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Tentaciones
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Asturias, entre el verde y el negro

Se acaba de publicar 'Cajas de música difíciles de parar o el desencanto de Nacho Vegas' El libro, de Carlos Prieto, se centra en la gestación del segundo disco del Cantautor. Un álbum creado en una región que afrontaba con su pesimismo crónico la decadencia industrial

Nacho Vegas, en una foto de 2003
Nacho Vegas, en una foto de 2003

A Nacho Vegas le dio vergüenza llamar a la emblemática cantante de folk asturiano Mari Luz Cristóbal Gaunedo. Pese a la admiración que profesaba a esta cantante de tonadas tan alejada del rock, no contó con ella para que cantara en su disco Cajas de música difíciles de parar, publicado hace ahora 10 años. Este detalle, que revela uno de los primeros acercamientos del cantautor asturiano hacia el folk de su región, es una de las revelaciones del libro Cajas de música difíciles de parar o el desencanto de Nacho Vegas, en el que el periodista Carlos Prieto contextualiza el nacimiento de este doble álbum que marcó un antes y un después en la carrera del asturiano y en la generación del indie nacido en los noventa.

“Puede que otros discos como Desaparezca aquí sean musicalmente más redondos, pero Cajas de música tuvo algo de factor sorpresa. También puede que sea su disco más morboso, en el que Nacho Vegas se expone más”, argumenta el propio autor del libro. “Hablaba a las claras, sin tapujos”. En las 20 canciones del disco hay asesinatos, dosis de sexo, alusiones a la heroína más o menos disimuladas y referencias al callejero de Gijón y a Moby Dick. Nada que ver con los asuntos que trataban el resto de grupos de los noventa, cautelosos a la hora de rodear temas escabrosos y siempre fieles a lo que se hacía en el extranjero.

“No tenemos una formación académica, en eso nos parecemos a cuando nuestros abuelos tocaban la gaita o el tambor, una aproximación muy primaria”, (Ernesto Avelino, Fasenuova).

“El disco nació en un momento muy caótico. En ese momento, las sombras eran más inspiradoras que las luces, como demuestran las canciones”, apostilla Nacho Vegas. “Creo que fue un disco excesivo, para bien y para mal, que marcó un poco el camino a seguir en mi carrera”.

Por entonces, Nacho Vegas comenzaba a dar rienda suelta a las canciones que no cabían en su anterior banda, Manta Ray. Aunque por la honestidad y la ausencia de pudor con la que se enfrentaba a su nuevo papel público corría el riesgo de desviar la atención: la gente hablaba más del Nacho Vegas polémico, el que coqueteaba con el malditismo en las entrevistas que del músico e intérprete de los discos. “Recibía una atención extraña y jugaba con ello. Pero es peligroso, aunque me diera cuenta a posteriori”, reconoce el cantante. “En esa época dije muchas bobadas. Es cierto que llegué un poco al límite, y que los medios siempre sacan los detalles más morbosos, pero me arrepiento más de otras cosas, como de no salir en perfectas condiciones al escenario”.

Al Vegas de la época se le acusaba de recrearse en su faceta más pesimista y decadente. Pero muchos, en su entorno, creen que había un motivo. El entorno gijonés, que arrastraba años de decrepitud por la crisis, justificaba ese estado. “Asturias siempre fue una zona deprimida. Mucha gente se tuvo que marchar, y en Gijón solo quedábamos cuatro. No sé si pertenecemos a una generación perdida, pero sí difuminada”, recuerda Vegas. “Eso llevaba a una actitud pesimista que arrastramos un poco. Se me acusó de revolcarme en la tristeza, pero eso es algo que teníamos por aquí”.

Tras una fallida reconversión industrial que duró décadas, la decadencia de los astilleros, de las plantas siderúrgicas, el pesimismo de los pueblos mineros cada vez más depauperados… toda esta oscuridad se colaba en las letras y la música de Nacho Vegas y de artistas afines. “Hay muchos puntos del entorno asturiano que nos marcaron”, recuerda Frank Rudow, miembro de los extintos Manta Ray. “Estos detalles hicieron que el color gris y negro estuvieran muy presentes en nuestros últimos discos”. Discos que, más o menos, coincidieron en el tiempo con Cajas de música. “Había pueblos que recibían mucho dinero de fondos europeos. Y todos acabaron yonkis y dependiendo completamente de un camello, era muy traumático”, recuerda Rudow.

¿Este fenómeno es único de esta región? ¿Son los asturianos una raza ultramelancólica e históricamente deprimida? “Nosotros haríamos la misma música si fuésemos de Algeciras”, opina Ernesto Avelino, vocalista de Fasenuova, un dúo de Mieres que lleva años trabajando en el underground pero que ahora comienza a hacerse visible. Su música electrónica bebe del ruido, de los gritos, del sonido industrial y, dicen, las fábricas de la zona han tenido bastante que ver en su sonido. “Lo que hacemos entra más en el territorio de la fantasía, no está apegado al lugar. Aunque algo del paisaje, de las montañas y de la historia se cuele”, argumenta Avelino. Eso sí, aunque muchos creen que el sonido que destila su último disco, A la quinta hoguera, es primordialmente oscuro, ellos no comparten esta opinión. Se ven a sí mismos vitalistas, enérgicos y rescatadores del carácter primigenio del rock’n’roll. “No tenemos una formación académica, en eso nos parecemos a cuando nuestros abuelos tocaban la gaita o el tambor, una aproximación muy primaria”.

Esta espontaneidad también es lo que más le interesa a Lorena Álvarez, la mayor promesa del pop –y tal vez del folk– de la región. Representa ese giro natural y despreocupado hacia la tradición y hacia lo asturiano que inició Nacho Vegas hace una década y pertenece a una nueva hornada de jóvenes artistas en la que también se enmarca el rock de garaje de Chiquita y Chatarra, el toque naif de Dos Gajos y Pauline en la Playa –nuevos clásicos que publicarán El mundo se va a acabar el mes que viene– o la asturpsicodelia de Pablo Und Destruktion.

Anónimo, el disco de Lorena Álvarez, natural de San Antolín de Ibias (en la parte occidental del Principado), comienza con el sonido de los cencerros de las vacas de su tío. Después llegan jotas, escenas rurales, versos de romances populares, y algo de mala leche. “Siempre escuché música folclórica, es algo que está en el aire”, comenta Lorena Álvarez. “Lo que cantan las señoras mayores de los pueblos y lo que canto yo se parece mucho. Las dos hablamos de lo que pasa a nuestro alrededor, solo que lo que ellas cantaban es muy distinto a lo que pasa ahora”. Tal es su interés por las grabaciones de campo que se desplazó a la pequeña aldea de Trasmonte de Arriba para conocer a una octogenaria que pasaba por ser la intérprete de pandeiro más importante de la zona. Diez años después, ya no parece chocante.

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