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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Corrala

David Trueba
Botellas de champagne frente a la Asamblea francesa en París.
Botellas de champagne frente a la Asamblea francesa en París.KENZO (AFP)

La costumbre de utilizar los países de nuestro entorno para poner en evidencia nuestras carencias no sería del todo justa si, de tanto en tanto, no ejerciéramos la misma comparativa para sacudirnos los complejos. El drama de las dos Españas no es tan trágico si uno repara en las dos Argentinas o las dos Venezuelas. Pero si Francia ha sido el espejo en el que nos mirábamos durante años para acabar más deprimidas que la madrastra de Blancanieves, es también hoy un motivo de cierto orgullo y no solo gay. La tramitación parlamentaria del derecho al matrimonio homosexual ha despertado la protesta virulenta. La sorpresa no es tanta si se observa que cada vez tiene más poderío el discurso sin complejos del frentismo nacional, que agita la emigración, el conflicto religioso, el enfretamiento racial y el proteccionismo del producto local amparado en un soporte electoral amplio. En España, esa pose más radicalmente conservadora está diluida dentro de un partido hegemónico, que solo agita el vocerío cuando ejerce de oposición.

Francia resolverá en el parlamento sus disputas esenciales. Pero es precisamente el parlamento donde los italianos no acaban de encontrar la aritmética de su estabilidad. El gran sustento de la carrera de Berlusconi continúa siendo el dato incontestable de que presidió el gobierno más duradero de la historia reciente del país. La autocombustión de Bersani es un perfecto ejemplo de lo inútil que es arañar una victoria electoral sin un programa sólido y coherente. En la crisis institucional, que España padece en grado evidente, la figura de Napolitano ha servido para parchear una situación delirante, pero parece más fácil que el Presidente de la República dilapide su prestigio personal a que logre la gobernabilidad sin nuevas elecciones.

Cuando leeemos en los medios de comunicación alemanes los ataques contra los países del sur de Europa, nos recuerda el victimismo del poderoso, que ejercen a ratos los dos equipos grandes de la Liga española. Hace palidecer la facilona estrategia de culpar a la Merkel de todos nuestros males. En esta corrala todos andan tirándose los trastos desde la balconada, aunque dentro tengan una casa sin barrer. Lo grave para España es quedarnos sin espejo donde mirarnos, sin vecino al que desear emular para ser mejor.

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