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Tribuna
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Hasta nunca

Carlos Boyero
José Mourinho.
José Mourinho.Gonzalo Arroyo Moreno (Bongarts/Getty Images)

Es un consuelo para los resentidos y mediocres perdedores que consideramos racional y visceralmente a Mourinho como una de las cosas más tóxicas que le han ocurrido al fútbol y por extensión a la vida (aclaro que hay división de opiniones al respecto, no solo los raciales Ultra Sur y el incomparable empresario Pérez lo veneran, sino que un futbolista e individuo tan ejemplar como Xabi Alonso declaraba en una entrevista en Esquire que gracias a Mourinho se había convertido no solo en mejor futbolista, sino también en mejor persona, bendito sea) nuestro convencimiento de que alguien que disfruta de tanto poder, dinero, fama y adoración evidencie en su permanente actitud que el universo se ha conjurado contra él, que la existencia se ha cebado injustamente contra los sagrados valores que encarna, que cada día tenga que sentirse en la necesidad de encontrar nuevos villanos que anhelan su ruina, que es el símbolo de la honradez, la sinceridad y la gloria en un mundo de fariseos, mentirosos y fracasados, que siempre parezca tan profunda y rabiosamente infeliz, que necesite verter excrementos sin prisas y sin pausas contra los demás como supremo acto de afirmación en sí mismo.

Es probable que los personajes públicos se vean obligado a representar permanentemente un papel, pero sería agradecible que poseyeran más de un registro actoral, que alguna vez parecieran heterodoxos y complejos. Si su autenticidad no puede permitirse de vez en cuando los matices pueden acabar no ya indignando al público, sino algo peor, aburriéndolo.

No es cierto que la grandeza del guerrero esté en función de la categoría de sus enemigos. Del Bosque, Casillas y Guardiola, además de haber ganado más y trascendentes batallas que las de este victimista eternamente endemoniado, se han caracterizado en su conducta pública por sentir alergia al numerito, por lograr que cualquiera en posesión de unas cuantas neuronas y sentido común respete y admire no solo su profesionalidad y su arte, sino también su personalidad, el buen rollo que despiden. Pobre Mourinho. Entrenando a un equipo glorioso (nueve copas de Europa), disponiendo de todo lo que exigió, y sin conquistar la décima después de tres años. Es una tragedia, pero no shakesperiana. Al malvado le falta grandeza.

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