El socavón adolescente

Un chico escribe una carta. Bastante más larga que un tuit. Utiliza lápiz y papel. Incluso la mente. El primer minuto de película parece una anomalía en los tiempos que corren. Deben ser los años ochenta, porque por allí resuena David Bowie, se habla de The Smiths y los chavales, cuando quieren demostrar su amor, graban cintas con una recopilación de sus canciones favoritas. Sin embargo, nunca se dice que estemos ante el pasado, quizá porque los sentimientos que pululan alrededor de Las ventajas de ser un marginado son intemporales, se marcan a fuego y lo seguirán haciendo. Estamos ante el socavón adolescente. Lo cuenta Stephen Chbosky en su debut como director, basándose en su propio libro de 1999. Sabe de lo que habla.

A pesar de que en su relato hay ecos de ciertos traumas que pueden desembocar en demencia, e incluso de la pederastia, en un acercamiento insólito por su naturaleza, la película es básicamente una obra sobre la amistad; o mejor, sobre las dificultades para encontrarla en la jungla del primer año de instituto. Chbosky elude bien el peligro de la excesiva presencia de la voz en off, siempre al acecho en estas adaptaciones y, como en Jóvenes prodigiosos, aunque un par de escalones por debajo en calidad, se acude a la literatura para aunar el gusto por el arte y el calor de la emoción. Gustará a ciertos adolescentes de hace 25 años, pero, ¿encontrará su público natural, el chico de hoy en día? Seguro, pero entre los marginados.