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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Soy lo que soy gracias a él

Hablar de Miguel Narros como director es hablar de un grande

Ana Belén y Miguel Narros en Segovia en 1967.
Ana Belén y Miguel Narros en Segovia en 1967.KIT TALBOT

Hablar de Miguel como director es hablar de un grande. El último de los grandes de una generación de grandes del teatro. Un director con una visión que abarcaba todo el escenario.

Con él, te tirabas al vacío sin red, sabiendo que si arriesgabas, él siempre estaba ahí para recogerte, sabiendo que si respirabas a su ritmo, siempre ganarías. Sintiéndote un privilegiado por estar a su lado, observando cada uno de los pasos que daba desde el comienzo de los ensayos.

Cómo no recordar el montaje de Sabor a miel con Narros en estado de gracia, partiendo de improvisaciones y estrenando tres semanas después.

O aquellos primeros ensayos en el Teatro Español con deslumbrantes actores profesionales (Berta Riaza, Carlos Lemos, José Luis Pellicena, Pilar Muñoz, Julieta Serrano, Guillermo Marín, Mari Carmen Prendes…) y todos los que veníamos del TEM, pueblo numantino por los rincones del escenario, motivándonos… Y ese Miguel dando forma a diferentes formas de interpretación.

O el último montaje que hicimos juntos, La Gallarda, de Rafael Alberti, en el Teatro Central de Sevilla, donde Miguel desplegó toda su sabiduría aunando música, texto, baile…

Todos los que hemos disfrutado de él, sabemos lo que era ser maestro de actores en una época en la que eso era tan denostado como incomprendido. ¡Qué visión de futuro tuvo en los comienzos de los sesenta para con menos de los dedos de una mano, Maruja López y el gran William Layton, crear el TEM! Qué generosidad, qué mirada tan alta, tan ancha y tan moderna para empezar a trabajar con el método Stanislavski cuando entre nosotros era poco menos que un desconocido. ¡Qué divertido era como maestro! Jugabas aprendiendo el concepto jouer que dicen los franceses. Con Miguel, la palabra encontraba su significado pleno y sus clases eran alegres y energéticas.

El regalo de haberle conocido, de haber formado parte de su vida, de tantos viajes compartidos, zozobras, risas, vida libre… La mía hubiera sido otra sin duda si no le hubiera conocido. Él fue mi segundo padre, la persona que se empeñó, como hacen los buenos maestros, con guante de seda, en que yo creciera intelectualmente. Él ha sido mi padre artístico y se lo he recordado muchas veces. En broma, le decía que él había sido mi Pigmalión, y él en broma replicaba, y tú mi Galatea. Hoy sé, más que nunca, que soy lo que soy gracias a él.

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