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crítica de 'érase una vez en anatolia'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La vida es el lugar del crimen

Ceylan manifiesta su genio como cineasta que no deja de tomar riesgos

No hay experiencia más gratificante para un cinéfilo que asistir al crecimiento progresivo de un autor, a la perseverante ampliación de su campo de batalla expresivo: es el caso de Nuri Bilge Ceylan que, desde su tercer largometraje —Lejano (2002)—, ha ido afirmándose no sólo como autor clave del nuevo cine turco, sino como figura insoslayable en el paisaje global del cine contemporáneo.

ÉRASE UNA VEZ EN ANATOLIA

Dirección: Nuri Bilge Ceylan.

Intérpretes: Muhammet Uzuner, Yilmaz Erdogan, Taner Birsel.

Género: thriller. Turquía, 2011.

Duración: 150 minutos.

Tras una virtuosa escena que sirve de prólogo y presenta a los tres vértices del enigma criminal que centra la trama —aunque esclarecer dicho enigma no se cuenta entre las prioridades del cineasta—, Érase una vez en Anatolia se abre con un largo plano fijo que muestra a un grupo de coches acercándose a través de un árido paisaje rural. En ellos viajan un comisario, un fiscal, un forense y dos acusados, junto a otros funcionarios locales: buscan el lugar donde está enterrado un cadáver, pero los responsables del crimen no recuerdan la ubicación exacta. Ceylan acaba contando ese proceso como una larga noche oscura del alma, puntuada por estimulantes digresiones que pondrán el acento en la subjetividad de los personajes, en su pasado, en su privada carga de culpa, en los enigmas del paisaje.

Érase una vez en Anatolia es muchas cosas a la vez, pero en todos sus posibles rostros se manifiesta el genio de un cineasta que no deja de tomar riesgos y desafiar a sus espectadores: la crónica de una investigación regida por el caos y condicionada por la devaluación de los recursos públicos, una meditación sobre la transferencia de culpa de padres a hijos, una cartografía nocturna de puntas de iceberg, que desvelan soterrados cargamentos de dolor y melancolía… En una secuencia, el cineasta disocia las voces de sus personajes de sus cuerpos y deja que la cámara recorra, insomne, el paisaje. En el último tramo, la atención se desplazará de ese heterogéneo grupo hacia uno de sus miembros: el forense que descifrará, sin querer, la trágica historia con la que carga otro importante personaje y que apuntará a uno de los más relevantes temas del conjunto, la violenta brecha entre lo masculino y lo femenino. Quizá solo el tiempo puede decidir lo que es o no una obra maestra: Érase una vez en Anatolia por lo menos lo parece. Y probablemente lo sea.

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