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PURO TEATRO

Un hombre viene a decir que...

Jordi Boixaderas y Clàudia Benito son los protagonistas de la obra '¿Cómo decirlo?'

Marcos Ordóñez
Clàudia Benito y Jordi Boixaderas en una escena de '¿Cómo decirlo?
Clàudia Benito y Jordi Boixaderas en una escena de '¿Cómo decirlo?Claudia Serrahima

El teatro reciente de Josep Maria Benet i Jornet son tres piezas de cámara, tres situaciones límite protagonizadas por dos personajes. Las tres han sido dirigidas por Xavier Albertí, las tres estrenadas en espacios de Gràcia (Beckett, Lliure, Almeria), siempre a principios de marzo, siempre con personajes atormentados, oscuros, que buscan desembarazarse de una carga insostenible. El mundo de Benet i Jornet no es plácido ni risueño. Es un autor obsesionado por el dolor y la muerte pero también por la voluntad de trascendencia, casi siempre a través del arte. De las tres entregas, Subterráneo (Soterrani, 2007) me pareció, pese a su potencia, un tanto sobrecargada de patologías y giros de guión. Dos mujeres que bailan (Dues dones que ballan, 2011) era igualmente amarga pero más respirable y también más creíble, con una toma de tierra muy bien ajustada. ¿Cómo decirlo? (Com dir-ho?), que acaba de estrenarse en el Almeria barcelonés, es la más seca y concentrada de la trilogía, la que más intensamente me atrapa, la más parecida a una rueda fatal que no puede detenerse, a caballo entre las estructuras del thriller y la tragedia: no sabremos quién es el asesino, por así decirlo, hasta los minutos finales.

Un novelista y profesor universitario se presenta inesperadamente en el piso de una alumna. Llega empapado, como si hubiera caminado horas bajo la lluvia, pero eso parece darle igual: lo único importante es que no va a marcharse hasta que haya dicho lo que ha venido a decir. No, no es lo que imaginamos. Ni lo que imaginamos a continuación. Comenzamos a desconfiar. ¿Por qué no lo suelta de una vez? Por momentos pensamos que se nos oculta una carta fundamental, y que esa postergación, alimentada por diversas derivas, es algo ajeno a la situación, una mera maniobra dilatoria del dramaturgo. Las derivas se dividen en dos: los asuntos pendientes entre la muchacha y el profesor, que ella considera motivos de su visita, y, esencialmente, la dificultad, señalada por el título, de decir lo más terrible, lo incomunicable. Podría cuestionarse alguna deriva, algún meandro del texto, como el (breve) relato de la peripecia sentimental del profesor, pero funciona como advertencia y completa su dibujo: es un hombre amargado, y a partir de esa noche su amargura no conocerá límites. El profesor, en suma, ha venido a traer “la información”, como en aquella novela de Martin Amis. Y no solo es difícil revelarla por su naturaleza misma: antes de hacerlo necesita preparar a su alumna, y esa preparación también incluye una suerte de salvoconducto para su vida futura. Digamos que la obra contiene un doble movimiento, un doble intento de consolación: un hombre mayor trata de salvar a una muchacha joven y cree que quizás pueda salvarse un poco a sí mismo haciéndolo.

¿Cómo decirlo? está muy cerca de Testamento (Testament, 1997), una de las obras mayores de Benet i Jornet, cuyos temas centrales eran el legado y su codicilo: la literatura como ancla, como una forma posible de trascender la tragedia y ayudar a vivir. El hombre viene a decirle que no volverá a escribir, pero que ella puede y debe hacerlo, que tiene un don. Viene a decirle que no entre en la universidad como hizo él, que escape, que se dedique exclusivamente a la escritura, pase lo que pase. “Escribirás. Y pondrás un nudo en la garganta de la gente, o exultarán al leerte”. Y en ese “pase lo que pase” está, obviamente, el misterio central: la información.

La obra no solo atrapa por ese misterio, sino también por la extrema tensión que se establece entre los dos personajes

¿Cómo decirlo? no solo atrapa por ese misterio, sino también por la extrema tensión que se establece entre los dos personajes. El profesor es Jordi Boixaderas, uno de los grandes. Sus últimos trabajos bastarían para consagrar a cualquier actor: tras Los jugadores y La Bête, a las órdenes de Pau Miró y Sergi Belbel, nos regala la encarnación de este hombre devastado, sacudido, con un dolor constante. Hablar de la concentración absoluta que requiere este personaje es quedarse corto. Habría que hablar de temblor, del temblor interno nacido de sus titánicos intentos de contención, y que asoma, en un borbotón rápidamente segado, cada vez que se rompe y deja escapar lo inasumible. Ese temblor apenas visible, como el que Marguerite Duras (L’homme tremblant) detectó en el Monty Clift de Río salvaje, es el que mueve su cuerpo y llena su voz de inflexiones moduladísimas, minuciosamente pautadas por Xavier Albertí.

La muchacha es Clàudia Benito, que realiza aquí un debut con mucha fuerza. En su composición hay algunos momentos hieráticos y otros un tanto excesivos; ha de pechar con ciertas frases (escasas) que rozan la retórica o el subrayado, pero sostiene el envite con mucha seguridad y resulta convincente y apasionada. Hablando de subrayados, hay en el texto un elemento (el agua) que hace pensar en aquellos simbolismos freudianos del teatro americano de los cincuenta o del cine de la misma época, como los trazos del tenedor en el mantel de Recuerda. El agua detona varias quiebras del profesor, que van del estallido al enmudecimiento, y es el centro de una escena (la salida al patio interior) que está a un paso de la falsa pista. Tiene sentido, porque Benet no coloca una pieza en el tablero porque sí, y a esas alturas de la función, cuando la revelación es inminente, el profesor no quiere que nada interrumpa su discurso, pero por un instante cruzó por mi cabeza la idea de que al otro lado de la puerta aguardaba un apocalipsis con zombies incluidos. Para decirlo corto: la escena, sin ser insensata, despista y creo que podría suprimirse. La función dura setenta minutos, y sería perfecta, en mi opinión, si se quedara en una hora, con algún tajo aquí y allá. Pega menor, insisto, en un texto muy bien estructurado, interpretado y dirigido, con pegada, con intriga, con emoción creciente, y en ocasiones incontenible. Hay que celebrar, de igual modo, que ¿Cómo decirlo? se represente en un teatro alternativo, el Almeria: es una de esas elecciones que honran por igual al autor y a la sala. Muy bien también la disposición escénica, a tres bandas, con los actores muy cerca del público, con la intimidad que la pieza requiere. El Almeria merece llenarse cada noche: en un teatro inglés esta función podría tirarse varias temporadas en cartel.

¿Cómo decirlo? De Josep Maria Benet i Jornet. Dirección: Xavier Albertí. Intérpretes: Jordi Boixaderas y Clàudia Benito. Teatro Almeria, Barcelona. Hasta el 28 de abril.

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