Infancia, imaginación y muerte

En esa delgada línea que une infancia, imaginación y muerte, se sitúa Nana, ópera prima de la fotógrafa Valérie Massadian. La película sigue los pasos de una niña de cuatro años por un bosque, una granja y una familia destructurada. Nos habla, con juguetes en la mano pero sin trucos, del instinto de supervivencia, de su milagro y también de su innegable crueldad. Una niña capaz de ordenar sola el mundo con sus fantasías. Y también, capaz de destruir. Un juego tan inocente como complejo que dispara al espectador hacia sus propios miedos y fantasmas. En resumen, con casi nada, Nana nos enfrenta a casi todo.

Una matanza de cerdo pone desde el minuto uno al espectador contra su propia naturaleza, la secreta amenaza de nuestro orden. “La escena de la matanza de cerdo no me resulta nada violenta. No es idílica, vale, pero encierra algo hermoso. Lleva su tiempo, es un baile de muerte, como la propia naturaleza. Pero no debemos ver conflicto en ella, solo saber dónde está nuestro lugar. Algo que olvidamos porque nos creemos que la naturaleza es solo una bonita postal”, explica Massiadian en la librería Ocho y Medio de Madrid. Alta, rubia, tímida, rígida, la directora aclara poco después que la granja donde se desangra el animal es colindante a su casa. Hay algo duro, y tierno, en la directora. Bello y a la vez desagradable. 

La película surgió, explica Massadian, de apenas unos folios y de un cuento armenio. También, del deseo de rodar en ese mundo rural que observa cada día desde su ventana. “En él hay una conciencia de la vida y de la muerte que se escapa de la educación de la mayoría de los niños de hoy”, afirma. “Precisamente por mi relación con los niños sé que lo mejor para ellos es huir del mundo superprotegido en el que les obligan a crecer ahora”.

Nana, la niña protagonista, vive en un bosque con su madre. Su abuelo, es el dueño de la granja. Un día, al regresar de la escuela, el silencio se apodera de todo el entorno de la pequeña. “Yo no hice que la niña hiciera nada especial”, cuenta la directora. “Me negué a cualquier tipo de manipulación con ella. Lo único que sabía es el lugar que yo quería ocupar frente a ella, tenía que ser humilde y no usar ninguna fuerza al dirigirla, ni con mi mente ni con mi cuerpo”.

Pese a esa distancia, la directora admite que trabajar con niños es delicado. Una dificultad que finalmente se interpuso entra ella y la actriz que interpreta a la madre. “Mis verdaderos problemas fueron con ella, hubo muchas más sorpresas que con la niña. Yo provocaba situaciones vitales que resultaron para ella muy complicadas de manejar. No fue nada fácil”.

La protagonista del filme, la pequeña Kelyna Lecompte, salió de un casting entre 80 niños. “En un principio iba a ser más mayor, de unos siete años, pero al hacer el casting me dí cuenta de que debía ser así pequeña, porque solo en una niñita se entiende ese lado salvaje, el que, finalmente, logra salvarla”

Massadian ha trabajado con la fotógrafa Nan Goldin, una amistad y colaboración que de alguna manera explica la mirada documental y descarnada de Massadian. Al preguntarle qué le debe a la fotografía, dice que requiere una empatía instantánea que nada tiene que ver con las pautas de un rodaje. "A la fotografía le debo tener paciencia y saber estar en mi lugar”.