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CIBELES MADRID FASHION WEEK

Desfile ‘verité’

Davidelfin dedica su propuesta más contenida y vendible a Alicia, su mascota muerta Juanjo Oliva se entrega a su creación más conocida, el vestido

Foto: atlas | Vídeo: Samuel Sánchez/ VIDEO: ATLAS
Carmen Mañana

Alicia, el bull terrier de David Delfín, murió en octubre. Y el diseñador ha decidido no solo dedicarle la colección de hoy, sino utilizar su nombre como inspiración para la primera parte de la presentación (supuestamente articulada en torno al cuento de Lewis Carroll). La segunda mitad buceaba en los recuerdos de un viaje a Las Vegas junto a su novio y colaborador, el bloguero Pelayo. Vida y obra sobre la pasarela de la Mercedes Benz Fashion Week Madrid. Un planteamiento que, dada la querencia del creador por el espectáculo, prometía más ambición teatral que textil, pero que le ha llevado a entregar su colección más contenida, practicable y comercial.

Una sencillez que, como en muchos desfiles vistos esta semana, se insinúa obligada por los rigores de la crisis económica. No es el momento para derrochar tela en impracticables ostentaciones experimentales, que no responden ni a las necesidades de la mujer real ni a las demandas de una clientela entregada.

Fiel a los trampantojos –un clásico ya en su firma–, Delfín juega a crear el efecto visual de que faldas y pantalones penden enteros, casi como colgados, de las cinturas de los modelos. Completan su propuesta vestidos inquietos, blazers intachables y sutiles volantes. En definitiva, sastrería con intención.

El blanco, el color de Alicia, se impone como tono único en homenaje y recuerdo a la que fuera su mascota durante 15 años. Solo la última salida, en negro, rompe la paleta como metáfora del luto.

Contemplando ese ejercicio de psicoanálisis público, su troupe al completo: Alaska y Mario, Topacio Fresh, Blanca Suárez, Miguel Ángel Silvestre, Pepón Nieto, Bibiana Fernández… La primera fila de su show acaparó más flashes que muchos de los desfiles vistos hasta ahora en la MBFMW. Un hecho que habla por sí solo.

Juanjo Oliva también convirtió la pasarela en una suerte de plató donde escenificó su reflexión sobre el vestido. Sofás, lámparas y demás decoración de los años sesenta buscaban recrear un ambiente similar al de la película Un hombre soltero. La escena en la que Julianne Moore se abandona a la embriaguez en su casa maravillosamente vestida para la ocasión, sirve de argumento al creador para reivindicar el uso de esta prenda más allá del circuito bodas-bautizos-comuniones, que, por otra parte, constituye el sustento alimenticio de buena parte del diseño español. Así despliega un catálogo de vestidos de líneas fáciles, colores sencillos y tejidos agradecidos que harían la boca agua de cualquier compradora de Tom Ford o Valentino.

“Nos centramos en el vestido porque es por lo que se nos conoce, y lo que vienen buscando nuestras clientas. Creo que uno tiene que hacer lo que mejor sabe hacer. Hemos dejado el prêt-à-porter de lado porque ya lo desarrollamos plenamente en Elogy, la colaboración que realizamos para El Corte Inglés”, explica el modisto. Un proyecto, que a juzgar por sus palabras, representa un perfecto ejemplo de la poco común y muy necesaria colaboración entre industria y diseñadores. Oliva ha ampliado su contrato con los grandes almacenes por un año y planea lanzar junto a ellos una línea de complementos que se comercializará el próximo otoño.

Ion Fiz, que abrió la jornada de la MBFWM, también ha estrenado asociación con la firma zapatera Iphigenia, cuyos frutos pudieron valorarse sobre la pasarela. En la segunda parte del desfile doble que inauguró el creador vasco, Sara Coleman buscaba subrayar las raíces artesanales de su firma con un interesante trabajo del tejido. Una lana rústica con efecto salpicado hilvana toda la propuesta, demostrando un nivel de exigencia creativa que, si bien no acaba de satisfacer, es superior a la media de la semana de la moda madrileña.

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