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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alta Films

Las primeras noticias que tuve de la existencia profesional de Enrique González Macho fueron películas rusas que él distribuía a través de una pequeña distribuidora

Carlos Boyero

Las primeras noticias que tuve de la existencia profesional de Enrique González Macho fueron películas rusas que él distribuía a través de una pequeña distribuidora. No me gustaban, siguen sin gustarme, llevo toda una vida sin intentar engañarme a mí mismo ni a los que leen lo que escribo. Tengo un olfato privilegiado para detectar la gilipollez, la impostura, lo que conviene decir y opinar en tiempos convenientes. Cuando vi Dersu Uzala, esa historia preciosa sobre un superviviente de la taiga que no ha perdido la generosidad y que Enrique se empeñó en estrenar, me ocurrieron las mejores sensaciones que te puede regalar el cine.

En esa época, los aún más tontos que mezquinos dueños de una revista que se llamaba Guía del ocio (Florentino Pérez era uno de los dueños) deciden en nombre de la suculenta publicidad que aportan las multinacionales que jamás voy a escribir mal de una película. Tarea impensable en mi caso, pero que me va a perseguir mediante la amenaza y la censura en todos los periódicos en los que he trabajado. Me echan, me putean, juicios, más juicios, el niño malo contra la pared y sin cobrar. Y aparece un fulano que dirige Alta, al que suelo masacrar sus películas, que le notifica a mi asquerosa empresa que no volverá a meter publicidad en ella si yo no puedo escribir lo que pienso.

Enrique volvería a reivindicar mi libertad cuando doscientos idiotas anónimos, encabezados por esos indomables profesionales del arte (o de la publicidad), aunque solo valorados a nivel familiar, llamados Erice y Guerin lanzan su grotesco e inútil manifiesto exigiendo que cierren mi reaccionaria boca en el progresista periódico en el que me gano la vida. Posee autoridad moral. Enrique es el hombre que pudo reinar y reinó estrenando un cine en el que creía, jugándose la pasta y ganando mucha en épocas en las que determinada gente buscaba un cine distinto, en versión original, sabiendo que tenían acceso al cine de autor de cualquier parte.

Y, por supuesto, podría contar cosas feroces del negocio fastuoso que supuso para tantos asesores culturales, comisarios, festivales, distribuidores, parte de ese cine de autor que no interesaba a nadie con dos neuronas. Pero Enrique siempre lo eligió con cerebro. Que cierre su negocio es una verdadera tragedia. Para él y para nosotros.

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