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FERIA DEL ARTE Y LA CULTURA

Adame roza la gloria

El mexicano demostró que es un torero en estado de gracia, inteligente y valeroso

Antonio Lorca
Joselito Adame, en su segundo toro, en la Plaza de Toros de las Ventas.
Joselito Adame, en su segundo toro, en la Plaza de Toros de las Ventas.ÁLVARO GARCÍA

Joselito Adame, que sustituía por méritos propios al convaleciente Fandiño, rozó la gloria tras demostrar que es un torero en estado de gracia, inteligente y valeroso, hondo y de buenas maneras, variado e imaginativo.

Pero lo de rozar la gloria, que es una maravilla, tiene su pro y su contra. La grandeza, primero, de casi alcanzar con los dedos el triunfo soñado, y, también, la enorme desilusión de no conseguirlo. No es lo mismo dar la vuelta al ruedo con una oreja que salir a hombros hasta la calle de Alcalá. Quiere esto decir que tan importante como hacer todo lo grande que ayer protagonizó este torero mexicano es rematar la faena y confirmar que es un matador con un presente y un futuro esplendoroso.

Y ese es, precisamente, el de matador, el defecto de este torero. Otra vez, como ya le ocurriera el pasado martes, la espada ha emborronado una actuación memorable. En fin, que rozó la gloria, pero no la disfrutó; de ahí que ojalá que la inteligencia que muestra delante de los toros le sirva para superar una debilidad que se puede convertir en una seria amenaza.

OVACIÓN: El varilarguero Pepillo hijo picó muy bien al tercero de la tarde y así se lo reconoció el público madrileño.

PITOS: La corrida de Alcurrucén parecía confeccionada de retales; muy mal presentada en líneas generales.

DESTACADOS: Adame es un torero de los pis a la cabeza, que vive la corrida con pasión inusitada.

Manuel Jesús parece que ha perdido a El Cid y no lo encuentra.

Dicho lo cual, debe quedar claro que estamos ante un torero de los pies a la cabeza, que derrocha pasión y vive la corrida con una ilusión desbordante; dentro de su cuerpo menudo anida un corazón jabato, recubierto de buen gusto, y, quizá, lo más destacado sea su inteligencia; es decir, que piensa en la cara del toro y tiene tiempo para ello, lo que evidencia su seguridad y confianza.

Volvió a manejar el capote con soltura y empaque, hizo quites a sus dos toros y los que le correspondían en el lote de El Cid; y deleitó a la concurrencia con ajustadas gaoneras, chispeantes navarras, chicuelinas con las manos bajas, y todo ello lo corroboró en el quinto con vistosas zapopinas.

Y con la muleta es entrega, pundonor, trazo largo, hondura, imaginación y variedad. Consiguió embeber en la tela a su primero, soso y sin codicia, y ligó una tanda de redondos limpios y hermosos, a la que siguieron naturales de frente y unos ayudados por bajo, finales, plenos de torería.

El triunfo se lo brindaría el quinto, un manso encastado y engallado, al que Adame recibió de muleta, pegado a tablas, con unos apretados estatuarios tras dedicarle la faena a su compatriota Eloy Cavazos, ya retirado. Todo lo que vino después fue la constatación de que Adame vive un momento dulce, de que sus ideas fluyen claras, que sabe lo que quiere y cómo llegar a los tendidos. Se plantó, firme como una vela, le enseñó la muleta a su oponente y tiró de la embestida ligando tandas por ambas manos que supieron a gloria. Sereno e inspirado, una la cerró con una garbosa trincherilla; otra, con un trincherazo, y así hasta unas ajustadas manoletinas, con el público entregado, como preludio de esa puerta grande que parecía entreabierta. Parecía, pero no lo estaba, porque falló con la espada y todo quedó en una venturosa vuelta al ruedo con una oreja con sabor agridulce. La ruidosa colonia mexicana estaba encantada, como toda la plaza, y alguien lo colocó una bandera a modo de bufanda que no pudo volar victoriosa por las calles de Madrid.

En el cartel figuraba un paisano suyo, Juan Pablo Sánchez, que tuvo la mala fortuna de cargar con la cruz de la tarde; y no porque sus toros no le ayudaran, que fueron lo más noble y codicioso del encierro, sino porque su concepto torero carece de consistencia y no dice nada. Dio muchos pases a su bondadoso primero y, por más que se afanaba con la suave y noble embestida, su obra no conseguía interesar a nadie. Más grave fue lo del sexto, que no se cansó de embestir, ni Juan Pablo de dar pases y más pases, mientras el público, ahíto de aburrimiento y maltratado por el frío, le rogaba que abreviara. Como el joven no hacía caso y volvía a las andadas con otras tandas aún más vacías, la gente se enfadó y le pitó con fuerza conminándole a que acabara ya aquel calvario. En fin…

Y cerraba la terna el sevillano Manuel Jesús El Cid, que tantas tardes de gloria ha dado en esta plaza, pero que está de capa caída, por no decir por los suelos. Por lo visto ayer, no es ni sombra de lo que fue, y el hombre debe padecer lo suyo. Quiere, pero no puede. Brindó su segundo toro con la sincera intención, sin duda alguna, de formar un lío, pero, delante del animal, se le nublan las ideas, no da pie con bola, pisa el acelerador, y los muletazos surgen destemplados, sin hondura ni gracia. Ayer dio la impresión de que lo intentó con todas sus fuerza, pero casi nada le salió a derechas. Tiene una lucha consigo mismo, y da la impresión de que Manuel Jesús ha perdido a El Cid y no lo encuentra.

Alcurrucén/El Cid, Adame, Sánchez

Toros de Alcurrucén, muy mal presentados, mansos, sosos y nobles; destacaron tercero, quinto y sexto.

El Cid: pinchazo, estocada caída y un descabello (silencio); pinchazo y casi entera (silencio).

Joselito Adame: media trasera _aviso_ y dos descabellos (ovación); pinchazo, estocada atravesada _aviso_ (oreja).

Juan Pablo Sánchez: estocada caída (silencio); bajonazo (silencio).

Plaza de Las Ventas. 7 de junio. Cuarta corrida de feria. Casi tres cuatros de entrada.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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