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85ª edición de los oscar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La alta política también pone y quita premios

Carlos Boyero

Independientemente de sus dones éticos y estéticos, su poder de seducción, su capacidad comunicativa, la sensación de que su lema de campaña Yes, we can no era un artificio populista sino que puede acercarse a la realidad logrando que cambie un poco el bochornoso estado de las cosas, ese señor llamado Barack Obama ha manifestado tener criterio y un paladar bien educado en sus opiniones públicas sobre cine, música y literatura. Confesar su entusiasmo por la serie de televisión The wire y citar como uno de sus héroes al épico y trágico Omar, ese chulazo negro, homosexual y camello que en compañía de su implacable recortada y casi siempre solo atraca a los grandes traficantes, revela una dosis admirable de riesgo y de credibilidad en la estratégica boca de un político. Deduces que ese hombre ama el cine, y al parecer, su luminosa y sólida mujer, también. Pero me quedo entre perplejo y mosqueado cuando un deshilachado Nicholson con insólitas gafas claras conecta con la Casa Blanca para que Michelle Obama abra el sobre más trascendental y nos desvele el Oscar a la mejor película.

Y aunque se suponga que nadie conoce el contenido de ese sobre, me temo que es imposible que le concedan el Oscar a la tensa, compleja y extraordinaria La noche más oscura. Sabemos que Obama dio la orden definitiva del asalto al escondite de Bin Laden y siguió en directo la ejecución de este y de varios de sus familiares, incluida una mujer. Lo cuenta Kathryn Bigelow magistralmente en la parte final de su película. Y antes nos ha descrito las torturas con las que se ensañan los buenos para encontrar la pista del malo. Consecuentemente, sería muy extraño que la primera dama fuera la encargada de bendecir académicamente una crónica real cuyo tratamiento tiene que resultar incómodo e incluso provocar náuseas en las escenas de tortura para el público de cualquier parte, en la que cuentan de forma turbadora los salvajes métodos de los agredidos en el siniestro 11-S para acabar una década más tarde con su huidizo verdugo.

Sería raro ver a la primera dama bendiciendo ‘La noche más oscura’

Si el cine norteamericano celebra venturosamente este año las viejas y nuevas gestas de la devaluada CIA, tan necesitada la pobre de autoestima después de variados y monstruosos despistes o errores, nada mejor que exaltar la triunfante gesta de liberar mediante el recurso imaginativo más audaz a seis compatriotas en el Irán de Jomeini. Sin torturas, sin matar a nadie, mediante un engaño tan insólito como pedir ayuda a Hollywood para montar la película que nunca existió y sacar a los rehenes de Irán dotándoles de la falsa identidad de un equipo de producción. Ben Affleck narra bien esta historia en Argo. Algunas cosas incluso muy bien, como la preparación del audaz engaño entre la CIA y sus colaboradores de Hollywood, interpretados con sorna y gracia por dos pesos pesados como Alan Arkin y John Goodman, dos secundarios capaces de levantar una película cada vez que aparecen. Y hay otras cosas facilonas y convencionales, como las secuencias de la fuga en el aeropuerto, una tensión que en manos de Hitchcock se hubiera transformado en arte. Tampoco me fascina ese actor limitadísimo llamado Ben Affleck, empeñado en asumir el protagonismo. Argo me parece una película meritoria, pero de ninguna forma lo mejor que ha parido este año el cine norteamericano.

‘Argo’ es meritoria, pero no lo mejor del cine norteamericano parido en 2012

Casi siempre son rácanos con Spielberg, pero negarle el Oscar a la impresionante creación de Daniel Day Lewis hubiera supuesto una intolerable agresión a la lógica, a la evidencia, a lo incontestable. Pero no me inspira ni frío ni calor, aunque esté crispada y gritando todo el rato, el trabajo de Jennifer Lawrence en El lado bueno de las cosas. Y lamento que no hayan reconocido el inmenso talento de Helen Hunt y de Sally Field dando vida a una terapeuta sexual y a la volcánica esposa de Lincoln. Pero ya se sabe que Anne Hathaway parece tan vulnerable, tan mona... y además canta bien. El camaleónico Ang Lee lleva demostrando desde su primera película y las temáticas más dispares que es un director tan raro como fascinante. Todo el mundo sale tocado de Amor, aunque haya tenido la suerte de no conocer de cerca la devastación física y mental. Haneke es un maestro de la desazón, removiendo sentimientos. El guion y los diálogos de Django desencadenado revelan el genuino y brillante talento de Tarantino para introducir su universo en cualquier género. Ver y escuchar a Christoph Waltz, ese impagable hallazgo de Tarantino, supone un lujo.

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