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SILLÓN DE OREJAS

Orientándonos en la librería

China, la de ayer y la de hoy, sigue muy presente en la última producción editorial

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.

El primero que lo expresó fue Blas de Otero en un poema minimalista de su libro En castellano (México, 1960), antes incluso de que se escenificara la ruptura entre los dos gigantes comunistas: “Quisiera ir a China / para orientarme un poco” (la cursiva es suya). Desde aquella ocurrencia marxista-leninista del más místico de nuestros poetas sociales ha corrido mucha agua y se han derrumbado muros que parecían indestructibles. Gracias al precursor Den Xiaoping (“hacerse rico es glorioso”, fue la divisa del antiguo compañero de Mao), China ya no es el paraíso que fascinaba a los prochinos de los sesenta, ni la némesis de los revisionistas del eurocomunismo carrillista y berlingueriano, sino un nuevo tipo de dictadura muy siglo XXI en la que el “pensamiento Mao Zedong” ha sido reemplazado por la práctica del doctrinarismo del mercado. China se ha convertido para muchos tiburones del capitalismo en un modelo para tener en cuenta, menudo chollo: una democracia desnaturalizada, recortada, dirigida y pautada en la que el flujo dinero y el consumo ahogan la disidencia y en la que la represión y la falta de libertades son toleradas como mal menor por una amplia mayoría de la población. En Occidente también van las cosas por ese lado: nos venden problemática seguridad a cambio de libertades precarias y de que Gran Hermano se ocupe de dar buena cuenta de los Winston Smith (o de los Assange o Snowden) de turno. Lo que no es óbice para que en Estados Unidos las revelaciones de Snowden hayan provocado un incremento espectacular en las ventas de 1984, la (aún) estremecedora distopía de Orwell, y para que en AbeBooks se haya vendido una primera edición (1949) del libro por más de tres mil dólares. En todo caso, la China —la de ayer y la de hoy— sigue muy presente en la última producción editorial. Ahí tienen, entre otros muchos ejemplos, China en diez palabras (Alba), un muy recomendable vademecum en torno a diez conceptos clave, compuesto por Yu Hua, cuya novela ¡Vivir! (1993; en Seix Barral) fue adaptada al cine por Zhang Yimou. Más exótico, por la rareza, resulta Los brigadistas chinos en la guerra civil (Catarata), de Hwei-Ru Tsou y Len Tsou, sobre el puñado de combatientes chinos que también sintieron la “llamada de España”. También curiosos y un punto arqueológicos resultan a estas alturas los “25 puntos y las nueve cartas enviadas por el Partido Comunista Chino al Partido Comunista de la URSS” incluidos en Polémica en el movimiento comunista internacional, un conjunto de documentos emitidos por el PCCh en 1963-1964 que han sido publicados por el sello Muñoz Moya, una editorial en cuyo catálogo también pueden encontrarse, entre otras rarezas, las obras del trotskista heterodoxo Manuel Fernández-Grandizo, más conocido por G. Munis, incluyendo Jalones de derrota: promesa de victoria; crítica y teoría de la Revolución española, publicado originalmente en 1948. En todo caso, si tuviera que elegir un sólo libro “chino” de los publicados últimamente para llevarme a una isla desierta me decidiría por el clásico (1934) de Michel Granet (1884-1940) El pensamiento chino (Trotta), en el que se analizan con rigor y amenidad las estructuras y categorías que vertebran el pensamiento chino tradicional, más orientado a la sabiduría que a la ciencia y que tiene como centro el sentimiento íntimo de la absoluta unidad del mundo.

Actual

Oigo estos días hablar a los políticos (incluido el incontinente Aznar) y me viene a la memoria un exabrupto de la Chrestomathy de Henry Louis Mencken (1880-1956), mi cínico favorito después de Antístenes (siglo V antes de Cristo): “Cuando escucho a un hombre hablar de su amor por su país es señal de que espera ser pagado por ello”. Mucha Ehpañiia patrióticamente interesada y económicamente rentable se escucha últimamente en boca de los que el periodista Carlos Elordi llama los “dueños” (la alta burguesía, la banca, los altos cargos de la Administración, la Iglesia: es decir, “los de siempre”) en ¿Quiénes mandan de verdad en España? (Roca), un libro sombrío en el que también se presta atención a cómo se cuenta lo que sucede desde los medios y a las razones por las que la prensa ha ido perdiendo poder y capacidad crítica. Más optimista en fondo y forma, y adobado con su proverbial ironía, resulta el ensayo del maestro Miguel Ángel Aguilar España contra pronóstico (Aguilar, también), en el que, remontándose a la “constitución reconciliadora”, reflexiona sobre los logros políticos de nuestra democracia y advierte acerca de sus peligros y de la “oxidación de las libertades” conquistadas. A la Ehpañiia de la crisis, de los poderosos y de los insolidarios está en parte dedicado ¡Fuego!, el estupendo álbum de viñetas del venezolano Eneko que acaba de publicar 360º Ediciones; de entre todas, selecciono hoy dos: ‘Recortes’, en la que la tilde de la eñe de España ha sido sustituida por un hacha, y ‘Sanidad’, en la que se representa la mano esquelética de la Parca llevando una guadaña cuya hoja ha sido reemplazada por unas tijeras. Claro que, una vez más, la imagen vale por mil palabras (vean algunas en www.ediciones360grados.com). En cuanto a Antístenes, Diógenes Laercio refiere que solía decir que “las ciudades perecen en el momento en que no pueden distinguir a los malos de los buenos”. A menudo me pregunto si no nos estará pasando algo de eso.

Durar

Pequeña oleada de aniversarios narrativos. Se conmemoran con pompa y circunstancias, entre otros, los 50 años de Rayuela (Cortázar, Alfaguara), los 25 de La lluvia amarilla (Llamazares, Seix Barral) y Obabakoak (Atxaga, Alfaguara), y hasta los diez años de Andanzas del impresor Zollinger (Pablo D’Ors, Impedimenta) y de París no se acaba nunca (Vila-Matas, Seix Barral). A este paso, pronto se conmemorará el segundo aniversario de las novelas que triunfaron el año anterior. Para estas cosas existían antes las reimpresiones e, incluso, las reediciones: ahora no bastan. Entre otras razones porque las editoriales necesitan llamar la atención sobre la back-list de obras y autores que pertenecieron a otros sellos y que, tras adquirir los derechos, necesitan rentabilizar. Pero también porque el tiempo —y el olvido— corre hoy más rápido que nunca y conviene rescatar de vez en cuando libros que —con razón o sin ella— marcaron un tiempo y un estado de ánimo. En Ennemies of Promise (1938), su más influyente ensayo, Cyril Connolly reflexionaba angustiadamente acerca de cómo conseguir que un “libro de imaginación” durara más de diez años. Algo que también preocupaba a Julio Ramón Ribeyro, que, en sus Prosas apátridas (1975), se preguntaba “qué cosas hay que poner en un libro para durar”. Hoy la mayoría de los “libros de imaginación” aguanta el tiempo de un suspiro, lo que ha afectado a su venta en una época en que la gente no se gasta su dinero tan alegremente como hace un lustro. Está bien, claro, que se “conmemoren” libros importantes (no todos lo son), siempre que tal cosa no sirva de coartada para que los editores descuiden lo más creativo de su oficio: descubrir los nuevos libros que durarán diez, quince o veinte años.

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