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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ávidos

David Trueba
Imagen del programa de MTV 'Vergüenza ajena'.
Imagen del programa de MTV 'Vergüenza ajena'.EL PAíS

Las muertes de dos participantes en la grabación de concursos extremos de televisión ha provocado uno de esos debates de usar y tirar. En el caso de la versión de TF1 de Supervivientes, se añade el suicidio del doctor, después de que se le acusara de repetir la toma de su asistencia de urgencia mientras el joven se achicharraba desmayado bajo el sol. En el concurso norteamericano, otra propuesta de aislamiento y supervivencia, el concursante se consumió bajo los efluvios del lodo, en toda una metáfora del género en sí.

El reality se estudia como un fenómeno de la real lie o mentira verdadera, propuestas que transmiten sensaciones de veracidad, objetividad y competición transparente, cuando lo cierto es que convocan todos los mecanismos de la ficción inducida. El canal MTV, que durante años ha sido la expresión más exitosa de la música en bañador, ha visto extenuarse el mercado del videoclip y suma propuestas de realidad para ese espectador definido como un voyeur mostrenco. Su programa Vergüenza ajena es un recorrido por las caídas más brutales, ridículas pero dolorosas, que los espectadores se sientan a ver entre la carcajada y el aaargh, nueva expresión del cinismo de consumo. Allí el ser humano es rebajado a la categoría de copia en carne y hueso, tonta y mortal, del personaje de videojuego. Las vértebras, la columna vertebral, son solo expresiones de su fragilidad.

Al concursante se le propone una compensación económica y saciar sus ansias de experiencia extrema y superación. La crítica revive en los accidentes y el drama termina por ser un atractivo del programa como patas necesarias de la mesa. Al otro lado está el espectador, ese vampiro feliz e irresponsable, que no se considera culpable de la tele que se fabrica. La vergüenza ajena se transforma en vergüenza propia, donde se combinan la miseria moral del que aplaude las novatadas o el abuso a un tercero y el placer inmenso de quien aparta la silla al que se va a sentar y goza feliz con la trompada. Placeres primarios que antes se vivían en primera persona y hoy por pantalla interpuesta. Algo que Gila definió maravillosamente en aquella madre que aseguraba lo de “me han matado al hijo, pero lo que nos hemos reído”.

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