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Los niños cantores de Franco

Un documental franquea la inexpugnable intimidad del Valle de los Caídos para retratar la vida en el internado de voces blancas que esconde el mausoleo

Elsa Fernández-Santos

Franco lo dejó atado y bien atado. Cada día, un grupo de niños “bien adiestrados” cantarían en la basílica del Valle de los Caídos para dar mayor solemnidad a las misas por los muertos “de la gloriosa cruzada”. Así lo quiso Franco y todavía nadie ha cambiado el rumbo de sus designios. A la sombra de la cruz es un escalofriante documental (pese al equilibrado pulso sobre el que se construye), dirigido por el italiano Alessandro Pugno y producido por el español Antonio Saura Medrano, sobre el internado de niños cantores que desde 1958 sobrevive dentro del, según se mire, monumento, basílica o mausoleo del Valle de los Caídos. “Un documental de orfebrería”, afirma Saura, “que nos muestra una realidad sin maniqueísmo, para que cada uno saque sus conclusiones. Lo que puede ser normal para un creyente resulta aterrador para los que simplemente ven aquello como la Edad Media”.

En su estreno español en el pasado Festival Punto de Vista de Pamplona, el largometraje dejó boquiabiertos a sus participantes, que lo percibieron como un relato siniestro. Rodeados por el escarpado paisaje de Cuelgamuros, en el lugar donde yacen los restos de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera y adonde se trasladaron los restos de 33.847 víctimas de ambos bandos de la Guerra Civil, los monjes benedictinos dirigen una escuela de “voces blancas” (de niños de entre 8 y 14 años) a los que inculcan un mensaje que se resiste con uñas y dientes a lo que consideran su mayor amenaza: la secularización de la sociedad. Impermeable al paso del tiempo, las claustrofóbicas estancias del internado custodian “la última cruzada contra el laicismo”. “Nos escandalizan las madrasas de Afganistán pero no lo que tenemos a 50 kilómetros de Madrid”, afirma Saura.

“Yo vivía en Madrid y un día, subiendo con mi exnovia española a El Escorial, nos acercamos al Valle de los Caídos”, recuerda Alessandro Pugno. “Para mí solo era un monumento y el centro de un ardiente debate sobre memoria histórica. Al llegar, mi novia no quiso entrar en la iglesia y yo lo hice solo. Recuerdo ver aquel espacio enorme, sin luz, y a uno de los monjes. Lo encontré todo muy cinematográfico”. Cuando Pugno propuso su proyecto a la orden no pusieron pegas. Durante cuatro años visitó y rodó con libertad la escolanía. El director cree que dos factores fueron fundamentales a la hora de abrirle las puertas del internado: “Soy italiano y entonces solo tenía 26 años. Me pusieron como única condición respetar la intimidad de los niños”. Mudos ante la cámara, son las secuencias con los menores, sus expresivas caras, las que resultan más elocuentes. Son, tras ver la película, las que según Pugno más han chocado a los monjes, que le pidieron cortarlas. En una de ellas, y mientras un viejo alumno que ha regresado al internado jura sus votos para ser monje, los niños silentes dibujan su imaginario futuro: uno dibuja a un rapero, otro a un arqueólogo y otro a un novelista. “Llaman la atención porque tienen una inocencia especial. No les dejan tener juguetes electrónicos, ni Internet, apenas ven televisión. Se divierten con canicas o una pelota y se respetan mucho entre ellos”.

Los niños del Valle de los Caídos son reclutados en escuelas de casi toda España, aunque principalmente son de Castilla-La Mancha y Castilla y León. El músico Víctor Herrero, componente del grupo de la cantante de folk estadounidense Josephine Foster, fue un niño de Cuelgamuros, y lo recordaba por teléfono esta semana sin dramatismos. “Mis padres ni siquiera son creyentes. Me reclutaron a principios de los años noventa en mi colegio de Torrijos con una simple prueba que el padre Valentino tenía muy afinada: cantar Campana sobre campana. Fui porque quise y pese a que ahora entiendo todas las prevenciones al lugar yo lo viví de otra manera. Me gustó estar allí, con esos años no tienes conciencia ni histórica, ni religiosa. Solo después entendí dónde había estado metido. Lo cierto, y pese lo agresivo del monumento, es que aquello era más estimulante que Torrijos. Te machacaban con doctrina religiosa día y noche pero la educación musical era muy rica, a las 11 de la mañana todos los días cantábamos un repertorio diferente de gregoriano. Era muy pesado por la disciplina, pero si hoy soy músico es gracias a ellos”.

El historiador Ricard Vinyes fue uno de los miembros de la comisión de expertos que en 2011 estudió el futuro del recinto, en progresivo deterioro por filtraciones, humedades y “estrés térmico”. En su extenso informe, la comisión recordaba que la construcción almacena “sufrimiento y sangre”, y luego planteaba soluciones para “resignificar” el conjunto con consenso. Los benedictinos eran uno de los grandes escollos con los que se toparon el grupo de especialistas a la hora de trabajar. “La comisión siempre pensó que los benedictinos y la escolanía tenían que salir de allí, pero, por ley, los monjes tienen potestad sobre la basílica, donde está la tumba de Franco. Todo era muy complicado. El padre prior se negó a recibirnos, para ellos éramos el diablo”, explica a EL PAÍS.

El rodaje de A la sombra de la cruz coincidió con las protestas por el cierre para rehabilitar el exterior de la basílica. Una intervención de urgencia, según Vinyes, manipulada por la dirección de la escolanía, que empezó a oficiar misas en la explanada como protesta por el cierre de algunos accesos al recinto. Una sobreactuación que recogen las únicas escenas de archivo —y fuera de los muros del monumento— a las que recurre el filme. En una homilía se compara la ofensiva secular de la España de Zapatero con la de los años anteriores a la Guerra Civil. “Llegaron miles de personas en autobús”, recuerda Pugno. “Fue entonces cuando percibí la realidad claustrofóbica del lugar, confinado en una montaña sagrada destinada a esa última cruzada. Sentí un escalofrío”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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