió que el nombre para su nueva banda sería War. “Creímos que la guerra era una mala broma que ya duraba demasiado y que a lo mejor así conseguiríamos quitarle algo de hierro. Obviamente no lo conseguimos”. De aquella batidora salieron tres discos, con perlas delirantes como Spill the wine, que funcionaron bien en las listas y propulsaron la carrera de War. Pero él apenas duró dos años en la banda.

“Lo dejé porque a ellos no les gustaba el blues. Para mí significaba algo diferente, no lo entendían. El blues es una religión. Una religión del corazón, del alma y del espíritu humano”. Algún eslabón debió de romperse, según él, en esa cadena espiritual que acabaría enganchando con el hip hop: “El sistema utiliza el rap como una táctica de distracción para alejar a los jóvenes negros de los problemas reales. Deberían estar preocupados por lo que está pasando en Egipto y no por joyas y coches grandes. Pero la policía prefiere que estén merodeando por la calle con droga en una mano y una pistola en la otra antes que con el libro rojo de Mao”.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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