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Gregory Peck: 50 años de ‘Matar a un ruiseñor’

Mañana sábado se cumplen los 50 años del estreno de 'Matar a un ruiseñor': con Gregory Peck pocas veces se han mezclado tan bien las virtudes del personaje y del actor

Triunfó en comedias románticas como Vacaciones en Roma y en cintas de aventuras como Moby Dick. Sin embargo, cuando en los últimos años de su carrera, le hacían la inevitable pregunta sobre su personaje preferido, él nunca dudaba: si tuviera que quedarse con solo uno, elegiría a Atticus Finch. El abogado. El padre. El hombre íntegro. Mañana sábado se cumplen los 50 años del estreno de Matar a un ruiseñor y en El País de TCM hemos querido repasar la carrera de Gregory Peck, porque pocas veces como aquella en la historia del cine, se han mezclado tan bien las virtudes del personaje y del actor.

Gregory Peck tenía todas las condiciones que acompañan a un gran actor: altura, elegancia, belleza, una voz profunda y una presencia sobria frente a las cámaras. “¿Conocéis la expresión alto, moreno y guapo? Pues así fui conocido durante muchos años”, solía recordar. Sin embargo nunca fue un divo, ni se dio aires de estrella. “¿Qué es lo que queda cuando echo la vista atrás?”, se preguntaba en voz alta poco antes de morir. “No es la fama sino el trabajo y sobre todo, la familia. Cuando en el transcurso del tiempo todo lo demás va desapareciendo, lo único que permanece son las pocas veces que hice un buen trabajo y mi familia”.

Nació el 5 de abril de 1916 en La Jolla (California). De niño su abuela le llevaba al cine todas las semanas y de esa forma despertó su vocación de actor. En 1942 debutó en los escenarios de Broadway y un año después ya estaba en Hollywood rodando su primera película, Días de gloria. Trabajó a las órdenes de los mejores directores del Hollywood clásico, como Alfred Hitchcock, Robert Mulligan, Vincente Minelli, Elia Kazan, Henry King o Raoul Walsh, y solía interpretar a personajes que encarnaban las virtudes americanas más sencillas, como hizo en El despertar, o que tenían profundas convicciones éticas y morales, como el inolvidable Atticus Finch de Matar a un ruiseñor, por el que ganó el Oscar al mejor actor en 1963. Pero también se le recuerda por los pocos personajes que hizo de malo, como el de Lewt McCanls de Duelo al Sol, o el siniestro doctor Mengele de Los niños del Brasil.

Gregory Peck murió el 12 de junio de 2003 en Los Ángeles añorando siempre la época dorada en la que durante tantos años trabajó y triunfó. Y, con grandes dotes de narrador, aprovechaba cada entrevista y cada conversación para recordar anécdotas del viejo Hollywood: “En una ocasión hice una película con Ava Gardner y cuando caminábamos por los decorados del estudio para ir a almorzar, todos los que allí trabajaban, desde los ejecutivos a los operarios, se paraban para ver caminar a Ava. Me parece que aquellos tiempos eran más divertidos”.

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