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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Erratas

Me asaltan jocosas asociaciones mentales constatando las sucesivas barbaridades ortográficas en los rótulos que ilustran las imágenes y de los telediarios y de los programas informativos

Carlos Boyero

Hay historias muy graciosas alrededor de erratas y desvaríos gramaticales. Hace muchos años alguien que había escrito “agarró un cabreo y se tiró al monte” vio cómo ese gesto revolucionario se transformaba al ser publicado en algo tan carnal como “agarró a un cabrero y se lo tiró en el monte”. En un examen de latín, un alumno hizo su traducción particular de la frase “Cesar envió a sus tropas al puerto de Ostia” con un surrealista y contundente “Cesar de una ostia envió sus tropas al puerto”.

Me asaltan esas jocosas asociaciones mentales constatando, un día sí y el otro también, los disparates semánticos, palabras a las que les sobra o le falta una letra, la letra “b” convertida sistemáticamente en “v” (o al revés) y sucesivas barbaridades ortográficas en los rótulos que ilustran las imágenes y de los telediarios y de los programas informativos. Y trato de imaginarme el estupefacto careto fuera de plano que se le pone a los presentadores y presentadoras que están transmitiendo con su boca las noticias. De acuerdo, la culpa es de la crisis, de la salvaje reducción de plantillas, de que la perfección no existe en la naturaleza humana, de que todo el mundo se equivoca. Vale. Pero sigo pensando que hasta los habitantes del limbo saben que burro se ha escrito toda la vida con “b”. Y, cómo no, otorgándole la razón a la maximalista filosofía de Bogart que dividía el mundo entre “profesionales “y “vagos”. Se supone que en su época todo el mundo tenía trabajo. Hacer lo que hay que hacer implica no solo un principio ético sino también estético.

Y, por supuesto, yo también meto la pata. En la columna de ayer, hablando de una entrevista que le hicieron a Mario Conde, afirmaba haberla visto en el programa La noria. Confundí ese extinguido e insigne programa de Telecinco con otro que se llama El gran debate. Creo que es el mismo, pero le han cambiado el nombre. Antes sentían debilidad por el género relacionado con el corazón (o con el hígado) y ahora meten su heroico bisturí en la política, la corrupción, esas cositas. Pero sus gladiadores verbales siguen gritando mogollón, insultándose, contando todos ellos la verdad, en fin... Siempre me hago un lío con determinadas cosas. Confundo Tómbola con Sálvame, o ¿Dónde estás corazón? No soy un profesional. Soy un vago.

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