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Libros que hasta un adulto entiende

Juan Gelman y José Emilio Pacheco presentan ‘Había otra vez’, una colección de textos ilustrados convertida también en exposición que rompe las barreras entre niños y mayores

Bernardo Marín
José Emilio Pacheco y Juan Gelman, durante el acto.
José Emilio Pacheco y Juan Gelman, durante el acto.PEP COMPANYS

Los poetas José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) y Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) son vecinos del barrio de La Condesa, en la capital mexicana pero casi no se ven. Y no es por falta de afecto, sino por la desmesura de la ciudad y porque Pacheco anda delicado y ya no puede practicar una de sus grandes aficiones: pasear por las calles. “Te vería más si vivieras en Buenos Aires”, bromea el mexicano. Pero cuando se juntan los dos premios Cervantes parece como si trajeran un guion preparado, para divertirse ellos y divertir al público. La última actuación del dúo se celebró este miércoles en la presentación de Había otra vez, una colección de libros publicada por la Dirección de Publicaciones de Conaculta que se ha convertido también en exposición o al revés: textos para niños de seis a 99 años de Gelman y Pacheco, y también de Alberti, de César Vallejo y Alfonsina Storni, ilustrados por conocidos artistas gráficos, cuyos dibujos se exhiben hasta el 5 de mayo en el Centro Cultural de España en México.

La presentación, moderada por el escritor y traductor argentino Alejandro García Schnetzer, editor de la colección, giró así en torno a la infancia, o a lo que queda de ella durante toda la vida, porque la propuesta pretende romper las barreras entre niños y adultos. Pacheco recopiló en su libro, El espejo de los ecos, “ilustrado por Jesús Cisneros o tal vez escrito para los trazos del dibujante”, varias adivinanzas, unas tomadas de la tradición griega clásica, otras inventadas. Y se las propuso al público con suerte desigual en las respuestas. Algunas, como “dices mi nombre si callas”, fueron resueltas rápidamente por los asistentes. De otras, como “en mi dominio soy rey, en el tuyo soy esclavo”, la solución quedó en el aire.

Para su libro, ilustrado por Eleonora Arroyo, Gelman escogió “un sucedido, porque sucedió de verdad” que le contó de niño su madre, ucrania emigrante en la Argentina: la historia de una araña que preguntó sorprendida a un ciempiés cómo podía moverse un bicho con 92 patas más que ella; si primero movía 50 y luego las otras 50, si las movía de diez en diez, de cuatro en cuatro o de una en una. Una cuestión que dejó al ciempiés tan confundido en su reflexión que nunca más volvió a caminar. Y tanto le impresionó esta historia en verdad a Gelman que cuando le preguntan en una entrevista cómo hace para escribir o por qué sigue escribiendo, responde que es un tema sobre el que prefiere no pensar mucho. Para que no le pase como al ciempiés y nunca más vuelva a componer un verso.

A preguntas de Schnetzer, ambos evocaron sus primeras lecturas infantiles. Gelman recordó que a sus diez años leía historietas y poesía española e incluso trataba de escribir poemas. No retiene el título de los primeros versos que compuso, porque trata de olvidar todo, pero sí se acuerda de algo: “Ella se llamaba Ana”. El primer libro de Pacheco fue El Príncipe Feliz, de Óscar Wilde, a los seis años, y después, El Coyote y la serie Hombres del Oeste, de Marcial Estefanía. El poeta mexicano demostró un ánimo extraordinario y ganas de charlar: de la literatura infantil pasó a la traducción, paró un rato por Bizancio y hasta hizo una reflexión sobre la bomba de Hiroshima. Tan entusiasmado andaba, que se rebeló cuando acabó el tiempo de la charla y propuso a los asistentes seguir conversando fuera, “que aquí hace mucho calor”.

Dice Gelman que le gustó mucho la idea de hacer un cuento infantil porque la literatura para niños está infantilizada, como si sus lectores fueran tontos o no supieran comprender las cosas. Y sí saben, aseguró el poeta argentino, como demuestra el cuento de la madre que quería hacer comer a su hijo porque “si no comía la comidita, vendría un pajarito, se posaría en su platito y se comería todito”, a lo que el niño contestó: “Pues vaya pajarito de mierda”. Los asistentes rieron la ocurrencia de Gelman durante diez segundos. Pero la mejor prueba de que quizá los adultos sean niños atrofiados la dio César, de seis años, posiblemente el más joven de los presentes, que celebró al menos durante un minuto y con grandes carcajadas la ocurrencia del argentino. Obviamente había entendido algo que los demás no captaron.

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Sobre la firma

Bernardo Marín
Redactor jefe en la Unidad de Edición de EL PAÍS. Ha sido subdirector de las ediciones digital e impresa, redactor jefe de Tecnología, director de la revista Retina, y jefe de redacción en México, donde coordinó el lanzamiento de la edición América. Es profesor de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y autor del libro 'La tiranía del clic'.

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