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Vladimir Ashkenazy: “No me quiero arriesgar a dejar de tocar bien”

El pianista habla sobre su progresiva retirada de los escenarios al teclado y de su renovada pasión por la dirección de orquesta

Daniel Verdú
El pianista y director de orquesta Vladimir Ashkenazy.
El pianista y director de orquesta Vladimir Ashkenazy.Fred Toulet (AFP)

El concurso Chaikovski de piano había sido concebido como ondeante bandera del poderío musical soviético. Así que cuando en su primera edición de 1958, en plena guerra fría, el jurado proclamó ganador al estadounidense Van Cliburn, el ridículo fue estrepitoso. El régimen lo tomó como una humillación nacional que no podía repetirse. Miraron hacia el banquillo y ahí encontraron a su particular Sputnik del piano: Vladimir Ashkenazy (Gorki, 1937). Un prodigio de 25 años y manos menudas preparado para devolver el orgullo a toda una nación en la siguiente edición del concurso (en 1965). O más le valía. La partida política se jugó con el Concierto para piano número 1, de Chaikovski. Una pieza incómoda para sus cortos dedos. Pero ganó (ex aequocon el británico John Ogdon). Un año más tarde, el héroe nacional, como tantos otros, no regresó de la gira que le había llevado a Reino Unido.

“Ahora vuelvo cada dos años o menos. Y por supuesto, todavía me siento ruso: ¡nací ahí! Me fui con 26, así que hablo el idioma muy bien. Fue un lugar muy importante en mi vida. Tuve una gran educación, buenos profesores y grandes amigos. En cuanto al sistema soviético… eso fue horrible, pero no hace falta que le cuente mucho acerca de eso, ¿no?”, dice riendo Ashkenazy, hoy poseedor de la nacionalidad islandesa (su esposa nació ahí) y suiza. El legendario pianista, convertido desde hace años en director de orquesta, acaba de terminar una gira por España al frente de la European Union Youth Orchestra y ha grabado al piano un disco de rarezas de Rachmaninov con Decca, la discográfica con la que celebra sus 50 años de fidelidad.

El placer que me proporciona la dirección es el mismo que el piano”

Y solo ahí le oiremos al teclado. O en algún raro concierto a dos pianos con su hijo. Ha contado en otras ocasiones que sufre de artritis en algún dedo y que por eso ha reducido (casi liquidado) el número de recitales. En esta entrevista asegura que sus manos están perfectamente y que su paso a un lado se debe a otros motivos. “El placer que me proporciona la dirección [apura sus últimos días como titular de la Orquesta Sinfónica de Sidney] es el mismo que el piano. La música es indivisible. Solo que es una forma distinta de comunicar: el piano es solo con el público y la dirección es con el público y la orquesta. Nunca lo cambié del todo. Lo combino. Y nunca lo planee, sucedió de una forma natural. Pero mire, acabo de practicar un par de horas hoy y todavía grabo discos. Son actividades paralelas.

—¿Cree que su leyenda como pianista todavía eclipsa el resto de cosas que hace?

—Mire, la vida sigue y yo tengo mi propia actitud para mi profesión. Y esto es lo mejor para mí en este momento. Es mi decisión sobre lo que debo hacer a esta edad. Tengo casi 76 años. Mucha gente toca hasta más adelante y dejan de hacerlo bien. Yo no quiero llegar a eso. No me quiero arriesgar.

“El problema de la música es que no genera dinero ni votos”

El piano proporcionó a Ashkenazy todo. Principalmente por una extraordinaria educación, reconoce, recibida en la Unión Soviética. La paradoja de un país que entierra a un régimen y con él a parte de aquella obsesión por la cultura. Por el poder que irradia. “Entonces el apoyo procedía del Gobierno. Ahora se ha dejado de la mano de la gente. Como en EE<TH>UU, que el apoyo es privado, pero las orquestas están en bancarrota. En Francia hay apoyo, y todo funciona. En Inglaterra hay una mezcla… En fin, esperemos que en Rusia llegue el apoyo privado y que el Gobierno no olvide las artes. El problema de la música es que no genera dinero. Los Gobiernos quieren ser reelegidos con la mayoría de los votos, y la música no está en la mayoría, no da votos. La situación no es fácil. Esperemos que entiendan que las artes son importantes para la población, aunque a veces nuestras esperanzas se convierten en polvo”.

China se esfuerza estos días en ocupar poco a poco un lugar en el mapa de la música clásica. Primero con el piano y lentamente introduciéndose en la cuerda. “Apoyan mucho la educación musical, construyen auditorios… Lo aplaudo. Quieren ser miembros legítimos de la cultura mundial y es maravilloso. Ojalá Rusia pudiera hacer más cosas así ahora”.

Un ascenso que quizá entronque con la inversión en educación y la capacidad de sacrificio para aprender y mejorar con un instrumento. Pero a Ashkenazy esa palabra le suena a herejía. “¿Sacrificio para qué? No creo que sea un sacrificio. Si quieres conseguir algo musicalmente tienes que dedicar mucho tiempo. Es una actitud seria hacia tu profesión, no un sacrificio. ¿Esfuerzo? Claro, nada viene sin él. Pero no creo que el mundo occidental haya perdido esa capacidad”. Él, por supuesto, tampoco.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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