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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dictado

Los partidarios de que las televisiones vigilen la ortografía en sus rotulaciones tienen perdida la batalla.

David Trueba

Los partidarios de que las televisiones vigilen la ortografía en sus rotulaciones tienen perdida la batalla. Pocas cadenas apuestan por formatos que fomenten el buen uso del lenguaje. En TV-3 existe El gran dictado, que va más allá de los concursos habituales. Sería buena idea recuperar la figura de una tele formativa en algunos horarios, porque quien respeta su lengua respeta su futuro. Pero en España las lenguas se utilizan para la vida íntima o para la pelea electoralista. Hemos perdido la enorme tierra media.

Por todo ello hay que celebrar la sesión de dictado a la que el juez sometió a Luis Bárcenas a principios de mes. El antiguo tesorero popular se pasó más de una hora copiando lo que le dictaban los investigadores del caso. Se trataba de comparar la letra con las anotaciones contables de sus cuadernos originales. En una de las escenas más grotescas de nuestra historia reciente, este hombre, ya maduro y aficionado a los deportes de montaña, completó el dictado con parsimonia de escolar penoso. Al parecer, se esforzó en tratar de invertir los rabillos de las letras y las finalizaciones de palabra, en un esquizofrénico ejercicio por negar su propia caligrafía. El ingenio popular ya ha incorporado la letra de Bárcenas a las tipografías disponibles en la Red bajo el nombre de Corrupt Script.

Pero lo oportuno de recuperar el dictado se confirma al escuchar las explicaciones de Cospedal o Floriano desde que estalló el escándalo. Anacolutos, frases sin sentido, justificaciones que se rectifican al día siguiente, sintaxis balbuceante, jitanjáforas sonrojantes han protagonizado el discurso exculpatorio. Ambos necesitan un repaso urgente de la obvia relación entre una mala expresión oral y la mentira. El portavoz Alfonso Alonso, en cambio, sí parece transmitir un asco sincero por la estrecha relación del personaje con la cúpula de su partido. Pese a las forzadas querellas de unos contra otros, cotidiano paripé judicial, no hay nada aquí que se asemeje a esa repetida situación en que un contable roba a su cliente o que un representante expolia a su artista. Detrás de ese dictado pericial se esconde, nada más y nada menos, la certeza de si el presidente del Gobierno cobraba en dinero negro.

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