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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Corte italiano

El gran tríptico cinematográfico italiano lo forman 'La marcha sobre Roma', 'La gran guerra' y 'Todos a casa'

David Trueba

El gran tríptico cinematográfico italiano lo forman La marcha sobre Roma, La gran guerra y Todos a casa. Episodios fundamentales de su historia contados desde la perspectiva del personaje menor. Obras maestras rodadas por una paganísima trinidad de talentos: Risi, Monicelli y Comencini. Los italianos coronaban la cumbre del mejor cine cediendo el protagonismo al cobarde, al oportunista, al hombre corriente. Lástima que ya no tengamos ojos para esas películas, consumidos por una especie de radiofórmula cinematográfica en la que los Oscar son la expresión máxima de la lista obligatoria. Para los españoles, aquel es un momento del cine italiano que nos sonroja, porque a lo máximo que podíamos aspirar entonces para realizar un comentario cinematográfico sobre la historia europea era a disimular las referencias pronazis de Raza.

 La pista de su gloria cinematográfica de entonces, destruida entre otras muchas cosas por la hegemonía televisiva del berlusconismo, debería obligarnos a un poco más de prudencia cuando analizamos los resultados electorales de la península vecina. No sé si tenemos autoridad moral para arrogarnos un juicio tan severo sobre el renacimiento de Berlusconi o la irrupción de Grillo. A juzgar por nuestras portadas, del Hola al Financial Times, bien nos vendría barrer la casa antes de darles lecciones a quienes perviven en el filo de alianzas y coaliciones. Aún estamos recogiendo los pedazos de líderes y partidos tras el tripartito catalán, incapaces de aceptar una gestión de gobierno que no responda al rodillo de las mayorías absolutas.

Que el PP mantenga ministros carbonizados en su puesto de trabajo, mientras las filas del paro se llenan de gente sobradamente preparada, y los socialistas no se pongan de acuerdo ni en la España que persiguen, debería servirnos de bozal. Unos disfrutan de una mayoría desahogada que pasa por encima hasta de la corrupción evidente y los otros están tan disminuidos que alimentan barones territoriales tan preocupados por sus demarcaciones particulares que olvidan que la izquierda está obligada a ser compleja, exigente y aglutinadora. Por ahora los electores españoles disimulan su fascismo, su populismo y su falta de fe, pero no les extrañe que un día salgan del armario vestidos con un traje de corte italiano.

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