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Excepción

Carlos Boyero

No entiendo la muy bien compartida opinión de que la televisión forma una parte importante e ineludible de nuestra vida, de forma voluntaria o rutinaria, supliendo carencias o utilizándola como una ventana para mirar el mundo. Siento estupor ante ese dato escalofriante de que la gente consume de media alrededor de cinco horas diarias de televisión. Deseando imaginar que, al igual que yo, tiene que haber bastantes personas que solo la encienden ocasionalmente o, incluso, la ignoran, debe de existir para cuadrar la estadística más de media España que pasa en su compañía ocho o nueve horas al día. Suponiendo que duerman otras siete u ocho, resulta que su existencia transcurre casi en su totalidad entre el embrutecimiento y el sueño. Y ese público no pueden formarlo exclusivamente jubilados, ancianos y parados. Tiene que haber mucho y variado personal fascinado con el vertedero del morbo, la nadería obscena, los concursos idiotas, los descerebrados realities, las películas infames, las series cutres y fabricadas por computadora, los informativos sensacionalistas y vacuos, las toneladas de publicidad que sustentan económicamente a esa basura.

¿Podría ser de otra forma? ¿La oferta responde exclusivamente a la demanda? ¿El gran público es irremediablemente zafio y lerdo? Lo dudo. Consumen lo que los traficantes les dan gratis, una droga cochambrosa, pero es probable que supieran valorar otras mejores si tuvieran la oportunidad de probarlas. El dato de que el retorno del corrosivo, natural, penetrante, admirable Jordi Evole con Salvados en un reportaje sobre la educación, y en lugares tan exóticos como Finlandia, lo siguieran cuatro millones y medio de espectadores daría qué pensar a cualquier mercader que aspirara a la lucidez, que no exhibiera el cinismo como su más preciado don.

Al igual que hizo la abyecta Telecinco con Cuatro, podría haber ocurrido que Antena 3 transformara La Sexta en un clon suyo. Pero demostrando inteligencia, no lo ha hecho, respeta sus señas de identidad, no se ha arriesgado a perder el público que esta tenía. No debía de ser excesivo, pero sí fiel. Y sospecho que está creciendo. Veo a Évole en Texas, preguntando a las instituciones y a la gente sobre la pena de muerte y me siento respetado como espectador. Solo es televisión, pero me gusta.

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