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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Futuromaquia

David Trueba

La iniciativa popular para salvaguardar la fiesta de los toros en toda España coincidió en su votación parlamentaria con el drama de los desahucios. Al final esa coincidencia fue fundamental. Pasa siempre en el mundo mediático, que importa más la oportunidad que la esencia. Los desahucios son ya otra forma de lidia donde la hipoteca ejerce de capote y el banco propone el tercio de varas, el tercio de banderillas y el tercio de muerte. Proteger la lidia y encogerse de hombros ante los desahucios, propició un forzado paso doble en el coso parlamentario, que hasta contó con su tendido exaltado invitado a desalojar.

La sospecha de que el Parlamento nacional quiera situarse por encima del Parlamento catalán o canario en el asunto taurino es ciertamente incómoda. En los toros, como en tantas otras cosas, los españoles parecen haber reducido su capacidad de debate a una refriega de imposiciones. Pasó también con el regreso de las retransmisiones taurinas a TVE. No significó un problema que los recortes estén acabando con otras ambiciones televisivas y que las propuestas de servicio público sean más bien escasas. Si se decide que algo toca, pues toca. Lástima que no toque que vuelvan las entrevistas reposadas, los ciclos de buen cine subtitulado o los programas de música ajenos a la radiofórmula.

Casi nadie se ha parado a reflexionar sobre la imagen de la lidia que ofrecía la película Blancanieves. Planteada con inteligencia para seducir en mercados exteriores, retrataba una España racial, aflamencada y taurina, por más que la producción, recientemente galardonada con el premio Gaudí, sea catalana. Pasa con esos puestos de souvenirs de Barcelona donde triunfa el sombrero cordobés, pese a quien pese. En las varias corridas de toros que aparecen en la película jamás se lesiona a un toro, no se cortan orejas ni rabo, ni se le hinca desde un caballo la vara de rigor ni se le clavan banderillas, ni jamás llega a matarse al animal en pantalla. Cuando se muestra un toro disecado es de cuerpo entero, no separado de su cabeza. Nadie ha interpretado esa tan evidente apuesta por una fiesta incolora e indolora. Más que recreación del pasado, aunque la película sea de época y muda, quizá termine por ser una propuesta de futuro.

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