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FERIA DE SAN ISIDRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El precio de la ambición

Antonio Lorca
Antonio Nazaré, en la faena a su segundo toro.
Antonio Nazaré, en la faena a su segundo toro.Samuel Sánchez

La tarde fue toda una ilusión frustrada. En realidad, no fue solo una, sino tres; las que provocaron David Mora, Antonio Nazaré y los toros de Los Bayones. Otra tarde de reses descastadas, en esta ocasión, sin la presentación adecuada la mayoría de ellas, blandas, sosas y sin calidad. No es una sorpresa, pero sí una nueva frustración ante la imposibilidad manifiesta de que aparezca un mirlo blanco entre tanto toro basura.

Tan grave o más es la frustración provocada por los toreros. Te deja el alma fría, el cuerpo congestionado y la cabeza hecha un lío cuando pasan toreros jóvenes, preñados de ilusiones, y se van al pozo del olvido; y lo peor es que ofrecen una preocupante impresión de incapacidad. O será, quién sabe, el miedo escénico que provoca esta plaza; o que la ambición no es tan grande; o que el corazón no palpita al ritmo que exige la cabeza. Un misterio.

Lo cierto es que ayer hubo ilusión en Las Ventas en la misma medida en que la frustración se apoderó del ambiente del ruedo y de los tendidos.

LOS BAYONES / TEJELA, MORA, NAZARÉ

Toros de Los Bayones, —el segundo, devuelto—, desigualmente presentados —anovillado el tercero—, mansos, descastados y sosos. El sobrero, de Hnos Frailes Mazas, manso y sin clase.

Matías Tejela: estocada (silencio); tres pinchazos y dos descabellos (silencio).

David Mora: cuatro pinchazos —aviso— y estocada perpendicular y caída (silencio); estocada trasera (silencio).

Antonio Nazaré: media, un descabello —aviso—, y cuatro descabellos (ovación); pinchazo y estocada contraria (silencio).

Plaza de Las Ventas. 10 de mayo. Segunda corrida de feria. Casi lleno.

David Mora, he aquí un caso digno de estudio, llegó a levantar pasiones en su primer toro, el público a su favor, la suerte, entre comillas, de cara, y, minutos después, permitió que todo se diluyera como un azucarillo.

Antonio Nazaré tiene buen gusto y maneras, pero le pudo la frialdad

Realizó un quite a ese toro Antonio Nazaré por ajustadísimas chicuelinas que calaron en el respetable; Mora, haciendo gala de amor propio, se echó el capote a la espalda y citó por gaoneras. Andaba en la pelea, zafándose como podía de los derrotes de su oponente, cuando este lo empaló, se lo echó a los lomos y lo buscó con saña en el suelo. Se levantó el torero y, sin mirarse, volvió a colocarse en el mismo sitio para seguir toreando. Afortunadamente, la sangre que manchaba su traje solo era del toro. El público le agradeció vivamente su gesto valeroso, y Mora respondió brindando a la plaza la muerte del animal.

Fueron momentos emocionantes. Comenzó a revolotear el espíritu del triunfo. El torero comenzó su faena de muleta por bajo, y el toro acudió con agresividad. Y lo citó con la mano derecha, muy despegado, sin la convicción necesaria; y el toro comenzó a rajarse, y el ambiente se enfrió. Y como en un mal sueño, se pasó de la cima del posible triunfo al desencanto doloroso. Llegaron las dudas, demasiadas dudas. Miraba el torero sin saber qué hacer. Se afligió, le faltó ambición, desistió de jugársela a cara o cruz. Y todo quedó en casi nada.

Y salió el tercero, con cara de novillo y noble comportamiento. Ya con el capote se mostró conformista Nazaré. Y mostró, muleta en mano, que es torero elegante, de maneras artísticas, que tiene personalidad. Y dejó detalles de su buen gusto en un natural largo, dos derechazos hondos, otro grande más tarde. Uno aquí, otro más allá… El globo se va desinflando, y, al final, no hubo faena de peso, reunida y templada. Solo ráfagas. No se creyó su propio triunfo. Fue todo él un torero frío cuando hacía falta un calentón que el público estaba dispuesto a cantar.

Ovación y pitos

El público de Madrid, tan fiel e ilusionado, bien merecería un triunfo antes de que cunda la desesperanza.
Toros y toreros por igual no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Uno y otro dieron la impresión de que brilla más su valor, en Mora, y su calidad, en Nazaré, que su propia ambición. O será que tienen ambición, pero el corazón funciona a un ritmo inadecuado.

Lo cierto es que dejaron pasar, quizá, una oportunidad de triunfo, de esas que no vuelven. El primero, porque todo lo tenía a favor y no fue capaz de sacarle rédito; el segundo, porque se conformó con detalles, cuando lo que se exigía era toreo de verdad.

Ni uno ni otro tuvieron más opciones. El quinto toro, muy descastado e inservible, ante un torero muy precavido; y el sexto, muy soso, con el que Nazaré estuvo tan voluntarioso como correcto y helador.

Y el tercer diestro, Matías Tejela, hace un toreo olvidable. Parece un matador amortizado, que lleva la derrota en la cara. Y así es imposible triunfar. Despegado y desconfiado ante su noblote primero, firmó una labor mediocre y sin vida. Tiene gusto, siempre lo ha tenido, pero su frío corazón hace imposible el triunfo. El cuarto era un inválido y el resultado es fácilmente imaginable.

De nuevo, otra tarde de silencios y frustración. Y la plaza casi llena, con la ilusión intacta cada día, a la espera de que salga un toro y un torero y pongan los tendidos boca abajo. Casi nada.

En fin, que la ambición tiene un precio; es la cara o la cruz del triunfo o la cogida, nunca el fracaso. La ambición es osada, temeraria, quizá, pero es el cimiento de los grandes. La ambición, si es inteligente, es determinante para el triunfo. Sin ambición no es posible ser figura. Por eso, sin duda, tiene un precio que no todos, a la vista está, parecen dispuestos a pagar.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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