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PURO TEATRO

Salvación aquí y ahora

'Esperando a Godot' siempre vuelve y siempre parece recién escrito Alfredo Sanzol lo sirve, aéreo y luminoso, con cuatro actores eminentes

Marcos Ordóñez
Paco Déniz, a la izquierda, y Juan Antonio Lumbreras, en una escena de la obra.
Paco Déniz, a la izquierda, y Juan Antonio Lumbreras, en una escena de la obra.David Ruano

Hará unos años escribí: “De gesto en gesto, de palabra en palabra, los protagonistas de Esperando a Godot trazan un nombre secreto en la arena: salvación. Salvación aquí y ahora, ese podría ser el tema de la obra. Beckett habla de necesidades esenciales: comer, dormir, buscar compañía, buscar la manera de pasar la noche”. Si fuera una canción, Godot sería Help me Make it Through the Night, de Kris Kristofferson (cruzada con Stuck Inside of Mobile, de Dylan). Se ha dicho que hay mucha soledad en el teatro de Beckett, pero caigo en la cuenta de que abundan las parejas. En Godot tenemos a Gogo y Didi, a Pozzo y Lucky, a Gogo y Didi jugando a ser Pozzo y Lucky. Hamm y Clov y Nagg y Nell en Fin de partida. Winnie y Willie en Días felices. Parejas, parejas, como viejos matrimonios. Incluso Krapp, que está solo, escucha a su yo antiguo, grabado en La última cinta. Gogo: “Siempre encontramos alguna cosa que nos produce la sensación de existir ¿no es cierto, Didi?”. Didi (impaciente): “Claro que sí, claro que sí, somos magos”. Didi se lo toma a coña, pero Gogo no anda desencaminado. Magos o dioses, porque se inventan un dios. Y quizás si pueden inventarse un dios es porque otro dios les ha inventado.

Esperando a Godot es una obra agotadora para los actores: no dejan de hablar, hacer, empujar hacia delante. Si aflojan, si se dejan caer por un momento, la obra se cae. Tampoco han de correr demasiado, porque el juego resultaría mecánico y nos desinteresaríamos. Todo el rato han de estar a caballo entre la entrada de clowns y la especulación filosófica, entre lo concreto y la fantasmagoría. También se ha dicho que es la más shakespeariana de las obras de Beckett. Ahí estoy plenamente de acuerdo: Gogo y Didi son dos fools, y Pozzo y Lucky parecen escapados de un Lear pos-apocalíptico. O tal vez sean una versión esencializada de Próspero y Calibán, aunque no estoy seguro de quién es quién. Lo que sí parece claro es que el teatro de Beckett nace de la escena de Gloucester y el pobre Tom en el despeñadero inventado.

Alfredo Sanzol ha montado Godot en el Valle-Inclán, en estupenda versión castellana de Ana María Moix, con cómicos de su familia. Didi es el angélico Juan Antonio Lumbreras. Siempre que le veo pienso en un niño grande de la estirpe de Danny Kaye. Graciosísimo, con un ritmo verbal enfebrecido y a la vez aéreo: es el alegre motor del espectáculo. Didi parece el más desvalido, pero no, creo que el más desvalido es Gogo, y por eso está muy bien que lo interprete, por contraste, un grandón como Paco Déniz: sufre más, está más perdido. Dentro y fuera, en el desierto y en sus propios sueños. Y es al que siempre apalean cuando no está con Didi. Pozzo es Pablo Vázquez, que parece Agustín González interpretando a Groucho (y a ratos a Margaret Dumont) con embestidas de Gurruchaga. Da miedo y da risa y luego nos conmueve, y así debe ser. Lucky es Juan Antonio Quintana. Fragilísimo, lleno de encanto y con los inusitados ramalazos de ferocidad que pide el texto. En un universo paralelo sería el novio perfecto de Asunción Balaguer (ya me los imagino como Nagg y Nell), y en su monólogo calza en los coturnos de Rafael Alonso. Hay que verle y oírle en ese fragmento, y ver las caras con que los otros tres lo reciben en silencio. Hay que ver y oír a los cinco (no me olvido de Miguel Ángel Amor en el breve rol del muchacho mensajero) porque están eminentes. Este Godot es primo hermano, en mi recuerdo, del que montó Pasqual en el Lliure en 1999, con Anna Lizarán, Eduard Fernández, Francesc Orella y Marc Martínez: comparten la visión luminosa, apayasada y rauda, pero con todas las piedras afiladas y en su sitio. Lo único que no me convence del montaje de Sanzol son las paredes forradas de gasa azul que ha diseñado Alejandro Andújar: parece que estén prisioneros en un colegio mayor donde acaba de realizarse un congreso. Quizás sean manías mías. Quizás sea un azul lunar, tratándose de Sanzol. El vestuario, que también firma Andújar, me parece adecuadísimo.

Se ha dicho que ‘Esperando a Godot’ es la más shakespeariana de las obras de Beckett. Estoy plenamente de acuerdo

Llega la segunda parte y todo parece súbitamente irremediable. O como si fuera un mal sueño brotado de la primera. Pozzo se ha quedado ciego, Lucky es ahora mudo, Didi y Gogo están acompañados por el murmullo incesante de las voces de los muertos (“¿de dónde salen todos esos cadáveres, esos esqueletos?”). Hay una pegajosa sensación de circularidad, desde la misma canción que canta Didi sobre un perro muerto a palos, una canción que se muerde la cola, que acaba y recomienza eternamente. En anteriores montajes pensé que estaban todos en el infierno. Ahora pienso que están de hoz y coz en la realidad: la segunda parte es un desvelamiento y una fijación en lo real. Pozzo aborda uno de los pasajes clave de la obra: “Un día como cualquier otro se volvió mudo, un día me volví ciego, un día nos volveremos sordos, un día nacimos, un día moriremos, el mismo día, el mismo instante ¿no le basta? Dan a luz a caballo sobre una tumba, el día brillante por un instante, y, después, de nuevo la noche (tira de la cuerda). ¡En marcha!”. Sí, ese “¡en marcha!”, como un latigazo contra el vacío, es fundamental. En el célebre final, Didi y Gogo se disponen a partir, pero se quedan quietos. No por mucho rato: también decían lo mismo al acabar el primer acto y mírales. Estos no paran, mientras el cuerpo aguante.

Anoté algunas frases más. “Ya no estamos solos para esperar la noche”. “¿Nos iremos a Saint-Tropez?”. “Querer es poder”. “¿Alguien se ha tirado un pedo?”. Y el pasaje más shakespeariano de todos, cuando Didi se pone el “sombrero de pensar” de Lucky: “Mañana, cuando despierte o crea que despierto ¿qué diré de hoy? Tenemos tiempo para envejecer. El aire está lleno de nuestros gritos, pero el hábito es un gran calmante”. Sanzol y su familia hacen que todo eso vuelva a escucharse de nuevo, y dance, y relumbre. También me ha gustado mucho L’estranger, la versión del texto de Camus que, en adaptación de Rodolf Sirera, ha montado Carles Alfaro en el Lliure de Gràcia. Francesc Orella y Ferran Carvajal se reparten el rol de Meursault; Orella interpreta a los restantes personajes, y Carvajal a Marie. Me pareció estar viendo (por claridad, por intensidad) un Chéreau. Con ecos de Céline y de Koltès: la luz negra de Zucco. Gran trabajo.

Esperando a Godot. Samuel Beckett. Dirección de Alfredo Sanzol. Intérpretes: Juan Antonio Lumbreras, Miguel Ángel Amor, Paco Déniz, Pablo Vázquez. Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 19 de mayo.

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