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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El impuesto ciego

El país sufre la ablación del cerebro a manos de unos tipos peperos, pobres en materia gris, pero pimpantes en su ciega y fenomenal mediocridad

El constante espectáculo de salas de cine vacías o con un par de personas cohibidas en su oscuro interior hace sentir que la película se proyecta hacia el vacío y el vacío le devuelve en silencio el santo y seña de la actual conspiración anticultural. Porque, ¿quién podría sostener a estas alturas que la subida del IVA en 13 puntos es una acción recaudatoria y no una maniobra criminal?

La entrada del cine en provincias ha pasado a valer más de nueve euros en lugar de los seis euros del precio anterior. Pero no es eso únicamente lo que ha expulsado al depauperado espectador. El cine español, el que menos ayuda oficial recibe de la Unión Europea, ha dejado de significar —como para Francia, Alemania o Suecia— un factor importante en la mayor o menor consistencia de su marca o su identidad. ¿Es preciso mantener la salvaje subida del IVA —del 8% al 21%— cuando todos estos meses ha ido mostrando su general devastación?

El sector cultural español representa apenas el 4% del PIB. Poco, pues, puede rascarse presupuestariamente de ahí. Y más cuando la gente no está en condiciones de rascarse sus bolsillos más. La pertinente medida de eficiencia del IVA ha de contabilizarse en términos de destrucción. Hay impuestos que imponen respeto y otros que acaban radicalmente con él. El aumento del IVA sobre la cultura española es tan torpe y nocivo que en lugar de incrementar la recaudación la disminuye, fomenta la delincuencia pirata y bombardea la pintura, los conciertos, el teatro y todo lo que denota vitalidad creativa e intelectual.

En Holanda rectificaron la subida del IVA en 2011 porque en lugar de aportar más fondos al Estado, los ingresos disminuyeron en un 30%. Y con ellos, claro está, se redujo el número de aficionados a la cultura y se contrajeron los empleos del sector.

Los cines españoles se hallaban ya antes en tal decadencia que ingresaban más por chuches y palomitas que por el precio de la entrada. Ahora ni venden palomitas ni entradas porque se prevé que ya durante este 2013 se registren unos 28 millones de espectadores menos y con ellos se esfumará una cuarta parte de todas las salas.

Un Gobierno que no ve esto no ve nada. No ve cine, no pisa una galería, no escucha un concierto en directo, no conoce el teatro, no sale a la calle. Se declara tan ignorante que no sabe ni siquiera sumar. Solo practica la resta y cree, por tanto, que controla al país arrestándolo. Y, en efecto, siendo la ciudadanía más ignorante soporta sin gran subversión sus ignominias. Porque una ciudadanía con menos cultura no solamente es más inculta, sino también más triste.

Los norteamericanos son dinámicos y positivos; son, esencialmente, empresarios. Los franceses son orgullosos y seguros de sí mismos porque se afianzan con fuerza en el terreno de su densidad cultural. Los españoles no vienen a ser ni una cosa ni otra. Sobre la endeblez de la enseñanza primaria llega el fiasco universitario, sobre el camelo de los mil museos sin obras, el despilfarro de auditorios sin gente, frente a la posible educación actualizada productiva la bronca política de la educación.

Día a día, con amenazante vigor, van creciendo en nuestro entorno una suerte de extrañas plantas que evocan escenas de devastación final. Casi por todas partes de la conciencia social va prendiendo una especie de vegetaciones adustas que encierran a la gente en su casa ya sea para piratear músicas o para no ver otra cosa que vídeos ilegales desde el sofá.

El libro estaba herido de muerte, pero ahora el cementerio se amplía con el paraje de los cines y los teatros mortuorios, las galerías sin visitantes o los museos encarecidos como artículos de lujo. ¿Salir de esta Gran Crisis? Más exacto resulta constatar la progresiva llegada de un momento en que los parados alcancen la categoría de símbolo nacional. Parados los rodajes, los estudios de arte, las representaciones, los impuestos paralizadores y toda la Administración.

El país sufre así, día tras día, además de otras sevicias externas, la íntima ablación del cerebro a manos de unos tipos peperos, pobres en materia gris, pero pimpantes en la grisalla de su ciega y fenomenal mediocridad.

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