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Haneke oscurece a Mozart

El Teatro Real presenta la esperada visión de ‘Così fan tutte’ del director austriaco El cineasta no asistirá al estreno; su película ‘Amor’ opta a cinco ‘oscars’

Daniel Verdú

Haneke era un secreto de Estado en el Teatro Real. Nada trascendía de su trabajo en los últimos meses. Así que reunía todos los elementos para la expectación: Mozart, director de cine de culto ante su última ópera, vísperas de la ceremonia de los Oscar a la que acude con cinco nominaciones… Quizá por eso, para asistir en primicia al acontecimiento cultural de la semana en España y sentarse junto al director austriaco el día que mostraría al público su última creación (hoy se ausentará del estreno para acudir en la ceremonia de los Oscar), el jueves no quedaba ni una butaca en el ensayo general de Così fan tutte. El misterio quedó resuelto al levantarse el telón. O parte de él, tratándose del austriaco.

El Mozart de Michael Haneke es más oscuro. El lado cómico, aunque el público se ría todo el tiempo, se transforma a ratos en sarcasmo y el enredo en desesperación. Todo es más lento. Pero no busquen rastros claros del cineasta. Es otra cosa. Toda la acción transcurre durante una noche de fiesta en un palacio dieciochesco de enormes suelos y paredes de mármol. La escena abarca un interior (a ratos iluminado prácticamente con el austero fuego de las velas y un hogar) y la gran terraza de la que entran y salen los personajes a través de una enorme cristalera, frontera entre lo público y lo privado. Y algo más. Un mueble bar que ejerce de oráculo al que los desquiciados amantes se abalanzan a por un trago cuando deben tomar decisiones. A cada minuto más desorientados.

Atentamente, Michael

El público que asista hoy al estreno de Così fan tutte recibirá esta carta en la que Haneke excusa su presencia a causa de los Oscar:

Queridos asistentes al estreno, me veo obligado a emplear este inhabitual medio de la hoja volandera para disculparme ante ustedes:

Como tal vez alguno de ustedes ya haya leído en la prensa, mañana, 24 de febrero, se celebra la entrega de los Oscar en Los Ángeles. Tengo el honor de haber sido nominado para ellos en cinco categorías, y por ello no puedo dejar de asistir a este evento tan importante para los creadores cinematográficos. De ahí que deba volar inmediatamente después del ensayo general a Los Ángeles. Cuando se decidió la fecha para el estreno de Così fan tutte, no se preveían estas nominaciones. Por ello espero contar con su comprensión por no poder estar presente en el estreno y recibir personalmente sus manifestaciones de aprobación o disgusto.

Les deseo una velada excitante. Si les gusta, crucen los dedos por mí para los Oscar. ¡Si no les gusta, les ruego que lo hagan igual!

Con un cordial saludo, Michael Haneke

Los invitados, encarnados por el coro del Real, combinan trajes de época y atuendos actuales. También los protagonistas. Un recurso con el que Haneke resalta la mascarada de esta historia y su obsesión por la universalidad de ciertos relatos. Si no puede actualizarlos, los descarta. Como hizo con Las bodas de Fígaro, la única de las tres óperas que Lorenzo da Ponte escribió para Mozart que no dirigirá. Y eso que es su favorita. “Hay que interpretarla en el mismo tiempo, si la traes a nuestros días no funciona. No veo cómo entrar en ella. De hecho, ya he sobrestimado las posibilidades de Così”, bromeaba en la entrevista que concedió a EL PAÍS unos días antes del estreno.

Pero las posibilidades son muchas. Si lo miran bien, este Così ralentizado (el director quería claridad meridiana en los recitativos) es una pieza perfecta para Haneke. Amor, manipulación, deseo, engaño, humillación, culpa… Una historia de dobles parejas, puramente doméstica (de “guerra civil”, como a él le gusta definir su obra). “Así hacen todas”, titulaba Da Ponte para la inquietante reflexión del público masculino. Pero Haneke lo extiende a “todos”. Nadie se libra de la demolición del compromiso y sus convenciones amorosas. El deseo, asúmanlo, es lo que mueve el mundo. Una vez más, un retrato sobre los límites de la moral.

Pero esta vez los protagonistas son jóvenes, atractivos e inexpertos. Y así deben mostrarse o la historia no cuela. Haneke vio a 120 candidatos. Trabajó dos horas con cada uno de los 40 finalistas. Obviamente, tenían que cantar muy bien y no aparentar más de 20 años. Y ¡zas! Encontraron a cinco. Porque Alfonso, el barítono y actor William Shimell (aparece en Amor) era un fijo. Su actuación está trabajadísima. Casi ni miran al foso donde se encuentra dirigiendo Sylvain Cambreling.

La revolución de esta visión, su lado más hanekiano, se construye a partir de Don Alfonso y Despina. Autores intelectuales de todo el enredo amoroso, proyectan en las dos jóvenes parejas la frustración, el hastío y el desengaño de su propia relación hecha pedazos. “Quieren destruir las relaciones de los jóvenes”, señala Mortier. Y esa es una novedad respecto a otras versiones. Pese al deseo sexual que todavía despierta la criada en Don Alfonso (también repugnancia en al única vez que se besan), y la necesidad de amor que ella desprende, el desprecio que se profesan es violentísimo —al final se sueltan un par de sonoras bofetadas—. Una relación de poder y sometimiento en toda regla que se desarrolla en silencio y en segundo plano, como más le gusta a Haneke. Explotando los márgenes del libreto y el fuera de campo del escenario. Ella, vestida con una especie de pijama sedoso, como un arlequín blanco inmaculado que entra y sale de puntillas. Él, aguantando el sarcasmo de su amante, a ratos desquiciada por su profundo desprecio. Son la clave.

Haneke no responde a nada. Ya saben, él no da instrucciones sobre su obra. Pero interroga al público con estas reveladoras preguntas. “¿Por qué el rico Don Alfonso se ha casado con esta Despina, cuando se trata de una extranjera y es 20 años más joven que él? ¿Por qué cree que ella le engaña? ¿Por qué él la tiene que humillar? ¿Por qué ella le tiene que humillar? ¿Por qué ha hecho modernizar su hermosa y antigua casa señorial? ¿Por qué organiza él para sus amigos una housewarmingparty como si de un baile de disfraces se tratara? ¿Qué quiere demostrar y a quién? ¿Por qué Despina está tan triste? ¿Por qué los chicos están tan seguros de sus chicas? ¿Por qué las chicas están tan fastidiadas por ello? ¿Por qué se muestran todos tan desesperados, tan encaprichados y tan altivos?”

Un ensayo es solo una prueba. Pero el jueves Haneke subió al escenario entre grandes aplausos. Hoy, el día que cuenta, estará en Los Ángeles. Crucen los dedos por él, pide. Incluso si finalmente no les gustase lo que han ido a ver.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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