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OBITUARIO

Alfredo Ruiz de Luna, ceramista del callejero madrileño

El artista talaverano es autor de muchas de las cartelas que jalonan el madrid histórico

Alredo Ruiz de Luna, ceramista.
Alredo Ruiz de Luna, ceramista.TRIBUNA DE TALAVERA

Alfredo Ruiz de Luna, ceramista del callejero madrileño

El ceramista Alfredo Ruiz de Luna, principal autor del callejero cerámico madrileño, falleció en Madrid el pasado 7 de mayo. Contaba con 64 años de edad. Había nacido en la ciudad toledana de Talavera de la Reina, dentro de la saga de artistas de la cerámica iniciada por Juan Ruiz de Luna, su abuelo. En la ciudad ribereña vivió Alfredo Ruiz de Luna hasta los 12 años, fecha en la cual se trasladó a Madrid, donde se desarrollaría la mayor parte de su vida y de su obra. Ambas se vieron estrechamente vinculadas al arte cerámico, que en su ciudad natal había alcanzado a partir del siglo XVI una calidad práctica, también suntuaria, demandada por las cortes de toda Europa. Tal crédito artístico se vería incrementado a lo largo de la centuria siguiente, pero quedaría eclipsado en el siglo XIX con el despliegue de otros numerosos alfares en distintos puntos de España, hasta que, ya en el arranque del siglo XX, sería recobrado e innovado, precisamente, por su abuelo Juan.

Dotado de una desenvuelta destreza en el empleo de materiales cerámicos y de una potente visión cromática, la obra que mayor nombradía granjeó a Alfredo Ruiz de Luna fue la serie de cartelas que, desde su taller madrileño, realizó para complementar el callejero de Madrid. La tarea presentaba numerosas dificultades, habida cuenta de la profusión de personajes, temas y trasuntos que la nómina de las calles madrileñas presentaba. Pese a todo, sus obras, cartelas generalmente cuadradas de muy bella hechura que jalonan innumerables vías públicas de la ciudad, sortearon ese dédalo de obstáculos y con criterio artísticamente unitario, brindan al viandante la sorpresa de evocar bien el pasado campesino y rural de Madrid, bien la impronta religiosa del nomenclátor —tan vinculada al laboreo y a las tareas agrícolas— sea la tramada urdimbre de la capital imperial del Siglo de Oro o los historiados retratos de próceres decimonónicos.

El ceramista fue asimismo convocado para decorar con sus obras, plenas de plasticidad figurativa, la plaza de toros de Las Ventas, emblema de una azulejería que jalona muchos otros enclaves de la ciudad, señaladamente tabernas históricas y casonas palaciegas, algunas de las cuales recibieron la visita del ceramista talaverano y aún mantienen en sus muros viva la impronta de su arte. La decoración cerámica es, quizás, una de las señas de identidad más provinciales de Madrid percibido en su dimensión de villa, por sus resonancias locales, tan semejantes a las que caracterizan otras zonas de España como Andalucía o Levante, donde los azulejos han decorado durante siglos algunos de los mejores muros de sus ciudades.

Gracias a la denodada entrega a su oficio de personas como Alfredo Ruiz de Luna, Madrid puede evocar gratas representaciones descriptivas, también recreaciones e incluso reinvenciones casticistas, de su enjundioso pasado. En ellas, la mano y el talento del ceramista se conjugan sabiamente para arrancar del barro cristalizado el destello luminoso y fresco de un testimonio que perdurará, durante décadas, en la cartela esquinera de una calle, en el brillante zócalo de una taberna o en el arrimadero del umbrío zaguán de un palacio de los que pueblan, todavía, el centro histórico de la ciudad.

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